El primer viaje de tren de mi hija en realidad fue mi primer viaje en tren con mi hija. Que no es lo mismo. No sé si ella recordará nada. No sé si le ha impactado. Me esfuerzo mucho en construir experiencias para ella pero creo que todas son para mí en realidad. Después de semanas azuzando la idea del viaje, creando juegos, leyendo libros, ella solo quería que le diera los Lacasitos que le había prometido. Bueno, y cantarle “que te ha pillado el carrito del helado” al azafato que pasó con el carro del servicio de cafetería y que tuvo a bien enseñarnos hasta las neveras del tren. Llevo demasiado lejos el juego, quiero que su infancia tenga magia, exotismo, novedades. Ella quiere chocolate y canciones.
En esa obsesión mía por dotar de narrativa a cualquier cosa, me empeñé en llevarla a ella y a mi sobrina a un parque de bolas juntas. No llegan a los tres años pero se lo había prometido por teléfono a J. que no consiguió trepar por la primera cuesta de aquella estructura. M. trepó, vaya que sí trepó, pero se perdió dentro. La oía gritar dentro: “Mamá, quiero salir. Ayuda”. Total que la narrativa acabó en que me raspé rodillas y nudillos metiéndome por un recorrido muy muy estrecho vestida con medias y un vestido corto, demasiado corto, según mi madre. Fue mi primera vez dentro de un parque de bolas. No repetiría.
El día que llevé a M. al zoo, la narrativa también me acabó jodiendo el recuerdo. Yo comencé a llorar al ver a los elefantes y no pude parar en todo el recorrido. Disimulaba como podía pero me moría de pena al ver aquellos animales que yo adoro (grandes, inteligentes, hermosos, poderosos, los únicos sin depredador en la selva, claro, si obviamos al hombre) allí encerrados, aburridos, porque se les ve aburridos. No digo que los cuidadores no los amen. Yo los amo ya. Pero ese no es su sitio y yo no debería ir a verlos. Me subía la mascarilla para que M. no me viera llorar. No aguantamos mucho. Cuando llegamos a ver el tigre albino (un puto tigre albino), nosotros le decíamos a M.: “Mira, nena, esto es el colmo, un tigre y albino, el exotismo, lo nunca visto, nena, ¿lo ves?” Acercamos el carrito al la valla y mi hija empezó a gritar entusiasmada. Por un momento nos creímos que aquella primera vez sí pasaría a su memoria. Pero M. gritaba:
- ¡Una hormiga! ¡Una hormiga!
Toda su sorpresa era por una hormiga que recorría con cierta prisa el barandado del tigre albino. Otra experiencia que no repetiría.
Un día le saqué una moneda de chocolate después de decir abracadraba y explicarle que era una palabra mágica. Ahora ella dice abracadabra cuando quiere que el gato baje de la mesa o que no haya colegio. También si tiene hambre pregunta si tiene galletas o salchichón en la oreja. La estoy liando.
Además, le anticipo demasiado los planes por no hablar de que es pequeña para muchos de ellos. Y al final creo que llega frustrada. ¿Mañana vamos en tren? ¿Y mañana? ¿Y mañana? ¿Cuándo es mañana? ¡Abracadabra por favor, mamá!
Hay que tener cuidado con intentar cargarlo todo de magia. Yo tiendo a hacerlo. Voy aumentando las expectativas, creo tensión, intriga, y claro, luego lo que sucede siempre se queda corto. Soy mi propia fuente de insatisfacción. No tiene precio.
Estoy leyendo un libro precioso de amor que funciona parecido. Él creía que ella era la leche y ella era solo ella. Que ya era bastante. Como el tren, es solo un tren. O una hormiga que también es más que suficiente. Yo viví de niña impactada por el ligre, mitad león y mitad tigre. Recuerdo el circo en Pamplona que pasaba anunciando aquel animal mitológico a mis oídos. Pero mis padres no me llevaron nunca a verlo porque era caro decían, o igual era porque lloraban viendo a los animales. Vete a saber. El caso es que la promesa del ligre se quedó ahí. Hoy he buscado en Internet y existe realmente. Es un híbrido que se creó al cruzar un león pantera y una tigresa pantera. La verdad es que en la foto parece un tigre sin más. Seguro que si me hubieran llevado a verlo hubiera sido una gran decepción.
Que me lío. Moraleja: mejor no cargar nada de grandes expectativas. No ir a los zoos nunca, ni a los parques de bolas grandes con niños muy pequeños. Y no revisitar los mitos de infancia. Las hormigas son un milagro más que suficiente para una mente infantil. Y deberían serlo para la nuestra también. La vida mejora con chocolate a cualquier edad.
PD. 1. El libro es Isabelle por la tarde de Douglas Kennedy. Me daba pereza una historia de amor pero igual por eso, porque llegué sin expectativas, me ha encantado.
Como madre de adolescentes y unn desastre de madre te dire que a la edad de tu hija todo tiene ya suficiente magia... No hay que esforzarse mucho. Tu hija estará feliz hagas lo que hagas...guarda fuerzas para la adolecencia. Ahi si vas a necesitar los mejores trucos de magia
Cómo me gusta leerte! Además hoy me he visto taaaan identificada! Gracias por compartirte con nosotras