Vengo sin nada. Solo traigo preguntas. ¿Preferirías vivir en un edificio feo con vistas bonitas o en un edificio bonito con vistas feas? Esta pregunta la he oído varias veces y muchas personas tienen una respuesta muy clara. Es más, me resultan muy vehementes en su opinión. Yo nunca he conseguido saber qué prefiero, y en ningún caso, qué es mejor. Dicen que elegir vivir en el feo es conformarse, no querer aspirar a más. Otros opinan que lo importante es que tú veas cosas bonitas. Otros que el deseo es el mayor enemigo de la felicidad. Desear lo de enfrente te puede envenenar.
Más preguntas. ¿Algo que va bien siempre tiene que crecer? Esta newsletter, por ejemplo. Hay casi 13.000 personas registradas y recibo muchos consejos de qué debería hacer lo siguiente. Cómo aprovecharlo, hacerla crecer, crear algo nuevo, mejorarla. Más grande. Me pasó también con un blog que tuve sobre la drama mamá. Decían: da el siguiente paso, hazte influencer, marca, haz tazas con frases de madre, camisetas... Pero yo no quería nada de eso. También con los podcasts. ¿Ahora hacia dónde vas?
Pasa con el trabajo. ¿Qué es lo siguiente? ¿A qué aspiras? Tu casa, compra otra más grande, mejor ubicada. La vida. ¿Todo tiene que crecer? El otro día le decían a una compañera que el próximo paso era casarse. Igual no, pensé. Igual no hay próximo paso. Ni hipoteca. Ni niños.
No sé por qué sentimos que existe fracaso si no avanzamos. ¿Alguna vez llegamos?
Tengo ganas de reducir, de frenar en casi todo. Tampoco sé cómo hacerlo porque siento que hago pereza, que no pongo foco, que me falta ambición, ganas de mejorar o de profundizar. A veces creo que nada me interesa lo suficiente.
Llevo cinco días que casi no oigo mi pitido. Sigue aquí cuando lo busco pero su presencia es menor. Siento que he compartido tanto mi queja, que también tengo que compartir esta paz. Me da miedo siquiera decirlo porque el pensamiento mágico me hace pensar que, si lo digo, se gafa y volverá a ser intenso y molesto. Pero ya lo he dicho. ¿Es mejor no compartir?
Tengo loco a mi entorno. Un otorrino me ha recomendado que escuche algún sonido exterior que confunda a mi cerebro hasta que llegue un momento que deje de detectar el que solo oigo yo. Me pongo un campo de grillos en una noche de verano. Este campo. En mi trabajo andaban muy sorprendidas de que el descampado de nuestro polígono tuviera tal profusión de grillos.
Da igual lo bonita que sea mi mesa de trabajo. Ese mini descampado lleno de mierda de perro es deprimente. Lo único que tengo claro es que quiero que desde mi ventana se vea el mar. ¿Esa respuesta sirve?
Amaya Ascunce
P.D. 1 Un libro: he leído Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado Cabrera. Mira, una gozada. Bibiana habla de lo que yo siempre trato de explicar sobre el cuerpo y las mujeres pero lo hace mucho mejor que yo.
¿Cuántas tallas diferentes guardo en el ropero? Ese abanico de pantalones que me aguarda en la penumbra del armario es una escalera a la desestabilización. Cada mañana, al vestirme tengo que revalidar mi propia aceptación y eso resulta extenuante. Lo que hace solo un mes me ajustaba sin problemas ahora me estrangula la cintura y no sé por qué y me entran ganas de llorar. No hay nada más triste que comprobar cómo la barriga sobresale más que el pecho y que un falso aire de embarazo envuelve tus vestidos. Volverá a disminuir, volverá a aumentar, así desde que tengo memoria. Nunca hay paz para el cuerpo.
He visto mujeres consolarse tras traumáticas rupturas emocionales o duelos porque, al menos, el malestar les había hecho perder peso. He visto a mujeres sonreír teniendo un fortísimo virus estomacal porque así rebajarían algo. Esas mujeres no eran anoréxicas ni bulímicas: éramos nosotras.
No solo habla del cuerpo. La pobreza y el trabajo son en realidad el hilo que une todo. Y un amor puro y animal a su madre.
Mi madre trabajaba como solo trabajan los que lo han pasado verdaderamente mal, ¿me explico? Trabajaba como si le fuera la vida en ello, aunque hiciera muchísimos años que no pasara hambre. Mi madre, de algún modo intuitivo, sabe que la pobreza no solo tiene que ver con el dinero y que el trabajo duro es el único gran patrimonio de los pobres.
Y también dice esto: “Nunca he sido tan productiva como cuando he estado realmente hecha mierda. Me corrijo: creo que nunca he sido tan productiva como justo antes de darme cuenta de lo hecha mierda que estoy”. Ay Bibiana, cómo te entiendo.
Qué identificada me he sentido, Amaya.
Si no te lo has leído, te recomiendo el libro “4.000 semanas - Gestión del tiempo para mortales” de Oliver Burkeman. Es de la rama de pensamiento de Anne Helen Petersen.
Yo en los tiempos que corren creo que la libertad está en la renuncia.
¡Un abrazo!
Amaya, que descanso leer algo así. ¿cuando deja uno de producir y empieza a disfrutar sin otro propósito? Es como si me hubieras liberado del pitido. Suenas a calma y a vistas al mar, a murmullo de las olas, sin otra pretención que ser.
Ser. Sin disfrazarte de otra persona.