Unas vacaciones pasamos 15 días en un todo incluido que no aceptaba niños. Fuimos felices. El Caribe tenía mucho que ver. El silencio también. Un comentario de un foro nos hizo decidirnos: “El hotel es muy aburrido. No tiene animación, ¿quién va al Caribe a un hotel donde nadie baila?”.
Era aún más aburrido de lo que dejaba ver ese comentario. La única música era un pianista por las noches. Tocaba jazz flojito. Fuimos muy felices.
Esta semana he leído este artículo (gracias de nuevo, Claudia) que me ha encantado sobre los hoteles solo para adultos de Begoña Gómez Urzaiz.
Nacieron como moteles del amor y se han convertido en un importante segmento de la hostelería basado en una ilusión. Mientras los ritos de la etapa adulta se desdibujan debido al cambio de paradigma, hay quien necesita creer que la vida más allá de los 20 consiste en hamacas y Aperol Spritz y no tanto en pagar los impuestos municipales y pedir hora en el dentista.
En nuestro hotel, la mayoría de adultos preferían quedarse en la piscina en una de las camas balinesas que la rodeaban como un pequeño fuerte hecho con colchones plastificados en blanco y telas de colores pastel, lo que a nosotros nos permitía estar solos en una playa llena de palmeras donde había fruta fresca en bandejas y siempre algo frío para beber.
“La hamaca es innegociable. La hamaca es fundamental. ¿Para qué narices va alguien a un adult only si no es para decirse: «He estado en una hamaca»?”
Yo leí nueve libros frente a un mar de un azul que nunca había imaginado. Buceé. Vimos cientos de estrellas porque estábamos en mitad de la nada. Bebimos bastante. No Aperol, pero probé todos los cocteles con nombres como Sex on the beach o Coco loco. Tengo muchas fotos con una copa en la mano y un trozo de fruta flotando (y también una gran cantidad de colágeno en la cara que no apreciaba lo suficiente).
También teníamos una especie de jacuzzi en mitad de la habitación. No tengo queja de nada. A veces echo de menos a esa persona que no sabía que ser adulto es pedir cita para una revisión en el ginecólogo, el oculista y el dentista todos los meses de junio de tu vida.
Antes, este round sanitario lo hacía en septiembre. Mala fecha. A mi depresión postvacacional se le sumaban las pruebas (nunca agradables) y una cierta hipocondría que vengo cultivando desde adolescente con desasosiego y ansiedad, que es como se cultiva esta práctica. No me gustaría echarme flores, pero soy bastante buena a estas alturas.
Un año decidí pasarlo todo de septiembre a junio para reducir impacto emocional mío y de los que viven conmigo. Ahora, después de ese chequeo, aún me merezco más mis vacaciones. Y ya hemos hablado de que mi generación tiene que ganarse las vacaciones. No vale con llegar a ellas. Sin esfuerzo y sin agotamiento, ¿cómo voy a permitirme no hacer nada? Es más, ¿qué es no hacer nada?
En terapia me han puesto una tarea. Tengo que leer un libro sin ningún objetivo. No puedo subrayarlo si quiera. No puedo recomendarlo aquí. Ni siquiera puedo regalarlo, aunque me encante. Ese libro tiene que ser solo mío. La idea es hacer algo solo por el placer de hacerlo. Sin ninguna finalidad, uso o productividad. ¿Aunque quizás contar este ejercicio aquí sea ya una forma de darle un uso?
Aquellos 15 días de hotel para adultos acabaron de manera abrupta. Cuando nos montamos en el avión de vuelta, por una cabriola curiosa del destino y de la mujer de facturación (ojalá exista el karma, bonita), acabamos sentados en mitad de una familia completa a la que la abuela había pagado el viaje al Caribe. Eran cuatro matrimonios, los abuelos y yo creo que sumaban unos 115 hijos. Y nosotros dos en el centro. Iba a intentar decir que estaba muy rico el bocadillo de mortadela que me compartió uno de los niños, pero va a sonar a que todo en la vida depende de cómo te lo tomes. Y, mira, no. Yo ya no puedo ir a esos hoteles porque soy otra persona, bueno, y básicamente tendría que dejar a mi hija fuera. Pero sigo buscando lo mismo. Leer, dormir, nadar y aburrirme. Deseadme suerte.
Amaya
P.D. 1 He estado desaparecida cuatro semanas. Y pienso desaparecer otras cuatro de esta newsletter. Es mi pequeña manera de bajar el ritmo.
Os dejo un libro para leer (que por supuesto no es mi libro fantasma): La paciente silenciosa, de Alex Michaelides: un crimen, terapia, un misterio y buen final. Lo hemos leído en nuestro Club de lectura y ha sido por unanimidad fácil y divertido. No se me ocurre nada mejor para perder el tiempo.
Nos leemos el 27 de agosto. Leo todos los mails y comentarios aunque no siempre conteste.
Amaya me encanta pasar las vacaciones a mi aire. Sin relojes. Desde mi terraza frente al mar(mi refugio ) veo cada mañana muy temprano la gente poniendo sus sombrillas en primera línea. Los domingos imagínate la de gente buscando el mar. Yo soy gente, pero huyo de ella a grandes dosis por que me gusta también el silencio. Así que a las 15:00 es cuando bajo a nadar y a estar un rato aprovechando que todos están llenando sus estómagos. Me gustan las caminatas con música temprano, los baños en el mar (sin medusas, que cada vez hay más ). Lo de la hipocondria creo que es proporcional y forma parte de los cumpleaños. Creo que al final a muchos nos pasan las mismas cosas. Un placer leerte 🤍
Leyéndote los domingos por la mañana con mi café, he recuperado algo de lo que era hace veintitantos años, cuando soltera, viviendo sola con mi gato y sin estrés, destripaba cualquier revista de arquitectura o decoración mientras mi cabeza se llenaba de proyectos. Imagino que es mi forma de volver a ese hotel tuyo para adultos… GRACIAS.