Aprovecho todo el tiempo que tengo. Lo quiero usar para algo, que me sirva, que me divierta. Ni una cola en la pescadería sin ver el móvil o responder correos. Estoy mintiendo. Las únicas colas que hago son en la caja del Mercadona al lado del curro cuando bajo a comprarme una ensalada y aprovecho para hacer la compra: eficiencia, efectividad, productividad. Esa compra es siempre una mierda, claro. Porque estoy embotada y porque cojo cosas al azar. Nunca tengo todo lo que necesito y llego a la redacción con vino, yogures, papel higiénico, manzanas y un pure de espárragos. Y al día siguiente vuelta a empezar. Siento que me paso la vida optimizando el tiempo y haciendo la compra. Mientras me lavo los dientes pienso en cómo cargar de agua el irrigador con una sola mano. Absurdo. En realidad, no somos capaces de hacer dos cosas a la vez. Es un mito. Nadie. Lo que hacemos es pausar una, aunque sea poco, y hacer la otra. Soy una optimizadora, pero no, no me hace ni un poquito más feliz. Pero esta es la bola de los tiempos a la que vamos subidos.
“La investigación sugiere que, en la sociedad moderna obsesionada por el trabajo, las personas ocupadas son consideradas de mayor estatus que las personas con mucho tiempo libre, una inversión de épocas anteriores cuando solo los ricos tenían tiempo para relajarse. Cuando la ocupación y la productividad se blanden como insignias de honor, es atrevido priorizar actividades que resulten solo en descanso, relajación o alegría”.
Lo escribe Jaime Ducharme en un artículo de Time sobre la mediocridad: “Comencé a reevaluar mi relación con la ambición y lo que quiero de mi trabajo y mi vida. Y la verdad a la que llegué es esta: ser mediocre es mejor que vivir siendo miserable”, explica.
Desde la pandemia hay un cambio. Hay un runrún que creo (o quiero creer) que está cambiando cómo nos enfrentamos al éxito y al trabajo, sobre todo, en las generaciones jóvenes. Veo mucho criptobro en TikTok dando lecciones sobre cómo hacerse rico, super rico, hablando de que, por la mitad de salario, contrata freelances en un país en vías de desarrollo mucho más motivados. Pero veo muchos vídeos más sobre we are millennial managers, críticas con humor a las “job justification meeting”, O como Rayomcqueer y su filosofía utilitaria del trabajo, que comparte con su generación, le lleva de la cola del paro a las alfombras rojas.
Leo este artículo que fue muy viral en The Cut sobre la pérdida de ambición post pandémica: “A pesar de la reciente insistencia de Kim Kardashian en que “nadie quiere trabajar hoy en día”, la gente nunca ha trabajado más duro por menos, nunca ha entregado tanto de sí mismo al capitalismo para apropiarse de una fracción de la enorme riqueza de las Kardashian. La gente quiere trabajar (tenemos que hacerlo), pero muchos de nosotros ya no estamos dispuestos a cambiar nuestro bienestar por la oportunidad de recuperar el decadente sueño americano. Hay un enfoque renovado en las relaciones, la comunidad y el ritmo lento de la vida fuera del espíritu de las girlboss”. (Esta es una traducción un poco libre del fragmento que podéis leer aquí).
También leo a mi amiga Paloma Abad en su newsletter Pretty in, Pretty out sobre la idea del éxito o del triunfo: “Tampoco es necesario triunfar. No nos gusta leer esto (a mí la primera), porque muchas hemos invertido media vida laboral en la búsqueda del ansiado éxito. Pero es la verdad. Muchísima gente en este país lleva existencias de lo más sencillas, sin hacer ruido, sin grandes éxitos ni enormes fracasos Y NO PASA NADA. Te aseguro que no vive mejor la CEO de una empresa del IBEX 35 que mi prima de Burela, porque la felicidad no depende del éxito ni del fracaso, sino de querer a quienes te rodean, no ser especialmente odiado y encontrar placer en las pequeñas cosas”.
Priorizar actividades que resulten solo en descanso, relajación o alegría. Esta podría a ser la revolución.
Os dejo, que tengo que hacer la compra online mientras veo una serie. Igual aprovecho y emparejo calcetines.
Amaya Ascunce
P. D. 1 Hablando de la alegría: este perfume de Gres: Cabotine con ese tapón que parece un repollo. Por 9 euros en cualquier perfumería de barrio.
Huele a todo: a lirio blanco, y cilantro. Jengibre. Flores blancas. Clavel. Es un perfume de los 90 y no se deja un ingrediente fuera: azahar, grosella, melocotón, almizcle. Te dura horas. Es jabonoso, limpio y alegre. A mi me huele como el pañuelo del cuello de una mujer de 60 años que, después de hacer zumba y darse una ducha, se va al centro a tomar una caña con su amiga Mari Carmen y luego al cine a ver una de amor y lujo. En un foro de perfumes una chica dice que es un perfume que te enseña a no tener prejuicios con frascos, el precio y la fragancia. Estoy de acuerdo.
P. D. La newsletter de Paloma va en realidad sobre la meritocracia, otro tema que me obsesiona: “La meritocracia no existe, es una trampa del capitalismo para que creas que si no logras todo lo que te propones, la única responsable eres tú misma”. Aquí para leerla completa. “La meritocracia son los padres”.
Dicen que mal de muchos…consuelo de tontos. Pero me has hecho sentir mejor, menos rara. Montada en el carro de la productividad y la eficiencia llegué a los 30 años con las metas laborales cumplidas (plaza fija y doctorado). Ahora no tengo nada que hacer (aparte de trabajar claro) y esa condición, que para muchas sería maravillosa, me genera ansiedad cada vez que me tiro en el sofá a las 4 de la tarde con todo el tiempo disponible para mí… ¡qué nos hemos hecho?
Lo que tengo claro es que no quiero subirme a esa rueda de hamster otra vez, a ese no parar.
Me vuelvo al sofá.
De los 25 a los 35, aproximadamente, me los pasé en una continua búsqueda de la productividad, pero en todos los ámbitos. Currar mejor para ganar más, los ratos libres utilizarlos para leer y escribir, los ratos libres de esos ratos libres para estar socializando y manteniendo todas las relaciones personales posibles, el resto del tiempo, si sobraba algo, generalmente para ver alguna serie y dormir. Lo de dormir de aquella manera, porque me gustaba decir eso de "ya dormiré el día que me muera".
Y bueno, al final peté. Por suerte nada dramático, pero claramente algo se rompió dentro de mí. Entonces fue cuando entendí que, para mí, la vida va de estar a gusto. Ahora, con años y perspectiva, sigo haciendo todo, pero sin preocuparme de ser productivo. Si hay una semana que toca estar en Babia, pues a disfrutarlo. Si un día me apetece levantarme tarde y estar mirando el techo de la habitación, pues mejor para mí. Y oye... no sé si esto será temporal o durará para siempre, pero muy contento con el cambio!