“Hijas designadas por misteriosas fuerzas para solucionar las vidas de sus madres. Hijas todopoderosas con la heroica misión de ayudar y salvar a sus madres. Hijas teniendo que cumplir las metas vitales soñadas por sus madres. Hijas sintiéndose responsables. Por todo, por todos y en el nombre de todo. Siempre. Madres sintiéndose culpables. Por no llegar, por no ser el icono de perfección, por fallar. Hijas haciendo sentir culpables a sus madres por no haber sabido”. Las hijas horribles, de Blanca Lacasa
Ha sido el cumpleaños de mi madre y no he estado con ella. Creo que es la primera vez. El puente de la Inmaculada y la Constitución me facilitan ir, pero este año solo había fiesta el viernes, y yo estoy cansada, y me han sacado dos muelas del juicio, y en Navidad voy a ir una semana, y ella acaba de estar aquí, y lo que tú quieras, pero me siento culpable. Ser hija a distancia, y más cuando los padres se hacen mayores, es sentir que nunca estás donde tienes que estar.
Ya he pasado por eso cuando mi padre estuvo enfermo: ir o no ir. ¿Es grave? ¿Es necesario ir? ¿Voy rápido o puede esperar al fin de semana? ¿Me cojo días? ¿Gasto ahora mis vacaciones? ¿Las voy a necesitar más adelante? Nunca lo sabes. Luego está tu propia vida. Tu familia. Tu propio cansancio. Sin la urgencia, pasa igual. Diría que es aún peor porque lo externo no es tan determinante, no marca la obligatoriedad de ir. A veces quieres ir para acompañar en una semana tristona o por un catarro algo largo, acompañar en esa soledad que nunca se llena, da igual la gente que haya. Pero ir supone esfuerzo y una logística, supone darle al pause a tu vida. A veces incluso simplemente no tienes ganas, y esto es muy jodido porque estamos educadas en el querer y cuidar. Mi madre nunca me echa en cara que no vaya, pero eso no importa. No me importa.
“De hecho, los sentimientos de culpa son los grandes agresores de la salud mental de las mujeres, ya que en su cuerpo y en su mente están siempre en constante deseo de perfección para ser aceptadas y queridas por los que las rodean”. De Mujeres invisibles, de Carme Valls Llobet
La cita aparece en Las hijas horribles, de Blanca Lacasa. Lo leí hace tiempo, pero me ha costado traerlo aquí. El libro habla de la relación madre e hija (oh sorpresa). Y me ha costado porque yo he escrito cientos de tonterías sobre la relación con mi madre. Le puse humor y cariño (y ganas de forrarme) pero todo tenía la semilla de la tensión que he leído en este libro.
“Puede que ahí radique la fuente, sino de todos los males en las relaciones maternofiliales, si de gran parte de ellos. En esa incapacidad de ser libres de vernos independientes, subyace una necesidad casi imperativa de sentir que pertenecemos a alguien. Y quizá uno de los primeros requerimientos sería mostrar nuestra verdadera identidad, frecuentemente sepultada por mandatos de género. Ser quienes somos. Abandonar de una vez por todas ese simulacro que nos hace comportarnos como las hijas que quizá no somos, esperando unas madres que probablemente no tengamos, para también liberarlas a ellas de conducirse como las madres y las mujeres que no pueden ser suspirando por las hijas que no tienen”.
El libro de Blanca Lacasa habla de algo tan complicado como las malas madres: las malas hijas. De la tensión, la incomprensión, la culpa, la inseguridad, los cuidados, las expectativas, del amor asfixiante, del amor dependiente… Y lo hace, sobre todo, a través del testimonio de muchas mujeres. Es muy incómodo de leer en algunos momentos y también liberador.
“Mi madre pone en duda que yo sepa organizarme. Me pregunta frecuentemente que si como, no que qué como, sin simplemente si me alimento”. Alejandra 48 años.
“Ay, hija ¡ese pelo!” Ana 44 años.
“Si estamos en su casa y mi hija no quiere comer más, le digo que lo esconda y que lo tiremos a escondidas. Lo que sea con tal de evitar un posible enfrentamiento”. Celia 49 años.
“Pensé que si no lo hacía bien, no me iban a querer”. Ana 44 años.
“Creo que, para tener una relación sana con tus hijos e hijas, es fundamental saber que esa relación está programada para acabarse”. Sol 40 años.
“Siento que con mi padre puedo ser persona, que se me permite ser adulta. La faena con mi madre es no poder dejar de ser hija”. Gabriela 44.
Me sorprendió esa idea de dejar de ser hijo. O incluso “dejar de tener” un hijo cuando se hacen mayores como una forma de liberación, no tener que educarles, ni ser responsable. Debe ser como leer una historia desde fuera. Con amor pero sin intención de protagonizar nada. Lo he visto más en los padres.
