La gente hace lo que puede, y ese tipo de gente es la que más abunda. Por cada individuo que amenaza a otro con un cuchillo y prende fuego a un edificio hay cien ciudadanos que pagan impuestos y salvarían a la cerillera del cuento de Andersen. (Estado del malestar, de Nina Lykke)
Tengo una amiga a la que mandarle un WhatsApp es como mandarle una paloma mensajera. Puede contestar en dos horas o tres días. Nunca se sabe. La comunicación instantánea no va con ella. Tenemos que cerrar un plan con una semana de antelación y cumplirlo. Ella lo cumple. Yo no estoy acostumbrada y siempre tengo la tentación de anular en el mismo día. ¿Lo bueno? No puedo porque no va a leer mi mensaje. Ella va a ir. Tiene algo de antiguo que me conquista. A veces quedamos con semanas de antelación, y las dos vamos ¿No me diréis que no es magia?
Lo de los planes, esta improvisación constante. Hacer un plan siempre pensando en poder anularlo. Al principio creía que era falta de compromiso, pero a veces me parece exceso de control. No sé si voy a querer ir en dos semanas a cenar. Puede que en ese momento esté cansada, o ansiosa o simplemente prefiera quedarme en casa leyendo. Y voy a tener que someterme a una cita. También esta sensación de no tener tiempo para nada, de encajar personas en huecos libres, recados, ocio... No hay tiempo. No tengo tiempo. Debo elegir. Estoy cansada y estar cansada me hace no querer estar con otras personas. Quiero mi cueva, mi sofá, mi rincón. ¿También os pasa en las ciudades pequeñas?
“Antes, cuando aún tenía una vida social bastante activa, a veces pensaba que debería ponerme en contacto con alguien, y después miraba el móvil y me daba cuenta de que había sido yo quien había tomado la iniciativa la última vez y no solo eso, sino que la persona en cuestión ni siquiera había respondido a mi mensaje. Lo que creía que había hecho yo, la traición, el vacío, en realidad lo habían hecho ellos. Recuérdalo, pensaba cada vez, pero enseguida volvía a pensar que tendría que ir aquí o allá, aunque no tenía ganas de ver ni a una persona ni a la otra y, en realidad, solo me preocupaba una cosa: dejar de quedar y cortar cuanto antes todo contacto, y eso incluía el intercambio de mensajes de texto”.
La cita es del libro “Estado del malestar”, de Nina Lykke. Esta novela me tiene rumiando desde hace semanas: trabajo, las redes, amistad, la enfermedad, la hipocondría, la atención, la familia, el amor, hasta tener una casa en propiedad, la necesidad de agradar, los vicios, el éxito, el cuidado de nuestros padres…
La protagonista es una médico de cabecera que ha roto su matrimonio al tener una aventura con su ex novio. Vive en el centro de salud y repasa su vida y sus decisiones hablando con el esqueleto de su consulta.
“Por qué tanto alboroto solo porque pulsé un botón del puñetero móvil. Por entonces me disgustaba el teléfono y ahora lo odio. Tiene la culpa de todo lo que ha ocurrido. Finge ser modernidad y progreso, pero es obra del diablo. Satán se ha instalado en estos cacharros y nos tienta con puntos verdes y rojos que nos anuncian que alguien nos desea, que nuestra existencia importa, mientras que en realidad nos conduce al pecado y la depravación. Nos han colonizado, pero no lo sabemos. Nos ha colonizado Satán”.
Tampoco es lo importante en el libro. Lo importante es todo lo demás: “Nos pasamos la vida fingiendo que somos inmortales e invulnerables, pero bajo la piel nos corre la sangre y siempre hay posibilidades de que ocurra una catástrofe”.
