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Las piscinas y la ansiedad

amayaascunce.substack.com

Las piscinas y la ansiedad

Amaya Ascunce
Oct 24, 2021
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Las piscinas y la ansiedad

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“Entonces ¿por qué lo hago? Por qué continúo ganándome la vida escribiendo si escribir es tan solitario y la publicación es tan masoquista como lanzar el contenido de tu propia vida a la calle para que la saqueen los que pasan.  ‘Expuesta’ de Olivia Sudjic.

Algunas personas van a la Iglesia los domingos, yo voy a la piscina. El olor a cloro me relaja. El eco amortiguado. Incluso la atmósfera densa y limpia me recuerda que estoy en una especie de templo. Me sumerjo, pongo música, y comienzo mi propia letanía, mi rosario laico. Cada largo, una idea, una petición, algo que rumiar, una duda. Hasta que llega un momento en que mis pensamientos se pierden, y ya soy toda piel, aire y agua. Sigo en movimiento, pero estoy tan agotada que solo mi esfuerzo y mi respiración se ejecutan. El resto se ha perdido.

Maria Svarbova.

Me hacen feliz las piscinas. Y más, los domingos. Yo empecé a nadar a los 28 por mi padre sin pensar ni un segundo que mi padre tuviera nada que ver con que yo nadara. Imagino que eso es lo que llaman educar. Solo cuando él murió, y me moría de pena en cada largo, fui consciente de que ese hábito lo había introducido él en mi infancia llevándome a nadar los domingos.

Mi primer rito de paso a la edad a la adulta fue en la piscina pública cubierta de Larrabide, una preciosidad grandilocuente con cristaleras enormes y una estética de piscina soviética que olía a disciplina. O eso creo, porque las fotos que me devuelve Internet al buscarla nada tienen que ver con mi recuerdo. Ahora es beige y marrón, con miles de mosaicos que replican la decoración del baño de un hotel de 3 estrellas a las afueras de un polígono. Y por las fotos, parece que también comparten iluminación. Algo raro porque yo la recuerdo luminosa, húmeda y ordenada.

Cuando íbamos los dos juntos a nadar, yo pasaba al vestuario masculino con él porque era pequeña para cambiarme sola. Pero un día, mi padre decidió que había llegado el momento. Me dejó en la puerta del femenino con una percha de la que colgaba una bolsa y que yo arrastraba por el suelo, y me esperó al otro lado. Fue la primera vez que estuve sola en un recinto sin supervisión de ningún adulto.

A mí nadar me ha ayudado de muchas maneras y no solo a soportar una hernia discal que me mantiene al borde del ataque de ansiedad cada vez que asoma la ciática. Peor que el dolor es anticipar más dolor. Eso es algo que me ha enseñado la ciática: el miedo al dolor es peor que el propio dolor.

Además de lo físico, nadar me ha ayudado a estar desnuda delante de desconocidos. No es algo que necesite a modo práctico pero sí es algo liberador. En el colegio aprendimos cómo cambiarnos sin que se viera nada de nuestro cuerpo. Esto desarrollaba el contorsionismo, pero no la aceptación del propio cuerpo. Hasta los 28, viví una vida sin necesidad de desnudarme delante de grupos de desconocidos. Hasta que empecé a nadar. La primera vez que una señora de unos 70 años saltaba en pelotas para quitarse el agua del oído mientras me explicaba una técnica para que no se me picara el bañador, la verdad es que sufrí. Allí había mucha carne desnuda desconocida, y encima la carne saltaba, y rebotaba. Pero domingo a domingo, se construyó en mí esa libertad de estar desnuda sin pensar en los demás. A eso se suma que si nadas todas las semanas, te enfrentas a verte en bañador, con pelos, sin pelos, con más o menos kilos, de manera constante. No es la solución para amar el cuerpo propio, porque ahí todavía me queda mucho camino, pero es una ayuda.

Otra cosa que me ha enseñado nadar es a no tener vergüenza haciendo deporte. Sí. Recuerdo pasar vergüenza tirando a canasta en el equipo de baloncesto, corriendo, o incluso saltando el potro. No sé en qué momento me sentí algo torpe pero desde luego no era algo que disfrutara: la exposición a la que te enfrenta el deporte. Esos gimnasios llenos de espejos tampoco ayudan. Tener que verme todo el rato me hacía concentrarme exactamente en cómo mi cuerpo se estaba moviendo. El agua me resulta protectora. Me da intimidad. Lo sé. Sé que el agua es transparente pero aún y todo me siento desdibujada. Soy un cuerpo más. El gorro y las gafas también son un disfraz. A ver quién me reconoce con eso…

En la piscina, he aprendido a dejar mis pensamientos rumiantes y centrarme en seguir adelante. Respirar. El movimiento. La constancia. El ritmo. He aprendido a desnudarme delante desconocidos y a no tener tanta vergüenza ante la exposición. Algo que me viene bien para escribir cada dos domingos esta carta.

“No tienes que publicar una novela de un éxito semejante a Dientes Blancos (Zadie Smith) para sentir la náusea y luego la desconexión. Basta con que haya escapado a tu control: la posibilidad de que podría, algún día, en alguna parte, terminar en el estante de un desconocido. Por supuesto no estoy hablando de la fama, es un problema que no me afecta, sino de la falla geológica entre yoes privados y públicos. (…) Que te llamen por el apellido, verte como lo haría un desconocido, o como si estuvieras muerta. Es la sensación de ser siempre vulnerable y de culparte por pensar que podrías controlarlo.” ‘Expuesta’ de Olivia Sudjic.

Escribir me produce una sensación similar a nadar. Me cuesta un rato. Me siento y me desbordo. Tengo que aflojar las voces, olvidarme de los otros, del qué dirán, tengo que dejar los reproches a un lado, los mensajes pasivo agresivos, lo que construyó sobre mí, los cuentos que me cuento. Tengo que dejar de mentirme, de camuflarme. Pero si aguanto el tiempo suficiente delante del ordenador, agoto a todas esas que son yo, pero no. Y entonces, a veces, lo consigo. Piel, aire y agua. Entonces, escribir es la leche.

“En las raras ocasiones en las que consigo comunicar con éxito lo que estoy tratando de decir, me siento como si hubiera alcanzado un equilibrio entre el exterior y el interior. Mis oídos se destaponan por fin”. ‘Expuesta’, de Olivia Sudjic.


P.D.1 El libro de Expuesta es un ensayo sobre la ansiedad y sobre escribir. Es corto y a veces demasiado denso. Pero tiene algunas ideas que todavía me hacen eco.

“Las personas con trastornos de ansiedad muchas veces se angustian por la posibilidad de angustiarse, y así se crea un refuerzo del circuito. Temen el miedo y empiezan a evitar a aquello que lo desencadena; a menudo, cualquier situación en la cual sientan que no tienen el control”.

P.D.2 El cuadro es una fotografía que tengo colgada en mi casa de Maria Svarbova. Se titula ‘Prohibido saltar’. Sus imágenes de piscinas socialistas me transportan a mi recuerdo, uno que probablemente haya inventado un poco. Pero todos sabemos que eso no importa.

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7 Comments
Fernanda
Oct 26, 2021

Es un texto llenos de esos párrafos dignos de subrayado. Reflexiones íntimas que se convierten cercanas. Me llenó de ganas de leer el libro!!!

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Nuria Gómez
Oct 24, 2021

Me pregunto si esta será una de esas “raras ocasiones” en las que consigues comunicar con éxito lo que estás tratando de decir… algo me dice que sí…

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