Lola me lee y me pregunta: ¿nena tú estás bien? ¿estás deprimida? No, Lola, estoy bien. ¿Por qué dices eso? Dice que le sueno apesadumbrada. Tengo que volver a escribir humor pero es más complicado, mucho más. Tampoco quiero ser la pesada de la queja. ¿Soy esa pesada?
He estado en Venecia por trabajo. A favor: Venecia. En contra: el puto avión. Estoy mejor. No lloré. ¿Tuve ganas? Por supuesto. ¿Me aguanté? Me aguanté.
Lo de Venecia es una cosa muy loca. A quién se le ocurrió montar esa ciudad en un arenal, llenar el suelo de árboles y construir sobre ella. Solo pienso en el dineral que tuvo que poseer y mover esa ciudad. Sueño con piratas. Duermo en una cama con dosel. Esto impresiona mucho a M. Como pasta con tomate en un palacio que podría salir en una peli como “Call me by your name”.
Hace un calor horrible. Y busco con la mirada una piscina. No hay. No puedo entender que tengan tres pabellones de arte y cero piscinas. Vivían aquí. Miro en el libro de visitas y está la firma de Natalia Ginzburg. No soy mitómana, pero me siento afortunada, como si algo me acercara a su talento. Pobrecita.
El guía es el dueño, bueno, el marido de la dueña. Mantener ese palacio debe ser muy costoso y nos explica los frescos de mitos griegos y romanos de las paredes con lentitud y tono bajo. Suda con profusión. Yo también. En las mesas están las fotos de la familia. Hay cientos de retratos. Gente que sonríe en escaleras, jardines, en la nieve. Es todo rarísimo. Nos cuenta una leyenda. El patio está rodeado de figuritas de 17 enanos. Se supone que en ese palacio nació una princesa enana. Su padre, para que ella no sufriera, solo permitió que el servicio del palacio estuviera atendido por enanos. También contrató niños enanos para que jugaran con ella. Y construyó muebles chiquititos. Hasta que un día pasó un joven montando en un caballo y ella vio que era altísimo. Y de la impresión se suicidó tirándose por una ventana.
—Pero es mentira, es una leyenda. Además, el padre era alto—dice el señor guía.
Qué manera de acabar con la magia. Menudo narrador, pienso, mientras una gota de sudor me resbala por la espalda. Y además, cómo se suicidó si el palacio solo tiene dos alturas. ¿Dónde coño esta la piscina? Aunque sea una chiquitita.
Podría pasar aquí el verano si hubiera una. David Foster Wallace escribió: “En las trincheras cotidianas de la vida adulta, no existe el ateísmo… Todo el mundo adora. La única opción que tenemos es qué adorar”. Yo adoro el agua, el mar y las piscinas. Flotar. Ya está abierta la de mi casa. Hay mucha gente que le parece que vivir en una urbanización de extrarradio con piscina es un castigo. Prefieren 30 metros en el centro. Muchas veces interiores. Hay algo de superioridad moral en eso. Leí este artículo de Jorge Dioni López, autor de “La España de las piscinas”.
No vivo en un PAU pero se le parece. Chica, hay gente bastante feliz aquí. Al menos como en cualquier lado. Un vecino me dijo:
—El primer verano que vinimos a vivir me sentí millonario. Nunca pensé que podría tener acceso a un jardín y una piscina.
Esa superioridad moral también es la que odia Benidorm. Dice Jorge Dioni en ese artículo: “Utilizan la palabra aspiracional para definir el estilo de vida de los suburbios como si fuese algo negativo. Sucede lo mismo con los centros comerciales, “esos lugares donde la clase media da vueltas los fines de semana”, ¿y qué? Si no entiendes que el centro comercial, Benidorm, Torremolinos, los PAU y la dispersión urbana son modelos democráticos que también debes defender es que no entiendes el mundo. Ahí está la gente que vive de su trabajo, son tu gente, tienes que conocerla”.
Es todo un poco como nosotros diciendo en Venecia: “qué pena que esta ciudad esté tan llena de turistas”. Como si nosotros fuéramos venecianos de pro y yo no hubiera comprado una máscara de gatito morada con bien de brilli para M. Y el resto zapatos venecianos.
Mi padre siempre contaba una anécdota de un pareja amiga en la que ella le decía a él: “José Luis, ¿a que nosotros no somos vulgares?”. Y él le contestaba: “¿Nosotros? Por supuesto que no”.
Amaya Ascunce
P.D. 1 ¿Ves Lola? No me sale el humor. Pero me empieza a parece que no es depresión si no cabreo. Ya veremos.
P. D. 2 El último libro que he leído de Natalia Ginzburg es Y eso fue lo que pasó. Es una novela triste sobre una mujer sola que quiere que la quieran. “Escribí esta historia para sentirme un poco menos infeliz. Me equivoqué. No debemos buscar nunca un consuelo en la escritura. No debemos perseguir un objetivo. Si hay algo seguro es que es necesario escribir sin perseguir un objetivo”. Eso dice Natalia de su propia novela. Se lee fácil y es como toda su obra, parece que no dice gran cosa, pero con sencillez, lo dice todo: “La vida comienza cuando todavía somos demasiado jóvenes para comprenderla”.
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Vidas paralelas en muchas cosas, aunque yo sí viva en un PAU y el ELLE solo lo compre. Maravilla costumbrista la de este texto.
Gracias nena por compartir 💞 me encanta estos ratitos de lectura👏 que no superan los 5' 💋