Me daba pereza venir con este libro, La historia de los invertebrados, de Mar García Puig, una obra sobre el miedo, la maternidad, la ansiedad, la hipocondría y la locura, y cómo la historia ha tratado a las mujeres en esos procesos. Lo sé, no hay nadie sorprendido de que yo hable de este libro aquí y, por eso mismo, porque me canso de ser yo misma siempre, me daba pereza escribir la newsletter. Pero:
“Con el tiempo aprenderé que lo que se relega a los márgenes está justo en el centro del pensamiento”.
Venga, vamos con ello, Mar.
“Los expertos dicen que la ansiedad es más difícil de reconocer y diagnosticar que la depresión porque a la mayoría de los ansiosos nos resulta casi imposible expresarla en palabras”.
Yo de ansiedad y de palabras voy bien. Y Mar, también. Mar tuvo dos hijos mellizos después de un proceso de infertilidad y el día que nacieron se murió de miedo. Por todo lo que le podía suceder a ella, porque sentía que ya no podía morirse, y por lo que les podría pasar a ellos. Ese mismo día, ganaba en las elecciones el escaño como diputada que debería ejercer y defender en esos primeros meses de una maternidad marcada por la hipocondría y el miedo.
No comparto eso. Yo tuve un postparto parecido a una luna de miel. Todo el miedo y la responsabilidad que sentía embarazada se diluyó en un absurdo pensamiento: “Ahora este ser es responsabilidad de todos. Algo haremos”. Mientras que estaba dentro de mi barriga, sentía que cualquier cosa que hiciera o dejara de hacer podría provocar un desastre.
“No hay curación posible para que el no asume la incertidumbre como parte de la existencia”.
Esto es complicado. Soltar el control. Ojalá yo lo haya aprendido. [Abro spam] He escrito un libro entero sobre eso que podéis comprar aquí [cierro spam].
De hipocondría también voy bien. La vengo desarrollando y apuntalando durante años. Me sorprendió leer, que a lo largo de la historia, los hipocondriacos suelen tener muchas de sus dolencias en lado izquierdo de su cuerpo. Es mi caso: ciáticas, hormigueos, dolor de rodilla, sensación de adormecimiento. Incluso un acúfeno. La explicación está en que hay varios órganos en ese lado que producen molestias poco precisas. Un hipocondriaco es experto en prestar atención extrema a esas molestias mínimas. También es verdad que un buen hipocondriaco puede dejar de lado grandes dolores y andar obsesionado con un infarto que en realidad son gases. Me ha pasado. Tengo una amiga que fue a urgencias porque se le estaba durmiendo un dedo del pie y, en realidad, era un callo.
La hipocondría es buscar en Internet síntomas para intentar calmarte y acabar pensando que tienes cuatro tipos de cáncer. También me ha pasado. El jueves tuve la revisión anual de la empresa y tengo unas 24 horas de felicidad porque todo estaba bien. En la hora 25 a saber qué puede haber empezado.
Exagero. Esta preocupación nunca me ha llevado al médico. Solo me preocupo. Que también es una actitud vital bastante absurda. Preocuparse mucho por algo. Y ya.
El miedo es algo bastante arbitrario. Leí en este estudio que el 60 % de los españoles tiene terror a hablar en público y el 53,01% tiene miedo a expresar sentimientos. Aunque el miedo más compartido era a ver sufrir a alguno de sus seres queridos, más a que a su propio sufrimiento. El estudio también dice que nos da más miedo separarnos que casarnos. Lo que es lógico y a la vez terriblemente absurdo, como si no pudiéramos relacionar las dos cosas desde el principio.
“Los trabajadores que más miedo tienen en su ámbito laboral son las mujeres, las que se consideran de clase social baja y los que tienen ingresos medios o bajos. También son los que más han rechazado ascensos o cambios laborales”. Otra vez nadie sorprendido en la sala. Al leer sobre estos miedos me acordé de un artículo de El País en el que hablaba una ex ejecutiva de Amazon: “Atrae a personas que temen ser descubiertas como impostoras. Y comienzan a invertir más energía en la empresa. Puedes sacar mucho rendimiento durante un tiempo de gente inteligente que tiene miedo de ser descubierta”.
Entre mis miedos confesables en esta newsletter está el miedo a volar. Marta. D. Riezu contaba en su columna semanal en ELLE sobre una visita al dentista: “Antes de cada cita me recomiendan que tome un Diazepam, pero solo lo probé una vez y no sirvió de nada. Estaba igual de nerviosa y tuve que luchar contra el aturdimiento para poder seguir las instrucciones. El miedo no es más fuerte que la química, pero sí más profundo”.
A mí me pasó en un vuelo. Me tomé un Lexatin y sentí como si cubriera mi miedo con un manta de plomo. Era como si mi miedo estuviera por debajo de mi piel sin poder escaparse. No podía ponerme nerviosa, sudar, ni se me cerró la boca del estómago. Parecía relajadísima pero diría que el miedo fue el mismo, y la angustia, peor. Acabé con un dolor de cabeza horrible.
El estudio también dice que las personas que más miedo tienen son las de 25 a 44 años y las mujeres.
“Tengo miedo de envejecer. Tengo miedo de casarme. Líbrame de cocinar tres comidas al día, líbrame de la jaula implacable de la rutina. Quiero ser libre”, Sylvia Plath.
Menos mal que esta semana cumplo 45.
Amaya Ascunce
P. D. Mirad qué primera página:
Casi siempre me siento identificada con tus artículos y eso me calma porque compartir todos nuestros desastres y saber que somos muchas las que pasamos por ese tipo de pensamientos, tranquiliza. Gracias.
Pues menos mal que no te has hecho caso, y has traído este libro a la newsletter... me ha encantado, y ya lo tengo fichado para leerlo.
Por cierto, feliz cumpleaños!! 🎉🎉🎉