La aflicción
“La certeza de que estaremos protegidos y de que formamos parte de algo: la función primaria del amor”, Maelstrom de Sigrid Rausing.
A mí me está viniendo grande todo lo que pasa. Esta semana estuve en la reunión de curro más difícil en la que he estado. Sonya Zabouga, directora de ELLE Ucrania, nos contó cómo estaba desde el pasillo de su casa, la zona más segura porque no tenía ventanas, tambien nos contó cómo aprendían a decir en inglés términos como bombas racimo.
Hablé con Anna Strelchenko, periodista. Es ucraniana. Hasta hace nada estaba escribiendo sobre planes y viajes. Ahora mira desde España a su país en busca de noticias sobre amigos y familia. Estaba esperando que mi hija saliera del colegio y me aguantaba las lágrimas. La realidad me parecía acolchada, como si habláramos debajo del agua.
Yo estoy abrumada por la maldad. No me considero una persona muy optimista y, sin embargo, siempre pienso que vivimos en el mejor de los tiempos. Creo que el mundo avanza, hay más personas viviendo mejor, con más derechos, ahora que nunca. Por mucho que quede por conseguir, la vida progresa.
Pero luego, veo esto, este retroceso. O las mujeres en Afganistán. Y siento que pierdo pie.
Incluso me entra un sentimiento de venganza, una especie de ira, de necesidad de justicia, quiero que gane David como sea. Y a la vez me siento inútil.
Leo a Bois de Jasmin (Victoria Frolova) en IG, la sigo hace años, me encanta cómo habla de perfumes. Es ucraniana y trata de hacer lo que puede desde la distancia mientras no deja de publicar noticias y proyectos de ayuda. Cuenta cómo ha muerto un amigo. O simplemente pierde los nervios. Da un consejo que mucha gente considerará superficial. Yo no. La lavanda tiene poderes calmantes. Comparte algún fragmento de un libro ucraniano donde explican esas propiedades. Lo sugiere como una manera natural de calmar a los niños, una herramienta de consuelo para todos los que huyen.
A mí me pasa con la lavanda y con otros olores. Esta semana solo me he echado este Musk de Santa María Novella. Es un almizcle que huele a jabón de abuela que, contra lo que pueda parecer, me gusta mucho. Huele a piel arrugada, limpia e hidratada, también al gel de baño Moussel que siempre está en casa de mis padres. Es raro que lleve siete días seguidos el mismo perfume.
Tuve una cena de trabajo. Un sitio precioso, agradable. Gente muy interesante. Un proyecto bonito sobre el día de la mujer pero seguía con mal cuerpo. Imagino que como todos. A mi lado, se sentó a cenar un miembro de la ONG Mundo Cooperante, Nacho, y me estuvo contando su trabajo contra la mutilación genital femenina y el matrimonio de niñas. Me cuesta mucho comprender cómo aguantan emocionalmente lo que hacen. Yo me ahogo solo con oírlo. Como cuando mi amiga M. me contaba los niños que nacían con problemas en su hospital. Hablaba de amenazas que yo no podía si quiera imaginar. Una vez, solo de oírla desahogarse después del curro, me desmayé. Acabé tumbada en el suelo del restaurante, con la falta levantada, con la cara del color de un espárrago pocho, y mi amiga M. mirándome y bebiéndose mi vino con esa naturalidad de los que están acostumbrados a reaccionar en cualquier situación.
Cuando le pregunté a Nacho cómo lo hacen, cómo aguantan esa presión emocional, me dijo que él piensa en problemas pequeños: cómo hacer que 200 niñas tengan un cole en Sierra Leona para que no las casen. Son 200. No se soluciona el problema mundial. Pero se salvan 200. 200 es mejor que ninguna. Lo hacen, por ejemplo, con la venta de estas pulseras hechas por tribus massai.
Me cuesta pensar así. Poner foco, pensar en pequeño. Escribir me ayuda. Y leer. He leído Maelstrom de Sigrid Rausing, una de las herederas del imperio de Tetrapack. Es un libro sobre la historia de adicción de su hermano Hans y Eva, su mujer. Él vivió casi dos meses con su cadáver incapaz de digerir la realidad mientras la familia tenía ya la tutela de los hijos. Habla sobre drogas, culpabilidad, adicción, privilegios, amor y familia.
“La aflicción puede convertirnos en algo distinto de lo que somos o de lo que fuimos si no conseguimos entenderla. Escribir es una forma de entender. Creo en la escritura”.
Yo también. Aunque tampoco es que sepa hacer mucho más.
La maldad nos bloquea y nos impide tomar acción, por eso dividir el elefante en pedacito nos ayuda a seguir adelante. Quienes tenéis el don de la escritura podéis ayudarnos a otros que encontramos balsamo en vuestros textos, así que, por favor, sigue escribiendo
Gracias, Amaya. Mi hermano me dijo lo mismo que Nacho, antes de irse a Polonia ayer con su novia ucraniana a recoger a los abuelos de ella, su prima, su madre y su hija de 7 años. Él dándome ánimos a mí. Fue subrealista. Pero me dijo que la única forma que encontraba de sobrellevar el tema y poder ayudar a su novia, era partiendo el problema en trozos pequeños y enfrentándolos uno a uno. Y dijo también que tenemos que intentar seguir con nuestra vida, que los terroristas lo que quieren es romperla, paralizarnos y que así no podamos ayudar. Me hizo reflexionar: he hecho lo poco que puedo hacer para ayudar y estoy intentando disfrutar cada día. No nos queda otra.