Pienso en quererme a mí misma y también en ponerme a dieta. Como cada junio. Pienso en escribir este texto de manera libre, sin que la mirada del que lee me afecte. Pero también pienso en qué pensarán los demás. Corrijo algo. Pienso en hablarme con una voz amable y me digo: mira qué tontería acabas de decir. Me repito esa tontería varias veces al día. Pienso en tomarme mi vida con calma y no dejo de apuntar cosas en mi agenda. Pienso en no perder el tiempo en las redes. Después paso dos horas en cualquier timeline infinito en el que una mujer en la otra parte del mundo da consejos acerca de su forma de embotar pepinillos. Súper práctico. Odio los pepinillos. Pienso en no leer mi mail fuera de las horas de trabajo. Pero lo leo y me meto en la cama con un diálogo mental que responde a conflictos absurdos de oficina y ego. Pienso que no merece la pena el estrés y la tensión. Y luego me tomo todos esos conflictos como una batalla personal. Solucionar. Solucionar. Solucionar. Pienso que no debería sufrir por los personajes secundarios de mi vida. Y sufro. Pienso que es importante el primer pensamiento que tengo al despertar. Y la mayoría de los días es qué voy a ponerme. Pienso en ser sincera. Y aquí estoy. Igual borro este párrafo y vuelvo a otro documento que me defina menos. Menos verdad. Buscar una cita de otros. Un libro que cuente lo mismo y que yo me pueda quedar detrás. Que me pueda esconder. Eso siempre me ha funcionado.
El otro día leí que la envidia es una forma de saber lo que realmente queremos. A mí la envidia me dura un fogonazo. Pero he empezado a verla de otra manera. ¿Realmente quiero eso? ¿Creo que lo quiero? Me resulta fácil quitarme de encima ese sentimiento. Yo puedo querer algo del otro, pero no quiero ser él, ni su vida. Yo quiero seguir siendo yo con una casa en la playa. Eso quiero.
Insisto demasiado en el sueño de la casa en la playa, como si eso fuera una solución. Escuché en el podcast Amiga date cuenta a las dos presentadoras hablar de “su casa en la playa”. Una de ellas quiere un ático con terraza. La otra un patio en Barcelona. La segunda explicaba que envidiaba la vida de la vecina del primero de su casa a la que veía hacer paellas, trabajar, cenar con su marido y sus hijas en un precioso patio. Pensaba que ella sería súper feliz ahí. Hasta que un día la vio haciendo la mudanza y le dijo que se divorciaban.
“En un mundo desfigurado, contaminado, atenazo por el miedo, el horizonte sobre el que cada persona se permite proyectar sus sueños se ha retraído hasta coincidir con las dimensiones de su propia casa y, más todavía, con las dimensiones de su propia persona. Así, nuestra apariencia, al igual que el acomodamiento y la decoración de nuestro entorno físico, es, al menos, un aspecto sobre el cual tenemos influencia”. Belleza Fatal,de Mona Chollet
Creía que había recomendado ya aquí el libro de Mona Chollet Belleza fatal. Es un ensayo feminista sobre el mundo de la moda, la belleza y la búsqueda del ideal femenino perfecto. Me costó leerlo porque me interpela en muchas áreas. Y a veces coloca un espejo difícil de digerir. Pero menuda tía lista es Mona Chollet.
“La convicción de una falla, de un vicio fundamental del propio cuerpo que el tiempo no hará más que volver evidente y cuya aparición hay que retrasar tanto como sea posible; y esta convicción atañe también a una forma de suciedad que se supone que los mil productos destinados a purificar, reducir, remover podrán remediar”.
Junio y a dieta una vez más. Ya lo he dicho.
“La vigilancia a que se somete (al cuerpo) constituye un medio soñado para contener y controlar a las personas. Las preocupaciones en torno al cuerpo les hacen perder un tiempo, una energía y un dinero considerables; las mantienen en un estado de inseguridad física y de subordinación que les impide ofrecer todo su potencial”.
