La razón por la que no puedes oír el diálogo interior de inseguridades de otras personas no es porque no lo tengan es porque solo tienes acceso al tuyo.
La esperanza es una cosa bastante rara. Yo la manejo regular. O voy con todo o no me dejo siquiera ilusionarme.
Me han sacado las muelas del juicio porque se me estaba abriendo la mordida. La dentista me sugiere que eso puede provocar acúfenos. Una lucecita chiquita se enciende en el fondo de mi cabeza. ¿Y si se me pasa el pitido que tengo desde hace dos años en el oído izquierdo cuando se me recoloque la mandíbula? Pero en ese mismo instante, mi cerebro busca todas las opciones de que eso no pase: te empezó por una otitis; tenías covid cuando comenzó; ninguno de los masajes de mandíbula han hecho el menor efecto. Esa soy yo quitándome la ilusión a mí misma. Es echar el freno de mano. Protegerse. Por si no funciona.
“Cuando hablo de imaginación me refiero a la habilidad de crear posibilidades en nuestra mente que deben ser ajenas a lo que nos rodea. Pero, ¿qué cosas solemos imaginar? Generalmente, lo que deseamos. Cuando somos pequeñas, la imaginación nos lleva a mundos que no pueden habitar nuestra realidad, pero vamos perdiendo esa capacidad con el tiempo. Quizá sea uno de los aspectos que más extrañamos de nuestra infancia. Como adultas, cada vez más, la ansiedad y los malestares influyen en nuestra imaginación al concebir escenarios horribles y situaciones terroríficas que tal vez no ocurran, al tiempo que mermamos la posibilidad de concebir alternativas a las brutalidades que sí están sucediendo”. Alicia Valdés en Política del malestar.
Imagino algo chiquitico para mi pitido, pero también voy con todo en otras cosas: creo que me va a tocar la lotería cada vez que juego. En serio. O soy capaz de anticipar cualquier catástrofe. Me imagino el fin del mundo, pero me preparo porque yo sí me voy a salvar. Como si fuera a ser capaz de pescar con un hilo endeble que tengo en mi mochila o a cazar ningún animal con un arco plegable. De desastre en el tirapichón a sobreviviente en el apocalipsis. Lo veo.
Dicen que la gran crisis ya está sucediendo, pero esta vez no es una crisis de vivienda o empleo. No es algo radical y visible. Se trata de un empobrecimiento generalizado de la población que poco a poco pierde acceso a derechos básicos y tiene que esforzarse más por vivir. Una población que cada vez trabaja más para obtener menos. Somos la rana en la cazuela, como no te hierven de golpe, no lo vemos venir. Y tampoco creemos que se pueda hacer gran cosa. Eso es lo peor.
“Algo debe de estar condicionándome para que no pueda imaginar una alternativa sobre el futuro, o incluso sobre el presente, sin creer que es una quimera utópica. Ya lo dijo el filósofo Fredric Jameson en 2001: «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Qué mala opinión debemos de tener de nosotras mismas como humanidad para sentenciar que un futuro mejor o un cambio en el presente es imposible”. Alicia Valdés, en Política del malestar.
Tenemos una esperanza chiquitica. Pero ya os he dicho que con algunas cosas yo soy una macro optimista y voy con todo. Mi pitido no se irá, pero creo que frente a todo ese malestar hay una grieta de luz. Que la sociedad tiene un límite por el que será capaz de defenderse. Que hay un cambio en cómo entendemos el trabajo y el tiempo libre. Que existen la bondad y la generosidad. Que el éxito es cada vez más distinto a lo que nos enseñaron. Que estamos aprendiendo a hablar y a nombrar muchas cosas que antes se resolvían con un “¿Estás triste? ¡Pues no estés triste!”
“La incapacidad de vivir las emociones negativas desde una posición no estigmatizante conduce a la desmovilización, la imposibilidad del cambio. Conocer nuestros síntomas, indagar en ellos y favorecer un regreso a los afectos puede devolvernos nuestra capacidad para distinguir qué emociones y pensamientos queremos habitar fuera de los que nos impone la Realidad”. Alicia Valdés, en Política del malestar.
Hay que ejercer cierta sinceridad con uno mismo. Yo trato de convencerme de que estoy acostumbrada a mi pitido, que podría ser peor. Me digo que tengo que conformarme, que tiene cosas buenas, que duermo bien. Pero la verdad es que sería increíble poder oír el silencio un ratito.
Y cuando hablo del pitido, por supuesto que no hablo del pitido.
Amaya Ascunce.
P.D. 1 Traigo perfumes para compensar tantas intensidades. Tres flechazos absurdos. En serio, no sé qué me pasa. Estoy en un rango de aromas que a mí misma me pilla por sorpresa.
Primero vamos con uno de los hits de TikTok de Kayali: Yum Pistachio Gelato 33. Pero por dios, que tengo 45 años, ¡por qué quiero oler como un helado de pistacho! No lo sé. Tampoco es que huela tal cual a pistacho, ni a helado. Me huele a vainilla pero como si tuviera ¿menta? Que no está entre los ingredientes pero yo le noto algo fresco o picante que no identifico. Y también a leche y jazmín pero de una manera enterrada. Es un perfume dulce pero limpio. No me lo explico. Pero funciona en mi piel.
Vainilla 28, también de Kayali. Hay un montón de zetas a tope con esta marca y luego estoy yo… En fin, dulce pero tiene algo sucio que creo que es el pachuli y jazmín pocho. El primer día que me lo puse me preguntaron cinco veces que qué llevaba. Esto es una cosa fantástica para el ego de alguien que ama los perfumes. A mi favor, mi amiga A. se hizo con él después de estar conmigo y ella tiene 50 años. Está muy feo acusar, lo sé.
Y por último un perfume, en principio, masculino. Lo llevo mientras escribo en la muñeca y parezco una adicta: Ombre Leathter de Tom Ford. Es raro. Huele a rueda y a interior de coche. A ratos a algún tipo de spray. Pero huele increíble. No sé si es el jazmín metalizado, el cuero, el pachuli o el ámbar, que transforman todo eso en algo que tiene sentido. Pero también funciona en mi piel.
Ahora me doy cuenta de que las tres tienen en común un jazmín escondido debajo de muchas otras cosas. Y eso, sí. Yo siempre he sido fiel a ese aroma que es el verano, y los patios, y las vacaciones y mi madre cortando una flor y dándomela en la mano para olerla mientras me cuenta algo de su infancia.
Al final, resulta que no innovo ni un poquito: intensidad, apocalipsis y perfumes de jazmín. ¡Venga vamos a por otro año rumiando lo mismo! A ver si por fin 2025 es el año en el que todos conseguimos nuestra casa mirando al mar, o lo que sea que le pidáis a la vida (además de salud) y un montón de tiempo libre y dinero, montones de dinero, que ya está bien de soñar poquito, y amor, y oye, por qué no, que se me vaya por fin el pitido.
P.D. 2 Gracias por seguir ahí.
P. D. 3 ¡Comprad mi libro y haced ese sueño posible! La idea de ti.
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Soy de las que suele decir ante cualquier situación ¿qué es lo peor que puede pasar? A pesar de eso soy muy optimista. Todos los años, en esta época hago mi balance: todo lo logrado y lo que me propongo para el año siguiente. Que se cumpla lo que te proponés para 2025. Feliz año!
Amaya, leí el libro de Maggie Smith que recomendaste la última vez y me encantó.
Yo también tengo en la lista de deseos, el primero, que se me quite el pitido (son ya cuatro años). Feliz 2025.