Leo el último mensaje de WhatsApp de mi club de lectura. Dicen que si hubiera una guerra nuclear se podría sobrevivir solo en Nueva Zelanda o Chile. Pienso que igual me pilla de viaje por allí y me salvo. Es un tic intentar salvarme de cualquier escenario. Mi club habla del tema por el libro Guerra Nuclear de Annie Jacobson, que va directo a mis libros pendientes.
“La intranquilidad y la neurosis no son excepciones ni enfermedades, sino nuestro estado más básico, porque si tuviéramos la capacidad natural e innata para vivir en armonía aquí y ahora, nuestros antepasados habrían sido devorados y exterminados antes de conseguir salir reptando del mar. Estamos aquí porque descendemos de una lista interminable de neuróticos inquietos que no se rindieron, que a base de ensayo y error y fracasos y angustia y noches sin dormir descubrieron cómo conseguir que sus hijos sobrevivieran y cómo defenderse de los animales salvajes”. Nina Lykke Estado de malestar
Me gusta un poco este enfoque, claro, me viene bien. No soy mucho yo de creer en proyectar y la mística del optimismo. Una vez intenté esos ejercicios que te hacen visualizar lo que quieres para que se haga realidad. Yo quería pesar 5 kilos menos y me dio una gastroenteritis horrible. El universo y sus cosas. Solo perdí muchos líquidos y las ganas de vivir. Yo querría creer eso de que el universo te da lo que necesitas. Sería más feliz y escribiría newsletters menos deprimentes. Yo los veo, a los que creen, cuando reciben un mojón del universo y andan pensando: este mojón era para mí, me va a hacer más fuerte, seré mejor gracias a este mojón, si el universo me lo da, es que es justo lo que necesitaba. Casi siento envidia. Yo solo puedo pensar: “Menudo mojón”.
Lo único medio místico en lo que creo es en la energía de las personas. Algunas me enferman físicamente: el olor, la mueca, el aliento. Hay algo que me resulta contaminado en ellas. Me cuesta explicarlo desde mi propia racionalidad, pero he llegado a tener nauseas o ganas de ducharme después de estar mucho tiempo con ellas. Cuanto más sonríen, peor sensación tengo.
Creo que existe una predisposición a la bondad (lmnecesito creerlo) pero conozco gente que no puede cuestionarse ni una esquinita de sí mismos porque entonces todo caería. A su lado, me pongo a la defensiva. Quiero salvarme. No quiero que me toque su energía. No quiero estar en un foco. Creo que ellos sí saben proyectar. Seguro que tienen el poder de producirme otra gastroenteritis.
He leído una novela muy rara: Love me tender, de Constance Debré. Cuenta la historia de una abogada que deja a su marido y su trabajo para escribir y empieza a salir con mujeres. Él quiere quitarle a su hijo en común y la denuncia. Está escrito de una manera dura e incluso fría a pesar de que, por lo que podido leer, es de alguna manera su historia real.
“Ese día, después de despedirnos, mientras voy caminando a la estación para coger el tren sola, se me ocurre que en la vida siempre nos cruzamos con el diablo, porque es necesario conocer la experiencia del mal, del mismo modo que hay que conocer la del amor, la del deseo, la de la tristeza. Se me ocurre que el demonio no es un monstruo rojo con una horca, sino que es familiar lo más familiar posible, es un demonio que apenas da miedo, un demonio de mi altura, no mucho más fuerte que yo, un tipo perdido, un pobre diablo”.
La protagonista nada, tiene sexo con mujeres, malvive y espera que la burocracia le permita volver a ver a su hijo mientras analiza sus elecciones, el dolor, el lesbianismo, el deseo y la idea de la maternidad.
“No soy una madre. Por supuesto que no. ¿Quién querría serlo? Aparte de las que han fracasado en todo. Que han fallado tanto en todo que solo han aceptado este estatus para vengarse del mundo. Hay gente que cree que es así. Mujeres que se consideran madres porque tienen hijos. Hombres que piensan lo mismo de las mujeres, abuelos aburridos. O bien padres que quieren ser madres, como Laurent, para vengarse de las mujeres que no son mujeres, como yo. Madre es algo peor que mujer. Es un poco como una criada. O un perro. Pero peor. Más malvado. Basta con abrir Instagram para comprenderlo. O bien viajar en tren y ver a las madres metiéndose con sus hijos, riñéndolos por todo, encaramándose a su pequeño poder sádico de madre, humillado-humillador, un poco como los proletarios con los subproletarios, al menos en sueños. Es asunto de todos los que quieren creer en esta historia de que las mujeres tienen un vínculo con la Luna, con la naturaleza, con el instinto, que las obliga a atenerse a la maternidad y a renunciar ser ellas mismas. A mí no me interesa. La madre no existe”.
Incómodo de leer, a ratos molesto. Me ha gustado. Me estaba costando terminar otro libro y me lo recomendó mi librera (Marina de Muga) y ha sido un desengrasante. He vuelto a las andadas y ya tengo otros tres libros en movimiento.
Guerra nuclear, maternidades dramáticas, mojones y malas personas… A ver si levanto esto.
Estuvimos en Disneyland París y fuimos muy felices. La energía en Disney ¡qué gozada! Es todo eléctrico. La gente, ese movimiento constante, cierta prisa, trajín, las expectativas y un volumen de alegría bastante inusual.
Está bien eso de ponerse de acuerdo mucha gente en disfrutar de algo. Me resulta confortable esa disposición social a la alegría, aunque sea en escenarios inventados. Todos esos niños a punto del colapso emocional entre tanta pompa de jabón y canciones repetitivas. Vivimos un mundo en el que la amenaza de una guerra nuclear y un parque dedicado a la diversión y la magia existen a la vez. Y nosotros también.
Amaya Ascunce
P.D. 1 Volé sin miedo. Sin sujetar el avión y sin ansiolíticos. Fue la leche. Incluso miré por la ventanilla al despegar. ¡MAGIA!
P.D. 2 He escrito un artículo sobre el viaje para gente que viaja con niños y no es muy organizada. Por si estáis en ese target.
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Qué maravilla leerte un domingo por la mañana. Gracias !!
Qué bueno hubiera sido que Disney hubiera acabado en Pego, Alicante, donde no hace tanto frio ni hay tanta lluvia.... Una oportunidad perdida.