Olores
El otro día quedé con una persona. Me cae bien. Es interesante, inteligente, con buena conversación. Pero me pone enferma. Lo digo de manera literal. Cuando estoy con esa persona, me enfermo. Siento dolor de cabeza, sensación de mareo, angustia y palpitaciones. No es la primera vez. No sé qué tiene, pero llego a sentirme indispuesta a pesar de que, en serio, me cae bien. Otra vez llegué a casa con fiebre después de tomarnos juntos un vino. No puedo explicarlo. No lo entiendo. Me encantaría quedar más a menudo, pero ni de milagro. El otro día casi vomito en el parking al volver a casa. Sentía que mi ropa olía a vómito, a una habitación por la mañana un día de resaca, a clase de gimnasia adolescente.
Me sucede igual con otra conocida. Pero esta me cae mal. Su cercanía me tensa. La voz, cómo mueve las manos, todo me produce malestar. Huele a mandarina y humo. Huele a un bolso caro cerrado con un ambientador de perlas. No hablo de algo mental. Hablo de rechazo físico. Su voz me resulta estridente, como si me gritara siempre. Me revuelve la tripa, sin metáforas, hace que mi intestino se retuerza. Y muchas veces me siento mareada a su lado.
Ninguna me ha hecho nada, no espero nada de ellos, ni bueno ni malo. No influyen en mi vida o mi futuro, no forman parte de mi pasado, son personas que me rozan tangencialmente. Pero siempre siento lo mismo con ellos. Me encuentro mal. Y ni siquiera depende de que me caigan bien o mal. No lo entiendo. Y no puedo explicarlo.
He llegado a pensar que sea algo animal. Puede que tenga que ver con el olor. Soy bastante sensible a los olores. Imagino que por eso me gustan tanto los perfumes. El que me huelan los demás es una motivación muy secundaria, a pesar del indudable placer que existe en que alguien te diga: qué bien hueles. Yo uso los olores casi para cualquier cosa. Para levantarme el ánimo. Por ejemplo, estás navidades de confinamientos he abusado de esta Colonia de una marca que no conocía Brava Nariz. Huele un poco a colonia clásica pero es muy chispeante, tiene romero, y creo que algo de enebro. Huele a campo frío mojado pero donde sabes que va a calentar. Me recuerda algo a la Colonia de Villoresi, aunque hace mucho que no tengo un bote, igual la memoria me lía.
A veces me echo perfume si tengo hambre. Abuso de la vainilla en esos casos. Creo que siempre tengo hambre de tarta en realidad. Este de Dior lleva poco conmigo pero me gusta (Vainilla Diorama). Guerlain tenía una vainilla bastante agradable en su perfume para novias (Le plus beau jour de ma vie, no tengo foto porque se me ha acabado y ya no sé si lo hacen). Aunque yo nunca me echaría eso en mi boda. Y más, si tienes que besar a mucha gente. Es demasiado intenso. Pero claro, en mi boda fuimos nueve personas contando los novios. No soy la persona para hablar de bodas.
También uso las velas. Entre las ventajas del teletrabajo (no atascos, menos distracciones, comer mi propia comida, descansar en mi propio sofá, menos ruido, poner mi propia música, disponer de casi dos horas más al día de tiempo, ir a mi propio baño) está que suelo currar con una vela de olor encendida. Aqua Universalis (que me chifla en perfume también) creo que es mi vela preferida. Huele a almizcle y flores blancas. Es estar en casa. Pero este año mi hermana me ha sorprendido con La trouverie también de Francis Kurkdijan. Y estoy flipada. Huele a campo. A heno, a lavanda y romero. Tengo algo con el romero últimamente. Y Ophelia de Singular Olivia: una vela discreta que te llena la casa de jazmines y magnolia. Lo mío con las flores blancas es una historia larga. Aunque Peekabo, que fue un regalo, se suma a la lista de preferidas. Lirio, vainilla y nardo, cómo no. No tengo foto porque estas navidades ha caído en acto de servicio. Pero volverá.
Los olores se me pegan a las personas, a los viajes, a los libros, a las vacaciones, o a momentos importantes. Para bien y para mal.
Ahora estoy algo obsesionada con Douglas Hannant de Robert Piguet. Hace años estuve a punto de comprarlo pero me dejé llevar por los ecos del éxito de Fracas. Fracas, que es el ruido que hace un corazón al latir, es uno de los perfumes que se considera hitos de la perfumería. Huele a nardos y flores blancas. Huele a diva. Es el que usa Carolina de Mónaco dicen. Intoxica un poco. Potente y muy lechoso. A mí me recuerda también a algo que llevaban los chicles de fresa ácida de pequeña. Ni idea de qué. Me gusta y, a veces, lo uso. En las raras ocasiones en las que necesito ir de diva para sobrevivir, porque yo solo sé ser diva para sobrevivir en un entorno jodido y me sale regulín, la verdad.
Estando en la tienda yo quería Douglas Hannant pero, ¿cómo me iba a comprar el hermano pobre? ¿el secundario? Qué tontería. Ahora que me lo han regalado por reyes tengo claro que tendría que haber sido mi primera opción. Podría bañarme en ese perfume. Huele a nardos pero mucho más limpios. Discretos. A pera, gardenia y jardín. Sí que podría llevarla en mi boda de nueve personas. A veces las grandes historias no son para nosotros. Ni las grandes bodas. Ni los perfumes que usan las princesas. Y, mira, está más que bien, que está el mundo lleno de protagonistas.
P.D. 1 Un libro para Fracas: Nada de opone a la noche de Delphine de Vigan. Es no ficción. Locura, amor, maternidad y familias numerosas. La escritora, después de encontrar a su madre muerta, hace un recorrido por la historia familiar para tratar de entenderla y entenderse. Bastante intensa. También hay algo de divas ahí. Es bueno ¿eh? Un historión en el París de los 50.
P.D.2 Para Douglas Hannat: Me llamo Lucy Barton de Elizabeth Strout. Es una novela mucho menos famosa que Olive Kitteridge, con la que ganó el Pulitzer su autora. Una madre cuida a su hija en el hospital y recorren su vida juntas marcada por la pobreza. Una gozada de libro con un sensibilidad discreta. Habla de lo pequeño. Sin divas.
P.D.3 Y para la colonia Brava Nariz: Una temporada para silbar de Ivan Doig. Una novela sobre el Oeste americano. A ver, que yo no tengo ni idea de a qué huele el Oeste americano, la verdad. Pero en mi cabeza, huele a eso. Un viudo, sus hijos, una cuidadora que no cocina, un hermano dandy, un pueblo un poco pesado y mucho heno. Bonita, fácil. Como el perfume.
Q bonito escribes!!!
Un placer leerte