Recojo el lavavajillas, me pongo un podcast. Me doy un baño y me pongo un podcast. Voy paseando a recoger a mi hija del cole. Son 5 minutos. Me pongo música. Por supuesto, si conduzco, audio libro o podcast. Cuando trabajo, muchas veces lo hago con música. Viajo en taxis con los cascos. Llamo a mi hermana cada vez que me monto en un taxi. Nado con música. Por las noches duermo con ruido blanco: estoy en la fase del fluir de los ríos. Tengo que admitir que esos ríos fluyen mucho mejor que yo. No tengo problemas con el silencio. Tengo problemas con perder el tiempo.
“Ella también abre su portátil, aprovecha. Aprovecha, siempre aprovecha, nunca hace una sola cosa a la vez. Prefiere el tren al coche porque mientras se desplaza redacta informes y responde correos, y no va con la vista clavada en la carretera escuchando la lista de canciones de chicas tristes”. Lo he leído en Nada que decir, de Silvia Hidalgo. Me ha gustado esta novela.
Va de una mujer que se supone que lo tiene todo: el chalet, la niña, el éxito, el marido: “Él presumía siempre, mira qué luz, como si fuera suya, señalaba a quien entrase, como si la hubiera comprado, mira qué luz, es lo que me enamoró de esta casa frente a las otras, eso decía. Enamorarse de una casa y de la luz, qué suerte algunos, porque siempre hay luz y siempre hay casas y cosas bonitas y es posible estar enamorado todo el día, con el cerebro blando y asombrado, qué suerte abrir los ojos y que todo esté bien porque hay algo como la luz”.
Pero el deseo, la frustración, la ansiedad van por debajo: “Quiere huir de los espejismos de una falsa felicidad, pero se sitúa ante el abismo de una relación enfermiza, desquiciada, con un directivo de la empresa de su exmarido, un ‘hombre tumor’”. Pensé que iba a ser un libro sin más porque en general no me va la temática amor vs pasión, pero no. Hay mucho más. Sobre el lenguaje corporativo: “Está tan alienado en su pequeño mundo subterráneo de paredes beige y mesas de latón que ha llegado a incorporar estos vocablos a su lenguaje y cree que son tan universales como la palabra amor”.
Una novela muy ligera que me ha hecho reír también de amor: El factor Rachel, de Caroline O’Donoghue. Sobre la amistad, la juventud, el poder en las universidades y también en el mundo editorial, la familia… Es divertido y ligero. Es verdad que, al cogerlo, me he dado cuenta de que no he subrayado nada. No sé si ha sido cosa del libro o mía por leerlo en la playa. Pero me duró un suspiro.
Cuenta la historia de una universitaria y su compañero de piso gay que no ha salido del armario. Juntos trabajan en una librería, y tampoco se puede contar mucho más sin destripar la trama. Qué mal lo estoy vendiendo. Iba a decir que se parece a Sally Rooney y sus conversaciones entre amigos, pero a mí lo de Sally me pareció un libro adolescente de gente que quiere sentirse especial y rara y son todos iguales en su manera de ser especiales y raros, y todo parece súper moderno, pero en realidad no porque tienen la misma obsesión con el AMOR.
Pero está claro que es cosa mía porque arrasó. Ya os he dicho que las novelas de amor no son lo mío.
Esta canción me acompaña esta semana en los huecos que no dejo libres.
Yo solía vibrar con el ruido del mar
¿Qué coño me ha pasado?
Yo solía pintar, ahora quiero pintar
Pero estoy ocupado
Ayer conocí a Luisa
Hoy Luisa se ha marchado
Si me hubiera quedado media hora más
¿Qué hubiera pasado?
Amaya Ascunce
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Me apunto las recomendaciones y... ¿por qué escuchar música no te parece perder el tiempo? Jaja.
Yo en cambio tengo un problema con tener que hacer algo todo el rato.... Encuentro que hay algo subversivo y delicioso en no hacer nada de vez cuando. Me apunto la novela que recomiendas para cuando acabe mi fase de libros de humor ácido. Gracias por tu post.