Día dos de mi charla motivacional. Se enciende la pantalla. En un cuadradito, el coach que cree en la logoterapia. En el otro cuadradito, yo, que no creo ni un poco. Es más, tengo una posición firme y contundente contra esa teoría que incluso he tenido a bien contar en mi carta anterior. Esta posición venía de antes de nuestra primera charla. Y la contundencia también, la traigo de serie. Podría hablar largo y tendido de dónde viene el extra de seguridad y la soberbia, pero para eso le pago 90 euros la hora a una psicóloga. No estamos para desaprovechar un buen trauma al que darle mil puñeteras vueltas hasta que nada tenga sentido.
El coach y yo nos saludamos con cortesía, la justa, y muchos deseos de que se conecten el resto de personas rápido. Se nota la tensión incluso a través de los ceros y unos. Nadie se conecta. Cero cuadraditos de zoom activos. Silencio digital incómodo. Para aflojar, me comenta que después del taller del otro día, hablando con su mujer en la cena, ella le dijo que había leído algún libro mío.
Joder. No me lo puedo creer.
Qué tipo de imbécil tengo que ser para que ese señor, que da varias charlas al día, a varios grupos diferentes, durante todos los días, le mencione mi nombre a su mujer cenando, pongamos, tortilla de atún (me gusta lo concreto). Qué tipo de idiota soy para lanzarme como un miura a reventar el sistema, un martes por la mañana en horario laboral, como si yo tuviera la más mínima posibilidad o ese hombre la más mínima responsabilidad. Qué tipo de gilipollas soy como para tensar tanto las cuerdas y que mi nombre salga en mitad de una cena familiar. Yo, que solo tendría que haber sito cuadradito más en su Zoom.
Parece que su mujer le dijo que se rio con un libro mío. Imagino el desconcierto del coach. ¿Cómo yo puedo ser las dos personas? Yo tampoco lo sé, querido.
Justo en ese momento, miro mi cara en el cuadradito de zoom, con ese ojo que siempre me veo mucho más grande, la ceja derecha en pico, el rictus. ¿Pero qué haces Amaya? Y me rindo. Sigo sin creer en la logoterapia (mi optimismo es del tipo revolucionario), pero tampoco quiero ser la imbécil de la sala digital.
Bajo la barrera. Venga, juguemos a lo que sea que tengamos que jugar. Y encima lo hago desde la sinceridad, que es mi juego.
Puedo ser muy imbécil, pero tengo autocrítica. Es más, según mi psicóloga es algo más que autocrítica. Podría escribir mucho sobre eso pero una cosa es ser sincera, mostrarme vulnerable en estas cartas, y otra prenderme fuego en la plaza del pueblo.
No soy ese tipo de imbécil.
De momento.
Amaya Ascunce
P.D. Vamos con nuevos descubrimientos de perfumes.
Han abierto tienda L’Artisan Parfumeur en Madrid. Podría pasarme horas en tiendas así. Como en Abanuc, Le Secret tu Marais o en Isolee. Horas y días. Son mi Disney particular. Me traje esto que huele a fondo de mar: Abyssae 33. Huele a traje de neopreno. A cubo de playa. Me encanta, pero me equivoqué. Resulta que mi olor a mar es lo solar, la higuera, el jazmín y el calor. Y este perfume es frío. Es la playa en invierno, es piedra, pinos y eucaliptos. Dicen que lleva rosa y, yo qué sé, tendré que creerles, pero no la huelo. Me acerco a olfatear el frasco y me chifla, pero si me lo echo me siento desubicada, como si yo fuera una persona que ama pasear por las playas de Normandía con gabardina. Y no. La verdad. Yo en Normandía estaría leyendo un libro en una cafetería con vistas al mar. Al calor de algún fuego.
Este Muschio de Santa Maria Novella. Una pena que no tiene mucho aguante en la piel porque el olor es una gozada. Es un almizcle, pero tiene mucho talco. No es una fragancia que huelas y digas: ¡oh qué original! Pero funciona. Es piel limpia, talco, algo dulce pero muy poco. Huele a algo viejo, como a chaqueta de tu abuela lavada. No es para nada animal como suelen ser algunos almizcles. En los foros alguien dice que su permanencia es eterna. No me pasa con los perfumes de esta marca. He tenido tres y todos tienen el mismo fallo. Me gustan los olores, pero la fijación es regulera. Tengo que andar buscando mi olor en alguna doblez de mi ropa o mi piel. Aunque si lo pienso, igual esto es su encanto. Algo propio, íntimo, que solo yo sé que llevo. Un perfume con una intención privada. Vale, ahora lo entiendo.
Sigo en la fase “Vainillas”. Las quiero todas. Paseando por Isoleé olí: Vainille y Coco de Mancera. Tengo 46 años. No pienso oler a coco a estas alturas, me dije. Pero me tiré obsesionada días con el olor. Mezclaba todos mis perfumes de vainilla y aceites buscando algo que me recordara a ese fogonazo. Nada, porque por supuesto no tengo coco entre todos mis perfumes. Soy una adulta sofisticada, ¿cómo iba a tener algo así? ¿Qué tengo yo 14 años y me gustan los perfumes de frutas de Yves Rocher como hace 30 años? Pues, nada, que sí, que me la he comprado y ahora huelo a coco. Otro tipo rendición. Pero es que es mi tipo de playa: solar, cálida, dulce pero no a caramelo, tiene mucha flor blanca. Me huele a verano, a crema y a tiempo libre. No es para nada íntima. Es casi invasiva. Una declaración de intenciones en una oficina gris del centro de Madrid: quiero playa.
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Me suelo identificar mucho con tus textos y eso me hace sentir mejor.
Y nadie describe los perfumes como tu ¡Qué maravilla!
Hola, Amaya (y parroquia):
No sé exactamente si lo que voy a contarte es pertinente en este caso tuyo.
Tengo 53 años y me acabo de dar cuenta de que tengo TDA (sin H, no soy hiperactivo, creo). Y sí, el psiquiatra está de acuerdo.
Toda la vida he tenido la sensación de hacer cosas mal, o de equivocarme, o de ser incapaz de sentir como los demás o... (luego ya, no hablemos de olivar cosas, nombre, dónde he aparcado, donde están las gafas-puestas-, ...).
Siempre me han dicho "tienes que intentar XXX" (ponga en la X lo que haría una persona normal), y no sirve.
Porque estoy (como tanta gente) cableado distinto.
Y sí, yo también leí El Hombre en busca de Sentido. Era de lectura obligatoria en la uni, en clase de Emilio Garrido (que puede que conozcas de la radio y el Diario de Navarra).
Y chica, no sirve. Es un caso muy extremo de supervivencia humana, muy concreto. O hago esto, o me muero (me matan). No te comas todo el pan...
Pero el día a día no es así; nosotros (y, sinceramente, Amaya, creo que tú eres parte de los del cableado distinto) no funcionamos con las motivaciones habituales. Y por eso, lo motivacional falla.
De hecho, en muchos reels de TDA que me llegan, hablan de cómo nos comportamos en reuniones de grupo, sobre todo si son online. Y me muero de la risa cuando los veo, porque es verdad.
Bueno, si te sirve de algo esto, pues de nada. Y si me he equivocado... puede que conozcas a alguien como yo, que no recuerda tu nombre después de 7 años de compañeros, que no te mira directamente a los ojos, o qué sé yo. Tenle paciencia.