Cada vez que paso por la peña de Unzué pienso que arriba estamos nosotros. Nosotros somos mi padre, Luis, Laura y yo. No es que haya sido yo de hacer mucho monte, pero nos propusieron a las dos subir la peña un fin de semana. Tendríamos 16 años. Laura y yo estábamos a dieta. Nos pesábamos los jueves, y cada gramo que bajábamos era celebrado con un croissant. El plan hacía aguas por todas partes. Nos fuimos con nuestros padres a subir ese mini pico, en el que cualquier niño de 8 años podría hacer cima. A nosotras nos costó y subimos sin aliento y escasas de motivación. Cuando llegábamos, rato después que ellos, mi padre escuchó a Laura decirme:
–Ascunce, ¿cuántos kilos crees que habremos perdido?
A mi padre le pareció la cosa menos atlética de su vida. No me volvió a ofrecer ir al monte. No vale gran cosa como anécdota. Pero yo cada vez que vuelvo a casa por la autopista, y me voy acercando a Pamplona, veo la peña y pienso que allí seguimos nosotros cuatro. Como si el pasado y el futuro pudieran suceder a la vez. A favor de Laura diré que, desde entonces, ella sí ha subido muchos montes. Yo pocos y una de ellas tuve un ataque de ansiedad. Lo mejor fue el bocadillo de chorizo. A mi favor, hago pilates y la elíptica se ha convertido en la mejor compra que he hecho en los últimos años. Además, sigo nadando, algo que heredé de mi padre y de lo que estaría orgulloso. El olor a cloro me recuerda a él. Cada vez que me meto en la piscina me aguanto las ganas de llorar y me hago unos cuantos largos sin ritmo. Luego todo se coloca y llega el tiempo de la desconexión de mi propia cabeza. El milagro.
Cuando digo que amo los olores, la gente cree que son los perfumes. Pero no. Por ejemplo, el olor a cloro es un fogonazo que me transporta a esos años cuando íbamos a nadar juntos los domingos por la mañana. Ni siquiera necesito que sean cosas que huelen bien. Me cuesta incluso entender el concepto bien. Por ejemplo, la colada a veces me huele a Donosti. Vamos, a humedad. Pero yo lo que huelo son los días que me escapaba a ver el mar en Ondarreta. Había un café pequeño en la arena. No sé si sigue. Me iba sola. Y leía, y paseaba. Veía hortensias y el peine de los vientos y me creía muy romántica y libre y tenía 18 años y había faltado a clase para leer, escribir y ver el mar. A eso me huelen las bacterias de la lavadora.
O esta cinta de hacer ejercicios de fuerza.
Esta cinta huele al garaje de mis abuelos en Benidorm. Allí había una caja con los restos de los pocos hinchables que los padres de los 80 nos compraban: un par de colchonetas azules y granates pinchadas y una barca que le compraron a una prima mía y que era una chulería, con sus remos y sus cuerdas. Nos dio horas de diversión a pesar de que había que ponerle parches en los pinchazos a mitad de playa. Cada vez que hago bíceps me veo debajo de la sombrilla con todos los que fuimos una vez. La misma sensación de la peña de Unzué la tengo cuando paso por la carretera y veo Benidorm, con ese skyline que es un chiste y una ofrenda a la alegría. Poca gente entiende esta pasión por Benidorm, o por la idea de Benidorm porque en agosto me cuesta declararle mi amor a una ciudad hiper poblada mientras miro el mar en la playa más desierta que he sido capaz de encontrar en el levante. Podría meter en un bote el olor a Benidorm. Menudo viaje.
Me pasa también con el aftersun de Ecran, el olor a gofre de Maneken Pis, el olor del interior de un coche nuevo, café, alcohol de romero, la colonia Zinnia, lentejas quemadas, el terciopelo, moussel gel de color rojo, los pollos asados con orégano, jabon de manos de heno de pravia y el agua de Rochas, pan tostado un poco quemado, al aceite de oliva muy denso, olor a lápices y a pis de gato, higuera, jazmín… Cuando detecto que un olor se ha pegado a un recuerdo, lo aislo. No lo uso con profusión. Si un perfume me recuerda, por ejemplo, a un viaje, no lo uso. Lo guardo y lo dejo cerrado en esa caja para poder abrirlo cuando quiera. Lo mismo con olores propios, como esa cinta que solo me permito oler una vez por sesión para no cambiar el recuerdo, como una cápsula del tiempo donde todos los veranos suceden a la vez. Como todos nosotros.
Amaya Ascunce
P.D He visto el mar. Sigue siendo un prodigio.
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De los olores ya os conté lo mío (mi novia de entonces tenía hiperosmosis como comentan más arriba, y hasta se mareaba el día que se decidía a ir a la caza de perfumes; casi era mejor cuando me mandaba a mi a ese recado).
Total, que hoy te escribo por la Peña de Unzué; ayer pasé por allí, por enésima vez este año. Me ha tocado mucho ir a currar a Tudela, pero estas últimas veces han sido por ir al trae-lleva a mi padre. Le hemos llevado al "hotel para ancianos" de su pueblo para un mes. Es cirbonero (para las de fuera, Cintruénigo es el pueblo cercano a Soria donde se ha trasladado a vivir la autora -donostiarra- de la trilogía del Baztán). Es un pueblo muy particular, con un idioma propio y único, y mi padre, 70 años después ha recuperado un montón de amistades. Ayer le llevé al 90gésimo cumpleaños de un amigo de la infancia. En Los Paseos hubo gente haciendo gestos y llamando con gritos riberos a mi padre para que se acercara a su mesa al vermut. Me temo que voy a tener muchos recuerdos cirboneros cuando él muera pero, en el entretanto, es divertido.
Y aprendo palabros como Fagoño y Yasa.
Mi padre nos llevaba a cruzar Ezkaba, desde Ansoain hasta Arre, volviendo en la Montañesa, o ida y vuelta hasta Cizur (lo que ahora es el pobladísimo Caminos de Santiag). Me gustaba tanto como a ti, me da la impresión.
Total, que como ya te he dicho (y te diré), leérte es como hablar con una vecina. Me encanta.
GRACIAS.
Yo también soy muy de olores Amaya, me ha encantado tu texto! Por ejemplo, tengo grabado el olor a la colonia de Avon que usaba mi madre, el olor a material escolar nuevo.. no se definirlo pero en mi mente es “huele a cole”…
El olor de la sopa de pollo de mi madre, el olor del cloro de la piscina tan característico, mezclado con el protector solar (en mi cabeza: “huele a verano”) y por supuesto el olor de mis colonias de adolescencia y gran parte de mi vida: Azur de puig y Halloween.
Gracias por evocarnos tantos recuerdos! ❤️
Pd: dicen que el olfato es el sentido mas primitivo que tenemos, así que es curioso que lo tengamos tan desarrollado…