Esta carta tiene pinta de que va a ser una birria. Estoy improvisando. No iba a mandarla porque estoy de vacaciones y me ha pillado con el pie cambiado. Pero a la vez pienso que menuda manera más desinflada de empezar 2025. Luego no le puedo andar pidiendo milagros y buenas voluntades por mi parte a un año al que no respeto desde el principio. Así que vamos.
Estoy en casa de mi madre y a tope de planes, amigos, familia y excursiones, hasta he pisado nieve y he comido un bocata de chistorra a más de 1000 metros de altura. Tengo una agenda que parezco un ministro. Intento hacer en una semana lo que no me da tiempo en meses. Así es la Navidad. Tiene un punto de emoción y otro punto de, por dios, que se pase ya que necesito estar sola y pensar y no comer nada más en tres meses. También estaría bien volver a ser la adulta que soy siempre sin encajar en todos esos roles que uno tiene cuando vuelve al lugar donde ha crecido. Porque puede que yo sea una persona muy distinta de aquella, pero algo me agarra la tripa y, sin querer, me voy pareciendo a mí misma hace 25 años. Es como si se me pegaran todos los fantasmas del pasado. Me debato entre la ansiedad, las ganas de hacerlo todo y la nostalgia. A veces parezco un niño que ha dormido poco y ha tomado demasiada azúcar, que también.
Además, Pamplona se ha puesto muy tremenda. Hemos estado seis días a 2 grados de máxima y sin ver el sol. Todo te lleva hacia los pensamientos interiores y la introspección. No invita a mucho jolgorio la niebla baja. Ayer entré al baño de un bar universitario y había una pintada: “En Navarra cualquiera se deprime”. Le conté al volver a la mesa a C. una anécdota de mi primer día en la universidad. La vicedecana de Periodismo nos explicó a los trescientos alumnos de primero cómo era hacerse un amigo navarro:
—Mirad, cuando un madrileño se siente al lado de, pongamos por ejemplo, un malagueño le preguntará: ¿Cómo te llamas? Y el malagueño le dirá que Paco y también le preguntará su nombre y de dónde es. Y luego se contarán qué hacen en este aula, de dónde son ellos y sus padres y qué esperan del futuro. Hablarán de sus pueblos, sus gustos y el último libro que han leído y sobre algo que no soportan comer. Los dos sabrán de qué equipo de fútbol son y si tienen alguna fobia. Casi seguro habrán quedado para tomar algo después. Pero tengo que advertiros que si os sentáis al lado de un navarro y le preguntáis ¿Cómo te llamas? Lo más probable es que os conteste “¿Pues?”.
Hubo risas en el aula y ella terminó: “También os prometo que, si conseguís haceros amigos de un navarro, tendréis a alguien leal para el resto de vuestra vida”.
Nunca he sabido si ese mito es real. Se dice mucho eso de las navarras y navarros. No sé si es una compensación a la reserva inicial. Aunque yo conservo bastantes amigas desde los cuatro años y he conseguido ver a algunas estos días. Imagino que sí es una forma de lealtad, al menos a quienes fuimos. Es muy fácil sentirse en casa en media hora de café con ellas. No necesitamos mucho más. Somos las mismas de alguna manera.
Otra cosa que comparto con la adolescencia: las discusiones con mi madre. Prometí a M. no hacerlo. De momento no nos ha visto discutir que es casi lo mismo. Pero todos sabemos que no exactamente.
M. está muy contenta porque hay un tiovivo aquí al lado y es gratis montarse. Eso permite muchas más vueltas que cuanto tenemos que pagar los habituales 5 euros que vale un viaje en cualquier cacharrito. Al principio pensé que el no tener que pagar le iba a quitar emoción y valor. Estaba equivocada. El exceso de vueltas y el tener repetir caballito cada vez no ha reducido ni un poco sus ganas y su entrega.
Pensaba, viéndola dar vueltas en la taza loca por tercera vez, que si yo viniera a Pamplona cada semana, todos estos sentimientos se aplacarían en la normalidad de disponer de la gente y los lugares todo el rato. De alguna manera dejarían de ser viajes al pasado y quizás se integraría quien soy y quien fui.
Luego, por fin, ha salido el sol, me he sentado en un banco a calentarme, me he quitado los guantes y el gorro y he sonreído. Igual los navarros parecemos muy reflexivos y solo es mal clima.
Feliz año
Amaya Ascunce
P. D. 1 La pintada está en la puerta del baño de mujeres del Shamrock.
P. D. 2 También os digo que tenemos que aprender mucho de esta ciudad. Está tan limpia y verde y ordenada y tan cívica y educada que tiene algo de viaje al futuro. Ojalá.
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Feliz año Amaya. Como te entiendo con lo del sol. Vivo en Luxemburgo donde en invierno escasea así que la vuelta a casa, zaragoza, por Navidad y su niebla no es lo mejor. Entre la falta de sol y la vuelta a mi habitación de adolescente, no es la mejor época para volver. Vuelvo en cierto modo por un sentimiento de culpa de cara a mi madre … vuelvo más feliz a Zaragoza en cualquier otra época del año. En mi caso la Navidad está sobrevalorada.
Nada que salga de tu puño puede ser una birria.
Bonito viaje. Feliz año ❤️