Me flipa la versión en directo de ‘Los tontos’ de C. Tangana y Kiko Veneno. Es una canción que me pone cuerpo de primavera como El aire de la calle de Los Delincuentes y Kiko Veneno y su Echo de menos, que lleva flipándome mucho tiempo.
Me parece que C. Tangana está haciendo ahora algo bastante especial que es coger lo que somos, lo que hemos escuchado, lo que decora las casas de nuestras abuelas y nuestras madres, el olor del bar donde tomábamos el aperitivo, lo que salía en las pelis con las que hemos crecido y con ello hace música y nos gusta, claro, porque nos habla en un lenguaje que todos conocemos. Es nostalgia pero es otra cosa porque tiene sentido del humor. He utilizado la palabra ‘flipar’ por algo, porque esta idea es un poco de flipada. Me estaba viniendo arriba con mis propias teorías sobre la cultura popular y el arte cuando al buscar Kiko Veneno en Spotify, vi que su canción con más reproducciones era justo Los tontos. Por poco, pero en tan solo un mes desde el lanzamiento, había pasado a Echo de menos que, desde 1992, nos ha hecho tan felices a tantos. Y todo me pareció un poco mierda y yo, una flipada más. Como muchos. Como C. Tangana que antes hacía solo canciones sobre los tipos guapos y forrados que veíamos en la tele, pero él no es uno de esos y mejor que se dio cuenta. Y España tampoco. España es más Kiko Veneno. Así que ahora por cada vez que oiga Los tontos, tengo que escuchar Echo de menos dos veces. Esto me ha mantenido de un buen humor coplero bastante raro con la que cae y siendo yo navarra.
Luego leí a esta tipa sobre las redes sociales y la necesidad de optimizar nuestra imagen pública, nuestro trabajo o nuestro ocio: Cómo no hacer nada: Resistirse a la economía de la atención de Jenny Odell. Chica, Jenny, con lo bien que iba mi semana.
“Sometemos nuestro tiempo libre a la evaluación numérica, interactuamos con versiones algorítmicas de los demás y creamos y mantenemos marcas personales. Hay quien halla cierta satisfacción de ingeniero en esta optimización e interconectividad de toda su experiencia vivida. Pero aun así, permanece cierta sensación de nerviosismo, cierta inquietud ante esa sobreestimulación, y ante la incapacidad de mantener ese tren de pensamiento”.
Que Jenny es súper lista, sí. Que plantea una teoría bastante acertada sobre porqué deberíamos parar esta locura de optimización en la que vivimos, también. Pero, claro, me deprimo porque estoy obsesionada con la idea de vivir solo para vivir, sin que sirva para algo. Y está jodido en 2021 y más si te lees un libro que señala todas nuestras vergüenzas.
Y sigue Jenny:
“Eso es lo que yo quiero no solo para pintores y escritores, sino para cualquiera que perciba que la vida es algo más que un instrumento y que, por tanto, no se trata de algo que pueda optimizarse. Mi defensa la motiva un rechazo muy sencillo: el rechazo a creer que, de alguna manera, la época y el lugar presentes, y las personas que están aquí con nosotros no son suficientes”.
Que sí nena, que sí, pero esto ¿cómo se hace? ¿Se puede tener una newsletter e Instagram? ¿Un trabajo que requiere conexión 24/7 a las redes? ¿O tengo que ser una artesana que haga botijos y vuelva a casa a ver una serie y riegue las plantas y en ningún momento lo haga para contarlo en Instagram sino por el placer de ver una serie y regar un puto ficus? ¿Ni siquiera para decirle a alguien si ha visto la serie? ¿Ni eso?
“Seguimos reconociendo que gran parte de lo que da sentido a la vida surge de accidentes, interrupciones y felices casualidades: ese "tiempo de desconexión" que es el que persigue eliminar la visión mecanicista de la experiencia”.
