Lunes. 7.30 de la mañana. Atasco en la M30. Está oscuro. Frío polar. Conduzco y pienso en la reunión de la tarde. Un lunes al mes tengo una de esas reuniones de estatus que siempre me producen tensión. Sería mejor tenerla los martes para que la semana entrara de manera más amable, pienso. Pero recuerdo cuando el profesor de autoescuela me preguntó en mi primera clase de conducir si prefería “poco a poco” o “de golpe”. De golpe, dije. Acabé en la M40 sudada y a punto del colapso, pero de ahí todo fue a mejor. La reunión, mejor los lunes. De golpe.
Veo una preciosa luna llena como un globo sobre el atasco. La luz del amanecer nos hace creer a todos los que estamos en ese atasco que tenemos todavía una posibilidad de tener un día fantástico. Por qué no. Esa luz está llenita de posibilidades. Es apenas una luz intuida. Recuerdo que he soñado con mi abuela Aurora. Estábamos en la consulta de un médico y charlábamos sobre mi dolor de espalda. Me decía que, tranquila, que como todos a mi edad. Me sentía bien. Suena Dyan de Le Ren y siento un latigazo de felicidad. La felicidad siempre me resulta poderosa. Todo me parece relativo, moldeable y poco importante. Ojalá tener esta actitud todos los días. Llego a la oficina. Una rayita naranja avisa de que el sol saldrá un día más. Todo bien, pienso. A por el lunes. De golpe.
Sé cuál ha sido la chispa que ha provocado este mini incendio. El domingo por la noche, al darle las buenas noches a M. me preguntó como siempre: ¿Quién teletrabaja mañana? Al decirle que yo no, con voz de pena, me dijo: “Hasta la tarde, mamá”. Eso significa que madrugo mucho y no nos vemos. No llevo bien eso. Tener una hija y una vida y que esa vida solo suceda a partir de las 6 de la tarde. En realidad, a las 7 que es cuando consigo llegar a casa. No entiendo que este sea el sistema. Defiendo mis miércoles de teletrabajo con mi vida porque me permiten llevarla al cole y poder ir por la tarde a pilates. Los viernes puedo recogerla y juntas vamos a nadar. Así estamos. Menuda mierda. No tener acceso a nuestro propio tiempo, a nuestras vidas porque, ya sabes, así es el sistema que hemos montado.
Pero el lunes por la mañana ella se despertó antes. Charlamos un poco en la cama. Le dije que había soñado con mi abuela. Le preparé el desayuno. Nos abrazamos. Nada enorme. Suficiente para que ella se quedara conforme. Yo también. Suficiente para el latigazo, y la luna llena y el frío, que a mí me activa. Todo bien.
Esta sensación me acompaña toda la semana llena de logística extra porque tenemos un viaje sorpresa este finde. Había pedido cosas por Internet y no han llegado. Bajo corriendo a la tienda más cercana a mi casa. Digamos que ahora soy la señora loca de lo térmico. “Pero ¿a dónde va? señora”, me dice la chica cuando busco por los burros cualquier cosa térmica. “No se lo puedo decir”. M. me mira sorprendida después de que le haya comprado unos leggins negros térmicos para runners. Lo único que tenían. Y calcetines, también térmicos, algo grandes.
Si todo ha ido bien, y he conseguido levantar el avión, en este momento estaremos en Disneyland Paris muy abrigados y con pinta de runners. Llevamos una semana preparando todo en secreto y tratando de evitar los virus. Hemos viajado con mocos seguro. Pero tuvimos suerte y vomitamos la semana anterior. Todo bien. Todo me parece relativo, moldeable y poco importante hasta la ansiedad por volar. Menos conocer a Frozen.
Amaya Ascunce
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Espero que estés disfrutando con tu familia del fin de semana sorpresa y muy bien lo de prepararse para el frío, tengo unos amigos que fueron con sus hijos en febrero y temieron que los peques perdieran las orejas por congelación. Yo también me pongo muy nerviosa cuando voy a emprender un viaje, hay momentos en que incluso me arrepiento de haberlo organizado, pero luego me puede la vena disfrutona y se me pasa. Siempre digo que los viajes se hacen al menos tres veces, cuando se preparan, cuando los haces y cuando los recuerdas.
Precioso. Me ayudará a ponerle magia a mi trayecto a la oficina de este lunes.