Me veo opinando como una predicadora en el Oeste. Léame a mí. Tenga en cuenta lo que digo. Lo mío es importante. Gif. Gif. En su mail, en su Instagram, en su cuenta abandonada de Facebook. Aquí estoy yo. Tuit, reuit. Háganme caso. Cita en cursiva en el feed con fondo neutro. Yo puedo sentenciar mejor, criticar mejor, recomendar mejor. Me canso de mí misma. La verdad.
Estoy en un momento de mucha creatividad. Mi cerebro no para. Y eso me cansa. Me agoto. Pero si no hago algo con todo esto es peor. Se me hace un bolo enorme.
Me da envidia una amiga enfermera. Me da envidia si la miro de lejos, claro. Yo me desmayo cuando me sacan sangre. Imagino que va a su trabajo, cuida a personas, les calma, les ayuda. Seguro que tiene sus cosas: una supervisora que es un coñazo, un compañero que se escaquea, alguien cotilla cerca que también agota. Tendrá sus luchas. Pero sale del trabajo y va a tenis. Juega con sus hijos. Lee un libro. Ve una serie. Echa un vistazo a Instagram. Le da un poco de envidia las fotos de una ‘influencer’ que publica una puesta de sol en Santorini, pero poca. Mi amiga no postea nada. No da likes. Va al monte algunos domingos. Vive en ese momento para ese momento.
Yo vivo siempre en la noche anterior a un examen. Tengo un runrún dentro. Algo que quiero escribir, algo que quiero contar, algo que invento. Incluso en mi trabajo paso ocho horas creando cosas, proponiendo ideas… Hay días que grito: ¡me vais a secar el cerebro!
Todo lo que veo, escucho, leo o navego me tiene que servir para alimentar ese runrún, para construir algo. A veces hasta vivo así. “Este disgusto es un material buenísimo, Amaya”. O “mira, toda esta frustración te puede servir para la newsletter, una novela, un artículo”. Muy cansado.
El otro día tuve infección de orina. Después de una noche de horror y de pasar por urgencias a por antibiótico, me metí a darme un baño caliente. Y cogí un libro. ¡Cogí un libro! Había dormido dos horas. Estaba reventada pero esa media hora tenía que servirme para algo. ¡Cómo vas a estar ahí tumbada sin más! El libro era “El síndrome de la impostora” de Elisabeth Cadoche y Anne Montarlot. Sobre por qué las mujeres seguimos sin creer en nosotras mismas y pensamos que mucho de lo que conseguimos profesionalmente es suerte. Que cualquier día nos pillan. Casi lloro en la bañera. Me di pena. Salí del agua y como me encontraba algo mejor, me conecté a una reunión importante. Hay que seguir. ¿Hay que seguir?
Me siento como un hámster en una rueda. Y lo peor es que las épocas de mi vida en las que no he tenido este runrún creativo era porque estaba jodida de verdad. Era tierra estéril. Pero leía mucho. Eso siempre me salva.
Hablo con mi amiga enfermera y le cuento esto, lo de mi pulsión creativa y lo pesada que soy, esta productividad que me tiene siempre con la sensación de que voy a suspender un examen. No me entiende mucho. Su mundo es mucho más concreto que el mío. Pero se queja de que le están afectando todas las enfermedades y dolores de sus pacientes, los dramas. No quiere estar rodeada de eso. Se siente invadida. Ha decido pedir un traslado a una posición menos involucrada.
La envidia es un sentimiento equivocado siempre. No tenemos ni idea de cómo están los otros. Yo he estado en la puesta de sol en Santorini de la influencer y había colas en mitad del calle. Lo vimos sentados en un muro encima de unos contenedores que apestaban a basura. Pero la foto era preciosa.
P.D.1 Algo para leer: Esto dice Beatriz Serrano en su carta Massolit101:
Pero tiene que haber otra vida, ¿no? Una vida donde los martes no sean una cosa que quitarse de encima cuanto antes. No dejo de pensarlo. Estoy obsesionada con ese pensamiento. Tiene que haber algo más porque esto no puede ser así siempre. Algo mejor. Algo distinto. “La vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado”.
Hay gente que todavía no lo ve, pero hay un cambio en el modo de entender el trabajo. Por fin. Este artículo también habla de ello: La gran renuncia se acelera, de cómo en Estados Unidos las cifras de gente que abandona el trabajo están alcanzando récords.
P.D. 2 Dentro de mi obsesión por los libros de madres, acabo de leer “No, mamá no”, de Verity Bargate. Tuvo un boom hace un par años. Todo el mundo lo leía y decía lo mismo: joder, qué mal cuerpo se te queda. Y, mira, tenían toda la razón. Aún así, leedlo. Una mujer con falta de amor con una depresión postparto porque quería tener una niña, un marido al que solo quieres empalar, dos hijos que quieres abrazar, y un psiquiatra al que golpear con un palo. Librazo. Pero no me vengáis luego con que solo recomiendo dramas. Estáis advertidos.
Venga, y un perfume para este libro. Que ya llevo varias reclamaciones diciendo que tengo abandonadas estas recomendaciones. Petite Cherie de Goutal (que yo no me acostumbro a que no se llamen como antes, Anick Goutal, y tengan esos botes repujados y barrocos que todavía conservo). Este perfume es un homenaje a su hija. No soy yo de aromas frutales pero este huele a pera, a rosa y melocotón. Pero huele muy fresco, como a hierba y piel. Tierno, algo dulce pero nada empalagoso. Un mezlca muy rara para compensar el mal cuerpo que deja la novela. Pero, leedla. De verdad.
Siempre que te leo me entra el impulso de agradecerlo, qué bien que se pueda hacer aquí. Siempre aporta, hace sonreír, reflexionar. Gracias.
Gracias Amaya, por compartirnos un poco de tus pensamientos mas íntimos. Creo que muchas compartimos tu sentir. La envidia es una falsa amiga que nos visita a menudo, es un sentimiento del cual siempre huimos, sin embargo, yo apuesto por dejarla fluir y verla desde afuera, aceptarla y comprender su razón de ser. La cosa esta en tener en cuenta que independientemente del estilo de vida que tengamos, todos tenemos nuestras miserias y problemas. Anotaré el libro del Síndrome de la impostora!.