Dice Jenny “Accidentes, interrupciones y felices casualidades” y tiene razón. Deprimente pero atinada. En los resquicios perdidos de mi semana útil y productiva, la que trato de controlar, se cuela todo lo que merece la pena. Como este poema de Rebecca Elson, una científica que falleció con 39 años en 1999 y no recuerdo cómo llegó pero sí que estuve repitiendo ese primer párrafo como una letanía.
Antídotos al miedo a la muerte.
A veces como un antídoto
Al miedo a la muerte,
Me como las estrellas.
Esas noches, tumbada de espaldas
Las succiono de la oscuridad fluorescente
Hasta que estén todas, todas dentro de mí
Pimienta picante y fuerte.
A veces, en cambio, me muevo
a un universo aún joven
Todavía caliente como la sangre:
Sin espacio exterior, solo espacio
La luz de todas las no estrellas todavía
A la deriva como una neblina brillante
Y todos nosotros, y todo
Ya allí
Pero sin restricciones de forma.
Y alguna vez es suficiente
Tumbarse aquí en la tierra
Junto a nuestros largos huesos ancestrales:
Caminar por los campos de adoquines
De nuestros cráneos desechados,
Cada uno como un tesoro, como una crisálida,
Pensando: lo que sea que haya dejado estas cáscaras
Voló con alas brillantes.
Y luego, mi hija. Mi hija siempre es una interrupción y una feliz casualidad. Una noche de tormenta, le puse música teatral y nos quedamos a oscuras mirando cómo la tormenta llegaba a casa. Yo contaba y hacía trampas para acertar siempre que caía un rayo o un trueno. Es fácil, porque no sabe contar, ni qué es un rayo, ni un trueno. No es que sea yo la reina de la performance. Pero con un palo, mucha intención y un público entregado, te hago un show resultón.
Ahora ella piensa que puedo repetirlo, igual que subo una persiana, la peino, o abro una puerta. El único requisito es que esté oscuro. Cada noche apaga la luz del salón, me pide que ponga música y que traiga una tormenta. Mira, creo que nunca jamás nadie ha tenido ni va a tener tanta fe en mí. Me mira y me dice: “la lusssss”. Y yo siento un poder que nunca había conocido y, a la vez, me muero de miedo porque un hijo te pone en un lugar de vulnerabilidad que no sabía que se podía alcanzar y seguir bajando la basura, echando gasolina o respirando.
Un matin d’orage de Goutal: una mañana de tormenta. Este perfume huele a flores mojadas. A esa sensación después de la lluvia de verano, cuando empieza a calentar el sol en el campo, y sube un olor terroso, fresco, especiado que se mezcla con flores blancas sobre todo gardenia y jazmín. Huele a humedad. Goutal sí que sabe crear una tormenta ahí dentro. Y no yo con mi palo y, quizás, una excesiva dramatización.
Esta obsesión por vivir para vivir también pasa por leer sin un para qué. Me cuesta porque a cada libro que cae en mis manos le busco un destino: la newsletter, ELLE Club de lectura, mi IG… Y, mira, no. Ya me ando optimizando este hueco que es mío, y que construí contra mí. Sí, no para mí, si no contra esa que trata de ser útil y productiva en todo lo que hace.
Os dejo, tengo algo importante que resolver. Tengo que atraer a una tormenta.
P.D. Por si queréis cuerpo de primavera: escuchad a Kiko.
P.D.2 La traducción del poema es mía porque no lo he encontrado en ningún lado traducido. Seguro que hay alguna imprecisión. O varias. Aquí está completo. Y algo de la historia de la autora que también merece la pena.
P.D.3 El libro de Jenny tiene muchas ideas interesantes pero es árido si no eres muy fan del ensayo.
Me encanta leerte Amaya, siempre es un gusto conocer libros y fragancias nuevas, creo que junto con la música es lo que nos transporta a lugares comunes y recuerdos imborrables 🤗
Y yo .... otra q flipa cada vez q lee como describes un olor de Goutal. Me siento relajada 😌, como dice Alejandro Sanz “ Después de la tormenta llega la calma… “… Siempre produces esa sensación en mí, cada vez que te leo gracias por tus palabras, feliz domingo