No sé de dónde viene esta afición a los olores. De niña quería tener una perfumería. De alguna manera lo he conseguido porque tengo más de 60 frascos encima de mi cómoda. Y lo mejor es que soy la única clienta de mi tienda.
Hay personas que no entienden esta capacidad de cambiar de olor todos los días (e incluso diría que varias veces al día). El martes llevaba un aceite de vainilla muy dulce y cuando llegué al trabajo encontré en mi cajón un aceite de camomila y lo mezclé. Olía entonces a turrón y manzanilla. No sé por qué pero me da calor esta mezcla. Me hace sentir bien. A pesar de que la camomila tiene un punto de acidez que le da un toque rancio. Pero, insisto, me gusta. No todo lo que nos gusta tiene que ser bonito. Y menos mal.
“La perfumería es una expresión artística sumamente especializada que desde sus orígenes ha difuminado la frontera entre atracción y repulsión, placer y dolor, buena salud y mala higiene. Es muy subjetiva y a menudo absolutamente personal. Es posible que te encante el olor a sudado de tu pareja y que detestes la loción floral de un compañero de trabajo”. ‘La terrible historia de las cosas bellas. Ensayos sobre deseo y consumo’, de Katy Kelleher”.
Creo que existe un mito sobre llevar siempre el mismo aroma y tener mucha personalidad. Sería como comer todos los días tortilla de patata. Vale, está muy buena, pero ¿de verdad comerías todos los días lo mismo?
A pesar de que cambie tanto, yo tengo mi personalidad olfativa.
Flores blancas: nardo, azahar, jazmín, lirio del valle, tilo… Puede que una glicinia o una lila (foto 1).
Higuera: cualquiera que huela un poco verde y un poco lechosa. Cuanto más huela a siesta, mejor me funciona (foto 2).
Almizcle: Mucho almizcle. Limpio, sucio, con olor a piel o incluso a algo parecido al sudor (foto 3).
Algún cítrico tontorrón que se cuela cuando hace mucho calor o me duele la cabeza (foto 4). Puede que algo con olor a ropa limpia, tipo tintorería o algodón (foto 5).
Vainilla: para los días tontos, fríos, o tristes (foto 5).
Aunque yo no uso siempre el mismo perfume, hay gente que huele uno nuevo y piensa en que puede gustarme. Es mi estilo en perfumería. Me imagino que es la diferencia entre llevar un uniforme o tener un estilo. (Aunque, ojo, llevar uniforme tiene muchas ventajas; lo hablamos aquí: Perder el hilo).
Me pasó con una compañera (gracias Blanca) hace una semana. Fue a Le Labo y me dijo que había olido un perfume para mí. Y acertó. Este lleva flores blancas: nardo y jazmín a tope. Y no sé, huele a mi lugar seguro en perfumería, a algo medio oscuro, medio limpio, huele como a cerrado y a flores pasadas y un poco a verano.
Las flores blancas tienen un punto animal, por el indol, que en el fondo es el olor de la putrefacción, pero es uno de los ingredientes más usados en perfumería porque no somos tan obvios como nos pensamos: “Cuando se mueve por debajo del umbral de la conciencia, es cuando mejor funciona”, la cita es del perfumista Jamer Peterson.
En el mismo libro, se analiza como el SIDA produjo un gran interés por el olor a limpio, como si perfumarse con algo oceánico o cítrico fuera a darte salud. Y todas las referencias culturales que hace que exista ahora una generación que ama el dulzor del caramelo, mientras que la mía amaba la vainilla, y la anterior el patchouli. Todo muy enfocado en gustar, seducir, conquistar. Los perfumes hablan de sexo, por supuesto. Pero también se usan para otras muchas funciones, y algunas no tienen nada que ver con gustar a los demás. En Le Labo olí un patchouli increíble. Es intenso y ahumado. Huele a tierra mojada, a setas. Es incluso apestoso. Me he quedado obsesionada con ese olor. ¿Para que me huela alguien al pasar? Para nada. Solo quiero olerlo yo todo el rato. Meterme en esa cueva húmeda.
“La perfumería dista mucho de limitarse a oler bien […] La belleza es cortante, es intensa y siempre tiene un precio. Del mismo modo que el deseo y el asco recorren los mismos pasillos de nuestras mentes, también la belleza y la destrucción van de la mano. Siempre que encuentres algo insoportablemente bello, examínalo de cerca, porque encontrarás la sombra conocida de la putrefacción”, Katy Kelleher.
Tengo olores pegados a la memoria que busco sin cesar, como el olor a nueces y leche de la cabeza de mi hija el día que nació. Lo recuerdo con precisión y me encantaría reproducirlo. En el libro, me sorprendió leer que algunos almizcles huelen a algo parecido a la nuez. No me había dado cuenta. Yo los almizcles los pruebo todos, los mezclo. De momento no encuentro lo que tengo en la cabeza. Resulta que comparto esta obsesión con los que volvían de Las Cruzadas en la Edad Media. Los caminos del olfato son inescrutables. El almizcle se extraía de las glándulas genitales del ciervo almizclero y fue más caro que el oro. Ahora se consigue de manera sintética, porque el pobre ciervo acabó casi extinguido. Lo mismo pasa con el ámbar gris, que es una pasta que expulsan los cachalotes y que tiene un olor ceroso muy extraño (también se usa sintético, casi siempre). Pero es curioso que hay gente que dice que le encanta el olor a limpio y es el ambroxán, una molécula que se inspira en el aroma de una secreción estomacal de una ballena.
