Qué os pasa en noviembre
Otra newsletter que casi no mando. O la mando vacía. Vivo a un volumen de producción que por las noches sueño con máquinas de monedas de esas que se amontonaban y tenían una bandeja que las empujaba al siguiente nivel. Y a veces se hacían montones inverosímiles y pensabas que la siguiente iba a conseguir arrastrar el montón y que iban a caer todas. Estaba claro. Una cascada de monedas toda para ti. Pero no. No sabes cómo pasaba pero el montón crecía. Se hacían torres. Y más torres. Y daba igual tu lógica, tu estrategia, o todo lo que derrocharas. Ahí, no caía nada. Solo montones de monedas creciendo desplazándose sobre bandejas doradas a rebosar.
Pues sueño con esas máquinas desde hace dos semanas.
Jodidas metáforas.
No leo casi. Me duermo en cuanto me relajo. No me duermo. Es como si cayera inconsciente. Y sueño con esa máquina. No dura mucho porque en mi casa hace más de dos años y medio que vivimos en depravación de sueño. Eso también. M. no entiende que las dos de la madrugada es de noche. Ni que de noche se duerme.
La gente tampoco ayuda. No se qué pasa con noviembre pero todo el mundo se ha vuelto loco. Cada 10 minutos recibo una propuesta nueva, una comida, una presentación, algo que hacer, algo que YO debo hacer, un objetivo, un plan, un zoom, un teams... Y también tengo que comprar regalos. Cientos. Siento que son miles. En mi familia, además de los reyes, mi madre, mi hermana, mi marido y mis dos sobrinos cumplen en estas fechas. No tengo ideas para tantas personas. Si alguien me propone un amigo invisible lo reviento.
A veces pienso que hay mucha gente que cree que el mundo se acaba a mediados de diciembre. Hay que dejarlo todo hecho. Listo. Echan monedas y monedas. Yo ando a ver si las coloco en el montón de adecuado pero no. Nada. Esto crece.
He llegado a hacerme una lista que incluía comprar pilas y depilarme porque me olvido de las dos cosas todo el rato. En cambio he comprado pasta de dientes como para dos años y aceitunas, montones de aceitunas. Cada vez que iba al súper y trataba de recordar qué me hacía falta pensaba: ¡ah sí! pasta de dientes. Así hasta 8 veces. Aunque las pilas no hay manera. Y el tren con música de villancicos que M. no para de encender suena desafinado. De normal dan ganas de arrancarte las orejas. Desafinado da ganas de matar. Los gatos huyen.
No sé si es que yo sigo baja de revoluciones. Voy a ritmo pandémico. Me gustaba ese ritmo lento. Cada vez que oigo la frase de "ya era hora de volver a la normalidad" no entiendo casi nada. La normalidad me tiene agotada. Y en realidad, nada me parece muy normal.
Me voy a dormir. A ver si sueño que al fin caen las jodidas monedas.
Volver a la normalidad me parecería bien, si la gente hubiera aprendido ciertas cosas que ya no se deberían hacer, pero no, parece que a todo el mundo le ha dado por lo mismo, y les ha entrado el ansia de las compras y vuelven las aglomeraciones y todo lo demás...
Es una premonición de todas las que te van a caer el 22 de diciembre. Espero que además de pasta de dientes hayas comprado un décimo.