Uno espera de las vacaciones cierta perfección. Pero en vacaciones te pasa lo mismo que en la vida normal solo que no madrugas y eliges qué hacer con tu tiempo. No me quejaría. Me parece una buena definición de mi estilo de vida perfecto. Solo me falta el dinero en esa ecuación.
Veo el mar ahora, mientras escribo, y busco casas. Las quiero poseer todas. Pero me he dado cuenta de que no soy la única. Casi toda la gente con la que hablo que está de vacaciones me comenta cuánto vale una casa donde están alojados, incluso en un pueblo feo de interior caliente como una sartén. “Podría comprarme algo por 50 mil y reformarlo. Solo está a 4 horas de Madrid, y por las noches refresca”, me dice mi amiga. Cada vez que visito un pueblo nuevo miro en idealista las casas que se venden. Pienso en por qué hacemos eso. Mi amiga y yo. Y creo que queremos poseer esa vida. Esa posibilidad. No la casa. Es la manera más directa de poder comprar un trozo de otra vida, de asomarse a ella y nos parece más perfecta que la nuestra. O eso creemos porque te puede pasar como con las vacaciones. Que la vida normal también sucede en vacaciones.
A nosotros nos robaron en la playa. Tengo la teoría de quién. Claro que no tengo ni una sola prueba. Por eso a la guardia civil no le hice partícipe de mis suposiciones. Pero tengo un sospechoso. Es un señor con pinta de italiano y de haberlo dado todo en el Coco Loco de Gandía de hace 20 años. Es moreno. Prieto. Arrugado. Lleva una melenita por debajo de las orejas con una especie de mechas rubias y unas ondas que, si no tuviera la pinta de ex drogadicto que tiene, podría parecer un surfista. No lo parece. ¿De dónde nacen mis sospechas? El día que nos robaron el bolso de la playa nos miraba mucho dentro del agua, tanto que pensé: ¿le gustará mi marido? Porque yo, en bañador con una criatura de 20 kilos a los hombros y saltando las olas, chamuscada por el exceso de horas al sol, tengo claro que no era. El caso es que cuando salimos, no había bolso y no había tampoco supuesto italiano. Ummm. Sospechoso, lo sé.
Típico follón de anula tarjetas, bloquea el móvil, habla con la poli, y aún más follón: cambio de cerradura de la puerta. Resulta que las llaves del apartamento llevaban escrita la dirección en el llavero. La de la agencia de alquiler empezó a dudar de su sistema para no mezclar llaves de apartamentos.
Llamo por teléfono a la policía, me dice que vayamos a un cuartel determinado para poner la denuncia. Vamos al cuartel y le explicamos la situación:
—Señora, aquí no tendría que venir—me dice un chico, al que le echo unos 15 años de edad, después de abrirnos.
—Pues es que su compañero por teléfono me ha dicho que era aquí—le explico sonriente.
—Aquí es a veces, pero hoy no—contesta el tipo todo serio.
—¿Nos vamos entonces?—le preguntó desorientada y ya sin sonreír.
—No, ya que han venido, les tomo yo la denuncia. Pero aquí es otros días y a otras horas.— Es un tipo poco concreto. Juega al misterio.
Pasamos a la sala de espera. Mi hija me dice:
—¿Por qué el policía está tan serio? ¿Está enfadado?
—Eso parece.
—Igual quería echar la siesta dice ella. Como cuando yo no te dejo y te pones seria—me dice.
—Habla bajito, nena, ¿echamos un UNO?—le digo para que no siga hablando porque me la conozco.
Odio el UNO. He llegado a pedir el día sin UNO en vacaciones. Cada día elegimos el plan uno de nosotros, y el mío era solo no jugar al dichoso UNO en 24 horas que, además, tenemos la versión acuática que nos regaló mi hermana para poder jugar en cualquier lado. También dentro del agua (gracias S., corazón, corazón).
Cuando han terminado de rellenar la denuncia, viene y me pregunta a mí como testiga:
—Entonces usted no vio nada. ¿Nadie sospechoso?
