Uno:
Estaba en la playa. Segundo destino de este año. Lo elegimos siguiendo el siguiente comentario de Minube de un tal Luis Solis: “Veranear en Xeraco es morir un poco”. Imagino que puede ser disuasorio para alguien que busca algo. A nosotros nos pareció un gancho espectacular. Buscábamos un sitio no multitudinario lo más cerca posible de Madrid con playa. Hecho. Además, tenía cuatro heladerías así que pasaba el control de calidad de M. Una playa bonita y larga, poca gente y poco más. Un buen plan aunque no para Luis Solis.
A mi lado una mujer de unos 40 años. Las dos vigilábamos a los niños en un inflable. Las dos con un vestido cutre y un moño mal peinado. Las dos en el mismo sitio de playa, según Luis: la muerte en la tierra. Ella decía que había alquilado un barco para pasar un día en Formentera. Bah un barco, pensé. Para ir a Formentera. “Que el avión es muy caro”. ¿Dónde pensará aterrizar?, pensé. Que, bueno, que no van aviones a Formentera, siguió. “Por eso el barco”. “La mejor opción”, dijo. “Además, te pones morenita yendo. Ya sabes, la brisa del mar”. Pero que no había alquilado coche para moverse en la isla. “100 pavos más eran”. Total, que explicó a su amiga que solo quería ir a una playa que se llama Saona. Como la de República Dominicana que le encantó. “Aunque seguro que no servían Piña colada en el barco”. Eso dijo. “Ni ponen musiquita”.
Musiquita, por dios, no le falta un lugar común, pensé. Seré gilipollas. Yo también he estado en esa playa de la República Dominicana, he ido en barco a Formentera, llevo un vestido cutre y miro este inflable con aburrimiento. Pero, claro, yo soy diferente. Yo no soy como ella.
Dos:
Tiene una técnica de venta impresionante. Cada 10 minutos pasa un vendedor de baratijas por la playa pero él causa revuelo. Lleva unos 10 pingüinos de plástico inflados por la orilla. Los va lanzando y las olas los devuelven a la arena. Desde la toalla, veo una cuadrilla de pingüinos que van de Levante a Poniente. Todos los críos quieren uno. Normal. Es un espectáculo. Tiene pinta de ser agotador, también.
Se acerca una abuela le pregunta el precio y compra el más grande. Lo veo porque estoy cerca, le da un billete de 10 euros y le dice que se quede con el cambio. Quiero abrazarla.
En otra sombrilla detrás de mí, les oigo hablar a un grupo que no veo:
-Creo que son 4 euros el pequeño, 6 el mediano, y 8 el grande.
-Pero qué me estás contando, eso es carísimo. Hay que ser tonto para pagar 8 euros por un trozo de plástico con ojos. Dile que tú le das 5 euros por el grande.
Ahora un hombre entra en mi cuadro de visión, se acerca al vendedor y le dice que le compra el pingüino grande por cinco. El chico le mira, y lanza un par de pingüinos hacia la orilla.
-Grande, 8 euros. 6 mediano y 4 pequeño.
-Yo te doy 5 euros por el grande.
-Tome pingüino pequeño y le doy pulseras de la suerte para toda familia.
-De eso nada. Es un timo.
-No timo. Grande, 8 euros. 6 mediano y 4 pequeño. Para todo el mundo. Yo ando toda la playa. Mismo precio.
-Pues peor para ti— dice el tipo y se vuelve a su sombrilla. Le oigo comentar:
-Menudo idiota. Ha perdido una venta por no saber regatear.
-Jo papá, ¡Yo quería un pingüino!
-Anda y vete a hacerte uno en la arena, que no vamos a pagar eso por un trozo de plástico.
“Será gilipollas”, pienso. Yo tengo que hacer un esfuerzo para no llorar cada que vez que el vendedor pasa. Con esa juventud, esa promesa, agachándose cada metro para lanzar un pingüino. Varias veces al día. No dejo de imaginar su viaje hasta España, su soledad, su miseria, su decepción al conocer la vida mejor de la que le hablaban.
Juzgo también. Mi lástima es una mierda. Estoy segura de que no la merece. Nadie merece la lástima.
Tres:
Baja con tres niños a la playa de unos 4, 6 y 8 años. Está siempre seria. La he visto también en nuestros apartamentos. Soluciona cosas, empuja niños, los entretiene, pero no sonríe. Está agotada, pienso. Harta. Divorciada. No quiere arrepentirse de ir sola de vacaciones, de su decisión, pero un poco lo hace. Se mete con ellos de uno en uno en el mar. Cada niño recibe su porción de olas controladas, sus conchas, su almuerzo, su castillo. Ella no sonríe nunca hasta que un día la veo paseando por la orilla con un hombre. No hay niños y ella parece otra, relajada. Diría que feliz.
—Mira—le digo a C. al que hago partícipe de mis películas—ha venido su marido. Por fin está de buen humor.
—Igual es su hermano. No lo sabes.— me contesta.
—Igual…
Seré imbécil…
Cuatro:
Terminé Vida y destino de Vasili Grossman. Por fin. ¿La verdad? Me parece que el libro está en bruto, sin acabar de editar, como si él hubiera escrito miles de cosas seguidas, pasajes que le llaman la atención y personajes, historias sueltas. Incluso parece como si cambiara de opinión en mitad de libro. Parece como si Vasili pensara en sentarse con esas 1100 páginas a dejarlo en la mitad, pero no lo hubiera hecho. Hay partes que me resultan conmovedoras. Sé que no voy a olvidar este libro porque, de verdad, que algunos pasajes son brillantes y pone luz sobre la II Guerra mundial y la Rusia Comunista de una manera que pocas veces he leído. Pero creo a la vez que es insufrible, que hay algo que él que no funciona. Así de flipada soy hablando de una de las novelas más importantes del siglo XX.
Probablemente sea otro de los juicios que hago sin tener ni idea o de las miles de películas que me monto.
Imagino que como todos.
P.D. Luis Solis espero que hayas encontrado tu sitio este verano. Gracias por la recomendación.
Jajaja esas películas que te has montado en un día de playa , es muy divertido yo lo solía hacer cuando alguien me llamaba la atención en un bar,en la parada del bus ,me imaginaba su vida siempre más glamurosa de lo que seguramente sería o no quien sabe. El señor que estaba con una libreta escribiendo cualquier cosa y yo ya pensaba que era un gran novelista que estaba escribiendo su novela que seguramente sería un éxito de ventas jajaja ,viva la imaginación.
Yo también me monto películas y también pienso que yo no soy como ellos... Y me siento gilipollas de vez en cuando.
Me emociona que te emocione el vendedor de playa