El miércoles pasado en la piscina. Varios críos discuten sobre quién ha perdido. Gritos, enfrentamientos: “Has hecho trampas”. “No has llegado”. “Estabas mirando”. Una niña, delgadita y silenciosa, se ofrece. Ella no estaba dentro de los posibles perdedores pero quiere la paz:
—No pasa nada. Yo ya la llevo– dice con más dignidad que muchos adultos.
¿Cómo se hace para educar a un hijo a que sea esa niña?
El jueves en el AVE una chica bajaba las escaleras con un niño llorando colgado de su espalda, otro de la mano gritando, una maleta que le llegaba casi al pecho, un bolso enorme y un carro plegado. No hablaba mi idioma así que pensó que intentaba robarle cuando fui a cogerle el carro y la maleta. Dudó, y creo que en realidad le dio igual que le robara o le ayudara. Cualquiera de las dos la aligeraba. La entendí.
Era una de esas paradas rápidas del AVE que dan ansiedad porque crees que no te va dar tiempo a subirte al tren. Es como intentar meter la compra en las bolsas al ritmo que la cajera las cobra pero con personas humanas. Pregunté a una mujer rubia que iba detrás dónde tenía que dejar los bultos de aquella chica en el andén para ayudarla a subir al tren. Me miró con desconfianza como si pudiera robarle o estuviera a punto de timarla. Me indicó con la cabeza hacia donde debía ir. Ni una palabra me dijo. Aunque las dos hablábamos español.
En el andén, cargada como una sherpa y sonriendo a la chica que no entendía ni papa, me miré en el reflejo. ¿Cómo voy vestida para que todo el mundo crea que le quiero robar? Nada del otro mundo. No era la pinta. Si alguien se dirige a nosotros en la calle, ¿nos ponemos en modo defensa? ¿Lo hago yo? “No quiero nada”, “no llevo suelto”, “no tengo tiempo…” ¿Cómo se hace para no educar a una hija así?
Subí, dejé a la chica, los dos niños, todos sus bultos en su vagón y me fui al mío. La señora rubia estaba en el asiento detrás de mí. Me sonrió, como si su cerebro hubiera sido capaz de entender que no quería agredirla o molestarla. Se levantó y ayudó a un hombre mayor a colocar su maleta en el altillo.
Seguimos viaje. Como sabía que la chica se tenía que bajar en Zaragoza, cuando avisaron de la parada, me acerqué a su vagón y la ayudé a bajar todo. Un hombre, al verme volver a subir al tren otra vez, me preguntó:
—¿No son suyas las maletas?
—No, yo sigo hasta Madrid—le contesté.
—Tranquila, yo le ayudo ahora— Me sonrió. No debió verme pinta de ladrona.
Por la tarde estuve en una fiesta de cumpleaños. La cumpleañera sopló tres veces la tarta. Las dos primeras no le gustó cómo quedaba la foto de Instagram. Cantamos tres veces. Con lo difícil que es entonar bien esa canción. ¿Cómo se hace para no educar a una hija así? ¿Para que no le importe la foto?
Más cosas. He renovado del DNI. Combato como puedo el espíritu de este mes y he intentado sonreír en la foto. Pero tiene que ser poco. No sirve si la sonrisa deforma los gestos habituales me dijo el señor policía. Por favor, no sonría tanto. Como si la sonrisa no fuera un gesto habitual. Ojalá colarse por los controles porque los sistemas de identificación fallan: “No puede ser ella, demasiado sonriente”. Me iba a poner una chaqueta por no salir en tirantes en la foto pero pensé que era una declaración de intenciones tener la foto de DNI de verano. Morena, (medio) sonriendo y en tirantes. Para otros 10 años. Hecho.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? A ninguna parte. Me dio ciática por llevar todos esos bultos. Salgo fea en la foto. Y me importa. La vida es así. Y septiembre, más.
P.D.1. La imagen es de Fabrice Malzieu, y la miro estas tardes cuando leo en el sofá Open de Andre Agassi, que es una gozada de memorias (incluso para mí que no tengo ni idea de qué es un set). Va de jugar al tenis y odiarlo, de ser muy bueno en algo, de tener una educación de mierda, mucho talento, de su padre, su madre, sus hermanos. Bueno, y algo de tenis, pero poco. La fotografía la venden en Yellow Korner y hace años que me acompaña mientras leo, se llama Flots Varanges y no tengo ni idea de qué significa. Pero yo creo que ella sonríe.
Necesito creer en la bondad en septiembre
No te lo digo desde el ejemplo, si no desde el trabajo diario, y un esfuerzo no natural (por desgracia). Y desde mis fallos. Pero yo sé la respuesta. Hay que educarlos desde el amor, pero no ese que predicamos todos, si no desde el amor absoluto, el de verdad. Sin ego. Sin miedo. Con conciencia. Con libertad. La nuestra. Y la de nuestros hijos.
Me encanta leerte 😍.
Yo también soy de las que ayudo a subir maletas en el AVE, porque muchas veces lo he necesitado y no siempre se ha ofrecido alguien a hacerlo. Y se agradece cuando lo hacen. Creo que a un hijo se le enseña con el ejemplo. Aunque no creo que siempre se consiga, porque no siempre podemos darlo. Al menos yo 😊