No hablamos de dinero pero el dinero nos importa muchísimo.
Aunque no todos. Ayer me llevó un taxista que me contó que su casa en una urbanización a las afueras le había costado 300.000 euros y que en tres años ya valía 600.000. Que tenía palmeras y que sus amigos decían que era como vivir en Miami pero a 10 minutos del centro de Madrid (spoiler para los no madrileños: ni siquiera si vives en el mismo centro puedes llegar en 10 minutos a ningún lado). Que él era empresario porque heredó unos dinerillos de su abuelo y pudo pagar la licencia a toca teja y se sacaba un buen sueldo de casi 3000 euros al mes, pero que su situación era gracias a que él era muy trabajador y se lo curraba. También me dijo que no tenía ningún problema con el racismo pero que mi barrio no le gustaba porque había moros y gitanos, igualito que en el barrio que él se había criado, donde todavía vivían sus padres y todo el mundo lo conocía por la calle, pero seguía habiendo muchos moros y gitanos “sin ser yo racista ¿eh señorita?”. Cuando me llevó al límite en el que yo no quería que mi silencio pareciera que le daba la razón a las más variopintas teorías sobre el dinero, los pobres, las banderas y los ladrones aflojé: “¿Pero tú sabes que los grandes ladrones no viven aquí si no en La Moraleja o en el Viso?”. Se rio: “Tiene usted razón señorita, como el coletas”. Y yo, que me lo estaba pasando bien a esas alturas, le contesté: “¿Quién es el coletas? ¿Algún futbolista?”. Subió la radio mientras me miraba con desconfianza por el espejo sin saber si yo era muy tonta o demasiado lista.
Hay una cosa curiosa con la aporofobia (el miedo a los pobres o a la pobreza) y es que también la tienen los pobres. Vivo en un barrio en el que creo que el 80% se considera clase media, pero dudo de si mañana se les cayera un diente y tuvieran que pensar en ponerse un implante todo el presupuesto anual se desestabilizaría, e incluso podría afectar a varios años, y algunos irían con un diente roto para siempre. Pero no es solo mi barrio. Oigo a mucha gente que cobra sueldos muy justos, y que si no fuera por pequeñas herencias, apoyos de ingresos que no vienen de su trabajo, gente que puede aguantar gracias a sus parejas o a unos miles de euros que les dieron sus padres para la entrada del piso, hablar de la clase trabajadora como si no fuera con ellos. Igual es el nombre, que tiene miles de connotaciones políticas. O igual es que preferimos creernos a salvo. Anne Helen Petersen (probablemente la persona más citada en esta newsletter) explica en su libro ‘No puedo más’:
“La universidad no mitigó la ansiedad económica de nuestros padres. No nos garantizó un lugar en la clase media y en muchos casos, ni siquiera nos preparó para el mercado laboral. Pero la formación universitaria nos enseñó una valiosa lección que aún perdura: cómo orientar toda nuestra vida en torno a la idea de que el trabajo duro conduce al éxito y a la prosperidad, sin importar el número de veces que nos enfrentemos a situaciones que demuestren lo contrario”.
Pensar que el dinero no es un problema, que para nosotros no, que nosotros no nos merecemos tener problemas de dinero. Pero los otros igual sí. Igual no se han esforzado lo suficiente, como si no hubiera un montón de gente en este país currando 10 horas al día para ganar una miseria.
Tengo unos amigos que viven en Londres y hablan de sus ingresos con una naturalidad que para mí quisiera. Creo que sienten que no les define para nada. Solo es una herramienta que les permite vivir de una determinada manera y que, además, puede cambiar la situación sin que ellos sean los responsables, para bien o para mal. En el podcast Arsénico Caviar comentaban lo mismo sobre el dinero: la ligereza a la hora de presentarse y preguntarle a alguien cuánto ganan en Inglaterra. No me puedo imaginar eso en España.
Esta opacidad también provoca que mucha gente no sabe lo que vale el trabajo que realiza en verdad. Me sorprendió la newsletter de Farrah Storr (que fue directora de ELLE UK y ahora dirige Substack en Europa) donde publicó que ganaba 90 mil dólares con su newsletter (carita de sorpresa extrema). Farrah 90 mil, yo cero. Bueno, el otro día descubrí que existe una cosa que se llama compromiso en substack y la gente que se apunta ahí te promete pagar X dinero al año por el contenido si decides hacerla de pago. Y Micaela (mi mejor lectora a partir de ahora) se ha comprometido a pagar 80 euros al año por leerme si la cierro (corazón, corazón). Farrah mandó un segundo mail a los días en el que se preguntaba si estaba mal admitir cuánto ganamos y hacía un recorrido económico por su carrera como editora de revistas de moda. Explicaba que la transparencia sobre el salario ayuda a hacer un mercado laboral más justo.
Lo leí como si me dejaran mirar por agujerito prohibido y lo compartí con otras periodistas como quien pasaba un texto que alguien censuraría en horas o se fuera a autodestruir al estilo Inspector Gadget. Estamos en 2023 y hemos aprendido antes a hablar de salud mental y sexo que de dinero.
Menos algunos taxistas parece: “Buenas noches, tenga cuidado que no creería las cosas que he visto yo en este barrio, señorita”, me dijo al bajarme. Estuve a punto de decirle que prefería que me llamara señora pero, en realidad, no lo prefiero.
Amaya Ascunce
P.D. 1 Sigo con mi spam. Tengo un libro chiquito, rojo, cuidado: La idea de ti en el que hablo de cosas parecidas a esta newsletter (quitando a Micaela que está exenta) me haría muy feliz en términos económicos vender un montón de ejemplares del libro. Y ya que hablamos de sinceridad con el dinero, los escritores ganan de media entre 1 y 1.5 euros por cada libro vendido (es decir entre un 7% y un 12% del precio del ejemplar). Para que os hagáis una idea de cuantos hay que vender para comprarse una casa en la playa.
P.D. 2 No quiero brear a nadie pero he abierto un canal de whatsapp para mandar un aviso cuando salga la newsletter y poder compartir alguna frase o artículo que vaya leyendo. Instagram o Twitter cada vez me resultan más áridos y busco alternativas. No prometo nada. Probamos y vamos viendo. Para seguirlo aquí: Leer por leer o buscando ‘leer por leer’ en la pestaña de novedades y canales.
Buenos días. ¿Sabes con quien hablo yo de sueldos? Con mis hijas. Desde hace ya años les enseño cuanto gano, cuanto es la hipoteca, la luz, la gasolina. Cuando vamos a la compra les hago intentar adivinar cuando costará y así con todo.
Sobre por qué no hablamos de sueldos hicimos este episodio en Hoy en El País por si te interesa
https://open.spotify.com/episode/17LNQ6gwci89kgOtWjIp2v?si=wCOMTF8vRjuL115LXbEFGg
Buen domingo, querida.
Una vez oí a alguien en Instagram, que tu nivel de riqueza es inversamente proporcional al número de sartenes que tienes que sacar del horno cada vez que lo enciendes... Se me quitó la tontería de pensar que yo era de clase media, así de un plumazo.