White Musk de The Body Shop fue un hit en mi adolescencia. Había otros como de el Jovan o de Alyssa Ashley, o el de Astor (todos con un precio bastante asequible porque la verdad es que el precio de los perfumes está disparadísimo). Se decía que los musks olían a feromonas y por eso ligabas más (¡ligar!, qué palabra tan rara).
—Ahora entiendo porque yo no me echaba novio, porque olía a mandarinas y no a los huevos de un ciervo, que es lo que funcionaba.—comentó hace años una compañera que ama los cítricos. En realidad, según el libro parece que esas feromonas solo las huelen los cerdos. Así que después de rociarte de white musk podrías volver loca a una piara de cerdos. Mira, podría jugar con la metáfora y algunos hombres de mi adolescencia, pero voy a dejarlo aquí.
En España, la naranja, limón, bergamota, petit grain, neroli y mandarina, arrasan. Puede ser por el calor, pero más calor hace en algunos países árabes y su gusto es completamente opuesto. A mí me gustan un poco, pero me resultan bastante planos. Es un olor que no suele cambiar y se evapora pronto. De alguna manera me parece obvio. Vale, un limón. Genial, hueles a limón, no tengo nada en contra de los limones pero mi cerebro siempre piensa: ¿y lo otro? Dónde está el limonero, dónde la flor y la mosca, la tierra, el calor y el agua estancada, la raíz o la corteza. Dónde estamos nosotros en ese campo.
Yo tenía 17 años y pasábamos la tarde en el bar de siempre, el bar al que mi madre llamaba al fijo para mandarme volver a casa. ¡Qué época tan libre sin móviles! (dijo ella scrolleando TikTok). En la mesa de al lado, una pareja de nuestra edad se intercambiaba su primer regalo de aniversario. Ella le dio un paquete y algo escrito que, en realidad, era la parte más importante imagino, donde le hablaría de amor adolescente e intenso, de promesas, de quererse para siempre, de dudas, de celos, de confianza, o de sexo... Y él le dio una pulserita de plata con caracolas colgando. Ella preguntó: ¿Dónde está lo otro?
Siempre hay que buscar la sombra del limonero.
Amaya Ascunce
P.D. Las fotos son un resumen de mi gusto por los perfumes y están ordenados por familias, que es el orden de mis estanterías. Son muy caros la mayoría, pero en mi defensa diré que hay uno de Mercadona (huele a algodón limpio, tintorería, es Verissime Touch). Ya lo he dicho alguna vez pero me repito: que un perfume sea muy caro, no hace que sea un buen perfume, pero encontrar un buen perfume barato, no es nada fácil.
P. D. 2 Gente que llora porque ha desparecido Ginger Piccante de Guerlain (y me escribe para llorar juntas), esto se parece un poco en olor y precio: Gingembre de Roller and Gallet. Solo se parece. Probadlo antes. No quiero quejas.
P. D. 3 Si tuviera que quedarme solo con tres perfumes para el resto de mi vida. Bueno, pues me quedaría con cuatro. Y son estos (aunque esta lista puede cambiar según cambie yo).
Tres flores blancas (jazmín, Olene de Diptyque; nardo, Carnal Flower de Frederic Malle; y tilo, French Lime Blossom de Jo Malone) y una higuera (Philosykos, de Diptyque).
¡Qué maravilla de artículo! (Como todos, en realidad) Yo ahora solo puedo llevar Pomegranate Noir de Jo Malone, no logro encontrar otro que disfrute tanto al llevarlo y me sabe fatal… (acepto sugerencias en esa línea) He cambiado mucho durante toda mi vida (tengo 50) Soy hija de francesa y en mi casa los perfumes siempre han sido muy importantes, mucho más que la ropa por ejemplo. Mi pena es que hay 2 perfumes que llevaba de adolescente y ya no se fabrican: Eau de Patou, de Jean Patou y uno de Fendi, que era color ámbar y tenía un olor muy intenso. ¡Lo llevaba con 16 años! Ahora mi hija de 16 lleva uno de Cacharel Amor, Amor y su clon de Mercadona, que me parecen muy poco especiales y que a ella le encantan (no voy a meterme en esa batalla con una adolescente en posesión de la verdad)
Recuerdo perfectamente los olores de todos los perfumes que se han llevado en mi casa (3 hermanas y mi madre) entre ellos Magie Noire de Lancôme, Fidji de Guy Laroche, L’air du Temps de Nina Ricci, Eau de Lancôme y Eau de Courrèges en verano, Rive Gauche y Opium de YSL y, por supuesto, Cristalle de Chanel: cuando viajábamos en coche mi madre fumaba, lo cual hacía que yo me mareara como un topo. En una época en la que los niños tenían muy poca voz y ningún voto, mi madre en vez de dejar de fumar, me tendía un pañuelo impregnado en Cristalle de Chanel y me decía, huélelo que así se te pasa (mentira: era peor jajaja). Curiosamente, Cristalle es el perfume que llevé en mi boda (en la versión Eau de Parfum, que cuando yo era pequeña no existía).
Yo, que soy muy perezosa y algo rata, solo compro light blue (dolce & gabbana) porque me recuerda a mi amado Mediterráneo y los veranos eternos (qué cliché) pero lo que realmente quiero es un perfume que me huela a pino, jazmín y limonero, y así vivir eternamente en el verano de 1991, nadando, aprendiendo a hacer windsurf y no tendiendo ninguna obligación. Morena y rebozada de arena.