El karma
Todos creemos que somos buenas personas. Y no sé si es posible. Yo misma me creo que intento ser buena persona y ando jodida porque el karma me la tiene jurada últimamente. Me tiene sometida a un sabotaje continuo y absurdo que me va minando con pequeñas cosas.
El viernes pasado lo pensé. Llovía. En realidad, desde hace una semana y media. Tengo dos personas pasando unos días en mi casa a las que prometí que Madrid es un lugar super soleado. “No sabéis qué cielos tiene Madrid”. El día que escribo esto os prometo que ni un día ha salido el sol. Es más, el día que llegaron había caído la famosa tormenta de arena. Believe me, decía yo, a sunny city. Really, really sunny.
El miércoles me robaron el catalizador del coche. Lo serraron. Yo no sabía que ni qué es, para qué sirve, que te lo pueden robar y que cuesta un huevo. Pero al arrancar, sonaba como si fuera a conducir a un rally. Así que tuve que ir a la policía. Hablar con el seguro. Llevar el coche al mecánico. Por supuesto también había comentado lo segura que es Madrid a mis invitados. Believe me.
Al día siguiente, mi otro coche empezó a no pasar de 40 kilómetros hora. Me costó un rato darme cuenta de que no es que yo no supiera acelerar. Un rato largo. Hasta que llegué a una cuesta y el coche se quedaba casi parado. Sudores, angustias, bocinazos. ¿Quién iba detrás de mí? El coche de la policía municipal. Buenos días, señor agente. Les hice subir a 20 por hora una cuesta que yo no recordaba tan larga.
Cuando conseguí que viniera la grúa. “Uy señora esto tiene mala pinta, a barato no suena”. Believe me. Me fui a recoger a mi hija sin resuello, con escasos 5 minutos de tiempo. Llegué sudada. Y por supuesto empezó a diluviar, la tormenta de la salida del cole la llaman. Me vi con ese paraguas enano de Peppa Pig, con orejas rosas tamaño XL, los pies mojados, dos coches en el taller a punto de salirme a doblón, y pelos de zumbada porque la humedad va fatal para alguien que debería haber ido a la peluquería hace ya cuatro meses. Y me di tanta pena… Esa lista de pequeñas cosas que me hacen la vida incómoda como que creo que han cambiado el símbolo de admiración de mi teclado del teléfono, y ahora solo pongo paréntesis. O que me dejo el ratón siempre en la oficina y acabo con el pulgar inflamado por la tendinitis cuando teletrabajo. El cabo de una de mis velas preferidas se ha hundido en la cera caliente. He sido incapaz de leer un capítulo de un libro que me ha encantado. No pude soportar la desazón. También se me ha acabado uno de mis 52 perfumes favoritos… Pobre de mí.
Un rato después me contaba una conocida que una pareja de ucranianos amigos suyos se habían ido de Kiev deprisa y corriendo con su bebé de 9 meses y llevaban un mes viviendo en un resort en las montañas con miles de personas que huyeron de la ciudad porque sentían que allí estaban algo más a salvo. El pequeño tiene alergia a la proteína de la leche y su madre andaba muy preocupada porque no sabían cuánto tiempo podían aguantar con la leche de fórmula especial que tenían y no conseguían comprar más. La persona que me lo contó, no sabía cómo ayudar a su amiga. A pesar de que a 200 metros de su casa actual hay dos supermercados llenos de leche apta para ese bebé. No tiene cómo enviarla.
No sé si me sentí mala persona, pero imbécil, sí. Believe me.
P.D. El libro que me ha encantado es El deshielo de Lize Spit. Pero tiene un capítulo insoportable. Me lo he saltado casi entero. Me ha gustado mucho el resto, habla sobre lo jodida que puede ser la infancia y, aún y todo, está lleno de humor negro. He pensado en un perfume muy raro mientras lo leía. Dent de lait de Serge Luttens, un aroma muy loco que huele a leche y a algo metálico que podría ser sangre. También a violetas y almizcle. Suena repulsivo pero a mí me gusta el olor, huele a cerrado. También me he acordado de Petite Cherie de Anick Goutal que está inspirado en el olor a piel de su hija. Huele a pera, a hierba, y algo de rosa. Dos tipos de infancias y de despertares a la adolescencia.
“Cuando entregamos los dibujos, nuestro padre no se esforzó mucho por negar que el mío fuera mejor. El único motivo por él que colgó también el dibujo de Tesje en la pared fue porque mamá le había dado ocho chinchetas y no cuatro. Siempre que comíamos, los teníamos delante de las narices, y entonces yo deseaba no haberme esmerado tanto”.
Los capítulos no están numerados, y hay tres con el mismo título, pero si lo leéis, no tendréis ninguna duda de cuál me he saltado casi al completo.
“¿Era por las personas como él que en un momento así, en el que algo se merecía el dolor de ambos, las personas como yo nos creíamos obligadas a sentirlo todo por partida doble?”
Me ha pasado varias veces, que estás sumida en tus gravisimos problemas del primer mundo y de repente te das de bruces con la realidad de otra persona que te hace darte cuenta de lo afortunada que eres.
Recuerdo especialmente cuando estaba agobiada estudiando para selecctividad y en la oficina de Correos de Pamplona una señora me pidió ayuda para rellenar un formulario, ¡porque no sabía escribir!
Lo mejor de tu post: "Creo que intento ser buena persona". Me gusta el "creo" y el lo "intento". No te imaginaba diciendo eso de: "Soy buena persona". En realidad no me gusta la gente que piensa de sí misma que lo es. Es oírselo decir y pensar: "Echa a correr". Como fiel creyente en el Karma yo también intento ser buena persona cada día y gracias al karma, no soy peor todavía.