Mostrarse por fuera, por dentro, por todas partes. Vivir para ser vistos, o vivir vicariamente. ‘Los reyes de la casa’, de Delphine de Vigan
Me cuesta la exposición. Pero aquí estoy, un domingo más, en esta newsletter que muchas veces me parece un acto de exhibicionismo, con un libro que lo es claramente. Y mantengo encendida la hoguera de las redes donde tiro leña de vez en cuando.
Estas navidades tuve un acto de ingenuidad, o quizás fuera de precipitación. Como madre orgullosa y a tope de la magia navideña publiqué un story de mi hija gritándole a los reyes magos que estábamos en Pamplona, por si ellos se liaban con el destino de los regalos. El vídeo era bonito. La ilusión de un niño chillando a Melchor, y todos como adultos andamos necesitados de esa magia. Pero al ver likes y comentarios me entró la duda de si debía hacer eso: compartir ese momento íntimo. Es jodido porque para compartir solo cosas impersonales no están hechas las redes. No solo es que la gente no interactúe tanto, es que la mayoría de las veces a mí misma lo que me pide el cuerpo es lo personal. No es que yo sea Dulceida y tenga millones de seguidores, pero desde luego no son solo mis amigos. Aunque tampoco creo que la clavé esté en la cantidad de gente que te sigue. Lo que publicas, publicado está ante cien o ante un millón porque Internet se expande en el tiempo. Y tampoco es muy inteligente contar que estás fuera de tu casa. Soy un poco paronoica con eso y no suelo publicar nunca fotos en el momento en el que pasan las cosas. Lo suelo hacer después. Pero me pudo la jodida magia de la cabalgata, las endorfinas y el amor de madre que te dice eso de: mi hija es increíble, maravillosa, todo el mundo debería verla. Y eso es justo el problema: todo el mundo.
He leído ‘Los reyes de la casa’, de Delphine de Vigan, y estoy sensible de más. Es un falso thriller donde desaparece la niña pequeña de una madre influencer que tiene un mega canal de Youtube sobre sus hijos. La historia es una excusa para hablar de la exposición en redes pero engancha.
“Las fronteras de lo íntimo se habían desplazado. Las redes sociales censuraban las imágenes de tetas y culos. Pero a cambio de un click, de un corazón, de un pulgar levantado exponíamos a nuestros hijos, a nuestra familia, contábamos nuestra vida. Cada cual se había convertido en el administrador de su propia exhibición, y esta se había vuelto un elemento indispensable para la realización personal”.
La novela no deja de tener un poso algo básico, de alguien que no quiere tener redes y al que no le gusta Internet. Claro, es más fácil decidir tu postura ante si el café es bueno o malo si no lo consumes. No es mi caso. Me dedico a esto desde hace muchos años y además he sido una fiel creyente de Internet, del código abierto, de la libertad y la posiblidad. Es verdad que eso pasó (carita triste) y por eso me dio envidia esto que leí en la newsletter de Delia Rodríguez:
“Durante dos años y medio he ejercido el privilegio del silencio. Me contrataron como experta en comunicación digital y decidí que para mí misma, en ese momento, la mejor estrategia consistía en convertirme en piedra”.
Aunque ella misma dice más adelante:
“Puede, eso sí, que fuera un poco más infeliz, porque seguí consumiendo redes de forma muy intensa. Hay por ahí un estudio que dice que es mucho peor un uso pasivo de las redes que uno activo, creativo. Hay que dar y recibir, es la ley de internet desde sus principios, y lo contrario será castigado”.
También hay mucho de eso. Gente que consume redes desde el escaparate y miran y juzgan pero son público igual, parte de la responsabilidad está también en los ojos que miran. No sé. Que es la frase que más repito en esta newsletter porque me cuesta llegar a una conclusión sobre estos temas. Y por eso los traigo aquí cada cierto tiempo. A ver si entre todos encontramos el camino.
Amaya Ascunce
P.D. 1 Si os gusta Internet y los medios, seguid la newsletter de Delia. Lleva dos de dos. La primera sobre el chat GPT de inteligenica artificial también la tengo subrayada. Hablando de ese “robot”:
En cambio, me parece tierno pensar que nunca conseguirán la empatía y la conexión humana cuando el capitalismo en el que vivimos se basa en su suspensión. Ni siquiera ser empática es lo mismo que ser justa.
P.D. 2 El libro de Delphine De Vigan está bien, a pesar de ese toque ingenuo, lo lees rápido, ágil, y plantea algunas buenas preguntas. Por aquí ya recomendé también suyo: Nada se opone a la noche, con un perfume a juego, Fracas. Y en mi club de lectura de ELLE, Las gratitudes. Me gusta De Vigan, sí.
Venga, un perfume para el libro de Los reyes de la casa. No soy muy fan de los olores de bebé, pero algunos cítricos sí me gustan. Este bote de Aire Fantasía está punto de morir, e incluso Loewe ha cambiado ya el diseño de todos sus frascos, pero tiene ese frescor muy bestia que me funciona. Huele como todos los de su clase, pero no. Al menos en mi piel. Porque a mí el nerolí me huele algo a pañales y por eso lo suelo evitar pero en esta versión me recuerda a profesora de colegio, repeinada y limpia, dispuesta a darte un abrazo el día que vuelves de las vacaciones de navidad, que todos sabemos que es un momento durísimo. En realidad, me hubiera venido de perlas ese abrazo a mis 43 este lunes pasado.
Las redes, desde mi punto de vista, son inspiración y una oportunidad de abrirte al mundo. Dar y recibir, como comentas. Pero es cierto, y yo también tengo un peque de 16 meses, que con tanto maleante por el mundo, la exposición que tú haces con buena intención, puede llegar a acabar en algún lugar no adecuado, por decirlo de alguna manera. Gracias por la recomendación. Lo he apunto a la lista de pendientes pero al leer más abajo que sientes que no comulga con la idea de utilizar las redes, creo que la elimino. Siento que para dar un punto de vista completo, hay que estar en ambos lados.
Gracias por tu publicación :)
Me encanto. Definitivamente las redes siempre nos dejan temas que analizar. Sobretodo por nuestros hijos. Cuanta verdad. 💫