—No, nada de nada. Es que hay tanta medusa que estábamos concentrados en que esquivarlas, sobre todo por la niña—digo, pero entonces se me aparece la cara del supuesto italiano supuesto ladrón. No sé por qué. Le veo mirándonos claramente dentro del agua. Y luego ya no lo veo. Como el bolso. ¿Coincidencia? No lo creo.
—Bueno, pues si aparece, le llamamos a usted, a su número, que sí tiene móvil—no sé si es un tipo muy obvio o cree que somos idiotas por no saber cuál era el cuartel adecuado.—Pero para cualquier duda o añadir datos, no me escriban a mí, ni llamen. Se van al otro cuartel. El que abría ahora. No, nosotros. En realidad, les llamarán ellos. A su móvil.
Salimos. M. que tiene 5 años me dice:
—Mamá, ese poli me da mal rollo. Está súper serio. Además, aquí no tienen perros.
A M. la visita al cuartel le ha defraudado porque para ella todos los policías tienen perros y era toda su motivación para ir. La cartera le importa un pito. “Pues compramos otra” dice (nota mental: aprender de su lógica).
En el coche le comento a C. mis sospechas. Resulta que él también se ha fijado en ese mismo tipo. Sospechamos juntos.
Al día siguiente, estoy en el balcón mirando el mar desde nuestro balcón cuando, ¡sorpresa!, el supuesto italiano está justo en frente y me está mirando. Sé que no estaba mirando a mi marido porque el pobre estaba buscando en los contenedores del pueblo a ver si aparecía su cartera con la documentación. El supuesto italiano supuesto ladrón, solo lleva una sombrilla y disimula cuando le pillo mirando al balcón. No diréis que eso es justo lo que haría un culpable que además tiene la dirección exacta de tu casa porque lo pone en llavero que te ha robado. El supuesto se va a la playa, creo que silbaba: “Esta sí, está no”, de Chimo Bayo. ¿Estaba vigilando el piso? o ¿soy una flipada y solo es un señor demasiado moreno y cotilla que va a la playa? Probablemente. ¿Me invento también una vida en todas las casas que me compraría? Por supuesto. ¿Me las voy a comprar? De ninguna manera. ¿Me lo paso bien? Sin duda. ¿La vida sería mejor en esas casas? Vete tú a saber. Pero qué sería la vida sin jugar a a esto, a imaginarse todas las posibilidades que sí y las que no, las otras casas, historias, vida… ¿Qué sería? Un puto rollo, como el UNO.
Amaya Ascunce
P. D. 1 No entiendo por qué no escribo ficción con las películas que me monto.
P. D. 2 Cada vez que voy a escribir un taco me acuerdo de mi primera editora que me decía que los tacos quedan mal escritos y envejecen peor. También me acuerdo de mi madre. Pero ninguna me lee y odio el UNO de verdad.
P.D. 3 Tuve que madrugar a ver otro amanecer porque no podía usar esa preciosa y perfecta foto de fondo de pantalla de móvil para el resto del año sin acordarme del supuesto italiano, del cuartel, y de unos 50 contenedores de basura.
Fue aún mejor, pero me crucé con el tipo que limpia la playa con un tractor y tenía cara de “Otro puto amanecer” mientras rastrillaba la arena.
La vida es así. Como yo pensando que prefería los atardeceres, cuando lo que pasa es que soy una vaga que odia madrugar. ¿Pero cómo va a ser mejor algo que esa luz recién estrenada? Y toda esa promesa por delante y el mar, que te crees que siempre es el mismo y cada día amanece como le da la gana. Que te cambia el color, el movimiento, el olor, la temperatura, tu propia piel que es otra, y, por supuesto, las promesas.
Y estás tú ahí, con 45 años, descubriendo que, sí, que el amanecer te gusta aún más. A pesar del madrugón.
Me imagino que es porque no conduzco un tractor.
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Desde luego es de película!
Ya te digo yo que quienes vivimos en esas casas de la costa somos gente normal con casas normales y vidas comunes, sólo que, con suerte, nuestras ventanas dan al mar ;)
Me he reído. Yo también fui al Coco Loco de Gandía de hace 20 años, aunque no parezco surfista ni robo carteras.
Vaya experiencia.