“Quizá la trampa ya asome en ese misterio, en esa mística de la maternidad, que según Simone de Beauvoir, hace aparecer a las madres, a los ojos de los niños, como figuras dotadas del poder mirífico de las hadas. Colocar a las madres en ese pedestal de omnipotencia, deidad y perfección, lejos de hacerlas más poderosas, las vuelve más frágiles”.
También he leído Los parques de atracciones también cierran en el que Angeles Caballero cuenta la enfermedad de sus padres y cómo su vida transformó en los años en los que cuidó de ellos (con su hermana en la distancia).
“Yo entonces ya vivía a base de parches. Con esa sensación instalada en mi cabeza y en mi cuerpo de que no hacía nada bien. No era buena periodista, tampoco buena madre, no digamos esposa, tampoco hija. No llegaba. Cuando trabajaba atendía llamadas de mis padres, cuando criaba llegaban los correos electrónicos, más peticiones desde Getafe. Sin tiempo para amigos, para depilarme las piernas, para engancharme a una serie, para estar al día con los deberes y con lo que pasaba en el mundo. Un poco ajada, un poco gastada, también sin tiempo para quejarme”.
Me dio mucha ansiedad leerlo porque pienso en qué puede pasar cuando mi madre sea más mayor y pienso en no llegar, no hacer lo suficiente, ser egoísta, faltar, estar lejos.
De niña soñaba con que en el año 2000 tendría 21 años y sería el futuro de las películas. Daba por hecho que para el 2024 ya estaría resuelto el tema de la teletransportación. Podría ir a pasar la tarde a casa y volver a dormir a Madrid. Estaría dispuesta incluso a soportar que se meta con mi pelo cada vez me ve.
Amaya Ascunce
P. D. 1 Yo sigo sin forrarme y sigo escribiendo de madres e hijas. De esto solo podemos cambiar lo de forrarme. Se acerca la Navidad y tengo un libro muy pintón para regalar. La idea de ti, es un libro de no ficción sobre lo que creemos que nos va a pasar en la vida, y no nos pasa, sobre lo que le pedimos al cuerpo, al futuro, sobre la no maternidad, la maternidad y el amor, sobre el amor y ser vulnerables. Si no hubiera sido mío, estoy segura de que hubiera pasado por esta newsletter. Aquí se puede comprar. Esta feo que yo lo diga pero tiene 4.5 estrellitas en Amazon y no son de mis amigos.
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También puede pasar que sientas culpa por no desplazarte 600 km en el puente de diciembre. Y entonces pides a tu madre que si viene ella, y dice, ¿ya venís en navidad , no? Entonces te das cuenta que Toda la culpa que te pones encima no tiene sentido, porque pudiendo venir: tampoco viene. Creo que los que emigramos sabemos que los cumpleaños no hace falta celebrarlos el mismo día. Que las fiestas se celebran cuando se pueden, e incluso seremos más felices, porque agradecemos mucho más juntarnos que la mayoría de la gente que vive cerca de lo seres queridos. Haces bien en descansar. En quedarte en Madrid. Decirte Sí a ti, y no a los demás. Así será como enseñaremos a nuestros hijos, sobre todo a las que tenéis hijas, que para cuidar a los demás, primero tienes que estar tú bien. Un abrazo.
Hola Amaya, perdona el tuteo pero no puedes seguir así preocupándote por todo y por todos. Tengo 67 años, dos hijos independientes a los que procuro dejar vivir su vida sin agobiarles y sin dejar que me agobien y desde hace un año vivo casi todo el tiempo en casa de mi madre porque tiene 94 años, una insuficiencia cardiaca crónica y ya no debe vivir sola.
Estoy feliz porque la situación de cuidado me ha llegado ya jubilada y con pocas responsabilidades externas. He gozado de una madre independiente durante muchos años, a la que visitaba cuando podía y recibía en casa cuando ella lo decidía. Que me ayudó con mis hijos cuando lo necesité pero nunca hasta el punto de empeñar su vida, eso si, siempre pude dejárselos para una cena de pareja o un viaje especial de fin de semana.
Acompañarla en esta etapa no es sencillo, siente que invado su espacio y preferiría estar sola, enviudó hace ya 20 años y siempre ha sido muy independiente. Así que peleamos, discutimos y también charlamos, salimos a pasear y de vez en cuando nos damos un respiro porque es difícil sentir que tu madre no quiere tu compañía y para ella que yo haya usurpado su papel de dueña y señora de su casa.
Pero es lo que quiero hacer y lo hago libremente no porque sea buena hija sino porque es lo que quiero y afortunadamente puedo hacer. No te compliques la vida disfruta de lo que tienes ahora sin culpas y sobre todo pensando en lo que te hace sentir bien. Feliz Navidad.