Pienso que cuando al final tenga mi casa en la playa se va a producir el efecto de ¿y ahora qué? Porque, en realidad, esa casa es la manera que tengo de no nombrar todo lo que sí necesito: la serenidad, la paz, el tiempo, el espacio y la libertad. Pero me parece mucho más sencillo pagar una hipoteca de un apartamento con vistas al mar. Estando como están las hipotecas.
Pienso que tengo que hacer algo, pero no hago gran cosa.
Amaya Ascunce
P.D. Esta cita de una escritora aventurera Isabelle Eberhardt:
“Siempre me ha asombrado constatar que un sombrero a la moda, una blusa adecuada, un par de botines bien ajustados, un pequeño conjunto de muebles aparatosos, algún objeto de plata y algo de porcelana basten para calmar la sed de felicidad de tanta gente. Cuando era joven sentía que la Tierra existía y quise conocer sus confines. No estaba hecha para dar vueltas en un carrusel, con unas anteojeras de seda”.
P.D. 1 Estoy muy sorprendida de los suscriptores que se han sumado a esta estrategia de pago que hace aguas por todos los lados y que contradice muchas de las recomendaciones que leo. Todas aseguran que lo mejor es cerrar el contenido. Pero yo me he quedado con un par de artículos que dicen lo contrario.
Recuerdo un poco las bases de este juego.
¿Cuáles van a ser las condiciones? Todo va a seguir igual. Voy a seguir escribiendo dos cartas al mes. Llevo mucho tiempo pensado en escribir dos más y cobrar por ese extra. En hacer un club de lectura online. Zooms personales. El pino mientras leo en voz alta. Pero la realidad es que no tengo tiempo. Bueno, sí lo tengo, pero quiero vivir. Tengo que elegir entre ir a pilates y poder irme al parque con mi hija los fines de semana y hacer más cosas en mi tiempo de ocio. Así que he decido crear un sistema de suscripción voluntaria.
¿En qué consiste? Hay una suscripción mensual, otra anual y miembro fundador. Y todas dan acceso a dos cartas al mes. Las dos primeras van con descuento respecto al precio mínimo que obliga la plataforma de envío y pienso mantenerlo también.
¿Qué significa?
Puedes pagar:
3.50 € euros al mes por leerme si te suscribes mensual.
32.90 € euros al año.
Hacerte socio fundador por 75 € (que debe ser que te flipa mucho está newsletter).
O nada.
En las cuatro opciones recibirás todos los meses dos cartas. Las mismas.
Soy muy consciente que para algunas personas pagar esas cifras es algo inabarcable. Y para otras no significa más que una forma de apoyo a quien leen y siguen, un precio que pagarían por un libro o por unas cañas. Veamos.
¿Por qué? Para dar valor a este trabajo. Me gusta escribir. Me gusta aún más conectar con otra gente que esté al otro lado pensando algo parecido. Me encanta que me digan que han vuelto a leer gracias a mis recomendaciones. Pero esta carta ha necesitado un sábado de mi tiempo libre para escribirse.
Substack dice que eligiendo esta opción se gana cinco veces menos que cobrando por todo el contenido. Pero no va a de eso. Yo siempre he sabido que no me voy a hacer rica escribiendo. De cada libro, los escritores se llevan poco más de 1 o 2 euros. El resto es para los intermediarios. En este sistema ellos se llevan alrededor de un 13% (entre la plataforma de pago y Substack). Justo al contrario que con los libros.
Si quieres formar parte de este club voluntario:
Me fascina leerte. Me has recordado al poema de Whitman:
«¿Que me contradigo?
Sí, me contradigo. ¿Y qué?
Yo soy inmenso y contengo multitudes».
Una más en tu club voluntario :)
Cómo te entiendo. No leo mi correo corporativo fuera del trabajo, ni tengo teléfono de empresa. Aun así, en mi tiempo libre puedo pasarme horas pensando en esos personajes secundarios. Mientras tanto, ellos estarán haciendo su vida en casa, tranquilos y "felices". Entre comillas, porque sé que a algunos de ellos les drena la felicidad ese trabajo que no pueden dejar: ya están pagando unos cuantos créditos para aparentar en redes que su vida es perfecta...