En vacaciones ni leo el horóscopo ni compro lotería. Esto debe ser mi versión del carpe diem. Llego derrapando a la newsletter. Se me ha echado encima la vida de rica ociosa y no tengo gran cosa preparada. Sigo de resaca de tener mucho tiempo libre y ver mucho el mar en la casa de mis sueños, y tomar mucho café, y mucho vino y leer mucho. 45 pasos de la cama a la playa. No sé cuánto durará en pie esa casa que debe incumplir todas las leyes de costas del mundo, huele a humedad y es fría. Igual me da. Podría vivir en el porche. Está rodeada de naranjos y limoneros, huele a azahar todo el rato, una sensación tan placentera como comer chocolate sin descanso.
También estuve en Benidorm un día. Llovió tanto que compramos chubasqueros de plásticos de colores y paraguas. Los niños parecían cirujanos enanos en Festilandia, mi paraíso infantil. No se pudieron montar en nada porque los trabajadores estaban pasando las fregonas y achicando agua, pero jugamos a las máquinas. Te dan puntos en cada una. Después de gastarte 500 euros, consigues 3 llaveros que les cuesta elegir a los niños unas tres horas en el mostrador de titos estilo bazar oriental que tiene los premios.
Benidorm no está hecha para la lluvia. Resultaba algo deslucida la ciudad de la alegría. Tampoco me comí un gofre de Manneken Pis, los mejores del mundo para mí. Cuestión de mala organización. Comer un gofre de chocolate es un acto complicado. Nunca es buen momento porque como plato único no me funciona, claro, pero a nada que coma antes, aunque sean unos calamares, me sienta mal el gofre. Ando siempre con miedo al gofre que me cae pesado.
—Haces un esfuerzo para ir a pilates todas las semanas y no lo haces para comer un gofre una vez al año que te encanta. Hay que hacer esfuerzos por las cosas que nos gustan—me dijo C. Es muy listo C.
Volvimos y diluviaba sobre el mar, caía como una manguera de agua. Luego salió el arcoíris sobre el horizonte y el azahar olía aún más intenso. Cuando oscureció, buscando con los niños una estrella fugaz en el cielo, vimos nuestro milagro. Al principio era solo una estrella rara en movimiento. Luego un gusano de luz que se estiraba: 27 estrellas en total. Por supuesto que pensamos que era un ovni. Somos gente de fe en lo extraordinario.
—Qué hostias es eso.
—Mamá ha dicho hostia.
—Calla, que esto es histórico.
Pensé que venían los marcianos y no tenía la mochila del fin del mundo en la playa, pero recordé que C. justo me había regalado una navaja ese día. ¡Qué a tiempo! Unos segundos de felicidad absoluta. De milagro. Todos en pijama y calcetines en la arena. Luego nos dimos cuenta de que podría ser el Starlink. No nos restó mucha magia, porque ver cómo se despliegan los 27 satélites en el cielo a miles de kilómetros me parece un milagro casi igual a los ovnis. Los habían lanzados desde Cabo Cañaveral hacía horas. Estábamos en estado de euforia cuando justo salió una enorme luna roja sobre el mar.
—¡Es la luna de sangre!—gritó uno de los niños sobre excitado por nuestra propia alegría.
—Mamá, yo me quiero ir a la cama ya—contestó otro que bordeaba la angustia existencial con tanto evento paranormal.
Demasiadas aventuras. Y helados. Lo entiendo. Yo también tengo bajón ahora. Me he traído una cajita llena de azahar a Madrid. Empieza a oler a pocho, como yo, pero todavía aguanto, aunque ya he comprado lotería y he leído a Madame Claireboyant: “Esta semana, reflexiona seriamente no solo sobre el tipo de persona que eres, sino sobre el tipo de persona que te gustaría ser”.
Mira, Madame, rica.
Amaya Ascunce
Si te gusta leer esta newsletter piensa en suscribirte:
¿Cuáles son las condiciones? Es un sistema de suscripción voluntaria. ¿En qué consiste? Hay una suscripción mensual, otra anual y miembro fundador. Y todas dan acceso a dos cartas al mes.
¿Por qué? Para dar valor a este trabajo. Me gusta escribir. Me gusta aún más conectar con otra gente que esté al otro lado pensando algo parecido. Me encanta que me digan que han vuelto a leer gracias a mis recomendaciones. Pero esta carta ha necesitado todos los ratos libres de mi semana previa a las vacaciones para escribirse. Probablemente falte algo en mi maleta de la playa a costa de estas palabras.
Si quieres formar parte de este club voluntario:
Hola, Amaya:
Tengo dos recuerdos de lluvia en vacaciones, que me durrán para siempre.
Con mi familia en Burriana, donde mis tías las solteras, una lluvia de esas de Levante, que el agua llegaba a las pantorrillas, en un pueblo en el cauce de cuyo río hay unas porterías de fútbol y de llama Río Seco. Nos fuimos a comer boquerones con los pantalones remangados.
El otro, con la única novia de verdad que he tenido, en Ronda. Siendo de Pamplona, teníamos los impermeables en el coche, sin siendo verano, por si acaso, y nos reíamos de los demás turistas domingueros desgraciados. Había un ambientico como del bar de San Miguel de Aralar, en la excursión de la ikastola.
Ahora que me acuerdo, lo mismo pasó en Girona capital.
La lluvia en vacaciones no se olvida.
Tu hija lo va a recordar.
¡Ohhhh, para mí también son los cobres del Maneken pis los mejores del mundo!