También he leído Dopplerganger: Un viaje al mundo del espejo, de Naomi Klein. Me da para treinta newsletters porque ella es muy lista y toca casi todos los temas que me interesan, pero es un ensayo difícil de leer en algunos momentos. Naomi dice, entre muchas otras cosas: “La necesidad acelerada de crecimiento ha hecho nuestra vida económicamente más precaria, lo que a su vez trajo el impulso de convertir nuestra identidad en marcas y en mercaderías, de optimizar nuestro mismo ser, nuestro cuerpo y nuestros hijos”. ¡Ay! Naomi.
El caso es que su libro se construye sobre la idea de tener una doble. Ella tiene una con la que le confunden todo el rato, con la escritora Naomi Wolf, autora del Mito de la Belleza (por aquí algo de su libro a través del de Mona Chollet). Las dos son escritoras, comparten nombre y han tratado algunos temas similares, pero desde puntos de vista muy contrarios. La otra Naomi se ha convertido en una negacionista del cambio climático, bastante creyente en las teorías de la conspiración y antivacunas. El libro habla mucho de cómo una parte de la izquierda (cerca de lo hippie, lo eco, lo yogui y lo espiritual) ha acabado pensando lo mismo que la ultraderecha en algunos temas.
Una amiga me mandó una foto de la portada y me dijo: Me está encantando. ¿Es la del mito de la belleza?, le pregunté. ¡No te creo!, me contestó. Justo de eso va el libro! Es la otra!
Yo no sabía que había dos. En mi cabeza eran una única Naomi. “Una cultura repleta de distintas formas de duplicación, en la que todos los que tenemos una imagen pública o un avatar en internet creamos nuestros propios doppelgangers, versiones virtuales de nosotros mismos que nos representan ante los demás. Una cultura en la que muchos hemos llegado a considerar que somos nuestra propia marca personal y hemos forjado una identidad fragmentada que es nosotros y a la vez no lo es, un doppelganger que personificamos sin cesar en el éter digital a cambio de tener acceso a la insaciable economía de la atención”. Listísima.
Esto nos pasa cada vez más. Miro mi Instagram y pienso que un desconocido no tiene ni idea de quién soy realmente con esas fotos. Ni siquiera estas cartas, en las que me arrepiento de hablar de más, son yo. Solo son un fogonazo. Algo que quiero mostrar y que cuenta algo de mí que quiero que vean. Hay algo de representación constante que nos agota. Hablo en plural ¿también os agota?
“Cuando creemos que estamos interactuando —cuando escribimos y cantamos y bailamos y hablamos— entre nosotros, con nuestros amigos, nuestros colegas profesionales, las celebridades, los políticos, la realeza, los terroristas, los actores y actrices porno, cualquiera con quien queramos hacerlo, en realidad, no estamos interactuando con ellos sino con una máquina. Le escribimos a ella y ella transmite nuestro mensaje después de conservar un registro de los datos”.
Pero hay esperanza, queda gente como mi amiga. La máquina tiene que flipar con ella. No creo que ninguna IA pueda analizar su patrón de respuesta ni de uso del móvil.
Y más esperanza: “Quienes fuimos entonces ya no están, entre otras cosas porque las células del cuerpo se renuevan por completo cada siete años”, dice Nina Lykke en su novela.
Todo lo que crees que eres, en realidad, se renueva por completo cada siete años.
Amaya Ascunce
P. D. 1 “Cultivamos con mucho cuidado unos personajes en internet —esos dobles de nuestro yo “real”— que encarnen el equilibrio perfecto entre la sinceridad y el desencanto con el mundo. Pulimos unas voces irónicas y distanciadas que no suenen demasiado promocionales pero que, aun así, nos promocionen. Acudimos a las redes sociales para mejorar nuestros números al tiempo que nos quejamos de lo mucho que detestamos esas “páginas del demonio”. En serio, Naomi, para.
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Sii..la falta de tiempo el no querer quedar con nadie, refugiarse en casa y bajar las revoluciones también ocurre en ciudades pequeñas
Me encanta... solo una nota: "médicA de familia" porfa. El lenguaje hace la realidad.
Muxus
Di