Me da miedo soñar con una casa que mire al mar. Me cuesta imaginar cualquier tipo de futuro. ¿Las generaciones anteriores han vivido con esta incertidumbre? ¿Tendré trabajo? ¿Podré pagar una casa? ¿Cómo me mantendré en mi jubilación? Si quiera, ¿qué lugares permanecerán intactos?
Me escribe gente que recuerda mi mochila del fin del mundo. Antes me daba vergüenza comentar esa obsesión mía con la supervivencia. Ahora noto cierta envidia. Me asusta pensar que, en realidad, no sea un juego infantil. Así empezó. Desde que leí el cuento de la cerillera quiero buscar la manera de salvarme. Espero la catástrofe. Tengo un miniset también el coche, pero tengo que ampliarlo. He echado un par de botellas extra de agua y pienso en comprar un martillo para romper cristales. Como si yo pudiera prever la catástrofe.
No deja de ser un mecanismo de control ante la incertidumbre, que cada vez es mayor. La naturaleza es capaz de inventar algo mucho más terrorífico que mi mente apocalíptica. C. me manda simulaciones de ataques nucleares. No sé qué misil ruso llegaría en 24 minutos. Lo único bueno de esto es tener otro zumbado al lado. Lo malo, contra ese apocalipsis no tengo solución, ni mochila.
En 2019 terminé una novela sobre el fin del mundo, y 2020 llegó y la dejé en un cajón, ingenua como era, porque la realidad fue mucho peor. La pandemia dejó mis fantasías en algo muy naif. Lo mismo con mi mochila y la realidad. Cada vez me faltan más cosas. No me puedo preparar para todo. Y ahora, no sé si mi idea de vivir junto al mar es absurda, con lo que amo el Mediterráneo.
Hoy hablaba con C. sobre muchas cosas que pensamos que siempre serían de una determinada manera hace 20 años. Por ejemplo, las casas nunca bajan. Por ejemplo, tendrás una buena jubilación. Por ejemplo, estudiar te dará un trabajo mejor. Por ejemplo, si eres un zumbado la gente no te votará dos veces. Por ejemplo, si viajes, lees y estudias serás una mejor persona. Conozco a muchos que no.
He leído “Quiero y no puedo” de Raquel Peláez, un recorrido la historia de los pijos de España. Habla, entre muchas cosas, de cuándo se instauró en la sociedad la premisa de que si el dinero no te venía de familia, la manera de salir de la pobreza era estudiando y que eso nos haría todos mejores.
“La única herencia que vamos a dejarte es tu educación”, me han repetido toda la vida mis padres. Así que cuando terminé Periodismo y les dije que quería estudiar Teoría de la literatura, les pareció genial. Y eso que yo he estudiado Paro 1 y Paro 2. He tenido suerte con mi carrera profesional. Aunque si ponemos las cartas sobre la mesa, es una suerte relativa. Mi primer trabajo en Madrid fue gracias a haber estudiado en la Universidad de Navarra. Y esto tenía un alto coste que mis padres podían pagar y otros padres no. Yo no tenía ningún contacto, pero la persona que me entrevistó había estudiado en esa misma Universidad y, en igualdad de condiciones, pensó que sabía cómo había sido mi formación y me dio mi primera oportunidad. Así es como los sistemas de contactos crecen y se alimentan. He trabajado a lo largo de mi carrera con bastantes personas de mi facultad. Es verdad que la formación era buena y los medios también, pero también lo fue la Universidad Complutense en la que estudié Teoría de la Literatura. La red de contactos funciona así. Nos vemos con mejores ojos. ¿Nos reconocemos?
Esta semana he leído esto en Linkedin en un perfil de un empresario español: “Es curioso que nadie tiene paciencia para montar un negocio pero si la tienen para trabajar por 40 años en un proyecto de otro”.
Paciencia me imagino que debe ser un sinónimo de dinero o seguridad económica. Me hacen gracia los ricos y su selfmade que incluye una red que muchas otras personas no tienen. Es mucho más fácil emprender si tu familia tiene lo básico cubierto, e incluso si tienes el tiempo, los contactos o incluso los ejemplos para saber cómo hacerlo. Si no, igual tú también trabajabas de reponedor en un súper. Pero como dice Raquel Peláez, uno siempre es el pijo de otro.
Recuerdo la primera vez que me llamaron pija. Fue por unos pantalones Bonaventure con un botón que tenía una pequeña gema azul. Creo que es lo único de marca que tuve en mi adolescencia, y me lo pagó una tía. Estaba muy contenta el día que los estrené. Sentía que llevaban un talismán, algo único. Guardé hasta la etiqueta y en eso estaba chuleando cuando una prima me dijo: “Vaya pija”.
Imagino que hay gente que siente que eso puede ser bueno. Tengo algo que me diferencia. Me da estatus. Soy uno más. No soy pobre. En el libro Peláez explica como, según el Centro de Investigaciones Sociológicas, en 2001 la mitad de la población española se consideraba clase obrera. Dos décadas después (en 2021) apenas quedaba un 16 por ciento de españoles que quisiera incluirse ahí. Me parece que si necesitas tu sueldo para vivir, eres clase trabajadora. Esa es la definición. Por mucho Barbour que hayas llevado.
El miedo a ser pobre es muy duro. Aunque no lleguemos a fin de mes, tratamos de mantener este ideal europeo, este símbolo sueco de Ikea, de todo limpio, perfecto, bonito, estético. Y esto que describe Brenda Navarro, ponerse una indumentaria y llevar un estilo de vida con el fin de aparentar la pertenencia a un estrato social superior, es justo lo que la Real Academia Española define como ser pijo.
Yo pensé que aquellos pantalones Bonaventure eran una mierda, que no habían cambiado nada de lo que yo era, y lo único que había conseguido era darle envidia a mi prima y esa envidia nos fastidió la tarde a las dos. No he vuelto a tener ninguna fijación con una marca después de aquellos pantalones. Espero no seguir soñando con cosas equivocadas.
Amaya Ascunce
P.D. En el libro, Raquel explica que Vuitton se lanzó a hacer bolsos porque es el producto que más margen deja y que se ve. Los perfumes también dejan mucho margen a las marcas pero no se ven, son mucho más difíciles de chulear.
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Mis padres me dijeron lo mismo- de nosotros sólo heredas la educación. También me dijeron que la verdad siempre sale a la luz, que el esfuerzo siempre se recompensa y que los buenos siempre ganan… a la luz de todo lo último me pregunto si cuando mueran descubriré que soy heredera de una vasta riqueza que me permita un casoplón en el mar… si queda costa por explotar.
También estudié en la UNAV y me cuesta ahora mucho digerir ese gasto que hicieron cuando pude estudiar al lado de casa… pero salir de casa a los 18 fue la verdadera educación que me brindaron, aunque con gastos pagados. Apañárselas con un presupuesto desde los 18 es el paradigma de ser de clase obrera.
Casi siempre coincidimos en pensamiento, pero lo de esta semana es una locura, de principio a fin pones palabras a lo que no sé verbalizar.