Me falta poesía pero estamos en agosto y sigo sin ver el mar. Tengo depresión post vacacional previa a las vacaciones, que es el colmo de ser una ceniza, lo sé. Me siento tanto en la rueda del hámster que ya pienso en cuando mis vacaciones se acaben. Soy el espíritu de la alegría. Y mira que me encantaría. Admiro a esas personas que llevan la alegría como una bandera. Me intento rodear de ellas, pero tengo una mochila del fin del mundo bajo mi cama. No me puedo flipar. Otra cosa es el humor. Claro. Me río. Si no, de qué. Pero la alegría es otra cosa. La alegría es una cosa ligera y explosiva, luminosa, energética y a la vez serena. Es un ir para adelante deslizándose. Es estar todo el rato en lo que hay que estar.
Yo no he sido niñera, pero gracias a M. estoy disfrutando de eso. Los niños conocen y practican la alegría desde un lugar muy inconsciente. Resulta también que la alegría tiene mucho que ver con la ingenuidad. Hay como una sensación de que todo está bien y estará bien. Maravilloso. Cualquier coach mindfulness os dirá que es la clave de la felicidad. Mira, yo sin ser coach también os lo digo. Otra cosa es cómo se hace. Todavía no he encontrado el coach que me de las claves. Solo tienen el mandato de cómo ser felices me parece, no la solución para estar alegres, que es lo que busco.
Estoy seca. Busco en mis libretas las ideas que apunto para columnas o artículos y todo me parece usado. Como si ya hubiera escrito de ello. Digo libretas porque suena a artista creativa pero yo soy más de notas del móvil, les falta lirismo pero me resultan mucho más prácticas. Nunca he sido coleccionista de libretas. El material de papelería, que tantas pasiones despierta, tampoco me hace ojitos. Un bolígrafo y una pintura de palo: suficiente para subrayar los libros y escribir cuatro líneas. Y el móvil.
“El silbato de la mina había dejado de sonar hacía tiempo, pero los hombres, como guiados por la memoria muscular de una rutina muerta, volvían a casa tras concluir un jornal inexistente, con la barriga llena de cerveza y la espalda atenazada por la preocupación”. (Historia de Shuggie Bain, de Douglas Stuart)
Ya tengo hecha la maleta de libros. Pero puede haber variaciones. Este agotamiento me ha llevado a terminar solo un libro en julio. Confío en las vacaciones para levantar esta media. El libro ha merecido la pena. Eso sí. Ha sido tristísimo.
La historia de Shuggie Bain, que es un niño que no tiene el privilegio de la ingenuidad porque crece junto a una madre alcohólica y preciosa y con muy mala suerte.
“Agnes estaba dando vueltas en la cocina como un tren de juguete; a cada tanto, se paraba junto al armario del fregadero, sacaba una botella envuelta en una bolsa de plástico, se llenaba la taza y daba un largo sorbo”.
Del padre mejor no hablo. Mira, qué llorera. Me ha venido bien el desconsuelo. Te pone en perspectiva y te quita importancia que es algo que me viene bien cuando me enrosco.
“Cuesta abajo y sin frenos. Era lo que Leek decía cuando veían a Agnes meterse en un taxi. «Allá que va, cuesta abajo y sin frenos», exclamaba antes de aparecer de entre los visillos buenos y sonreír con malicia a su hermano menor y atormentarlo frente a las noticias de la noche. «Cuesta abajo y sin frenos». Es lo que dices cuando algo ya no tiene remedio”.
He estado pegada al niño durante cada página.
“No, hijo. No se llevan las piernas, ni los brazos, ni la nariz. No se llevan nada porque lo que va a la casa de Dios no es el cuerpo. Es el espíritu. Shuggie pareció aliviado en cierto modo. La enfermera vio como si un peso se desprendiese de sus hombros. Giró sobre sus abrillantados talones y siguió el rastro de perfume que su madre había dejado en el pasillo. Se detuvo al llegar a las puertas batientes. –Entonces, como no va al cielo, no pasa nada si otro niño le hizo algo malo a tu cuerpo en un cobertizo, ¿verdad?”.
Le he robado tiempo a todo para leerlo. Sobre todo, a mi propia apatía. Y también al exceso de trabajo porque vivimos en un sistema en el que, al irte de vacaciones, tienes que adelantar el trabajo. Así vamos. Se me ha partido una muela de apretar la mandíbula. Es la tercera. Que yo me digo: Amaya, que el estrés es muy malo, que la vida es lo otro. Pero o no me escucho o no sé cómo hacer para que no se me cuele todo eso. Es un poco como el tema de la alegría, me sé la teoría, pero cómo se hace para tener esa ligereza.
Sueño con el mar. Cualquier día de estos…
Amaya Ascunce
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La única parte buena de estar sin empleo es el haber podido salir de esa rueda del hámster, aunque sea de forma momentánea (espero). Levantarme cuando quiera —aunque nunca sea más tarde de las 8—, dedicarme a mi hijo sin remordimiento o quitarme las prisas de encima han sido algunos de los hitos alcanzados en estos (dos) meses (ya 😱). Recuerdo con angustia el julio pasado y no estar ahí de nuevo me ha hecho (muy) feliz, pese a las circunstancias.
Llevo muchas cartas propias hablando de vivir más ligero, ser menos grave, ser capaz de disfrutar de esa alegría a la que haces referencia. Una vez una amiga me dijo que yo era un cascabel y me pareció precioso, pero con todo lo que he vivido en el último año siento que lo he perdido. Ojalá lo recupere pronto. Ojalá venga a nosotras la alegría. Un abrazo grande.
“vivimos en un sistema en el que, al irte de vacaciones, tienes que adelantar el trabajo”, es muy cierto y es un asco. No me compensaban a veces las vacaciones por ese esfuerzo extra que tenia que hacer. Ahora soy autónoma, que tiene sus cosas muy malas claro, pero no corro tanto, y eso me hace bastante feliz.