Esta semana fui al hospital a unas pruebas de alergia.
—Ha venido una niña—dijo la enfermera, y antes de que le dejara terminar, la médico contestó en tono muy borde:
—Ha venido una niña ¿cómo?
La vi allí, a la doctora, en medio de la sala. El rictus marcado. La tensión en su tecleo. Se notaba que estaba de muy mal humor.
Entra un enfermo de oncología, sin nada de pelo, algo hinchado, muy cansado. Era un hombre mayor. Llegaba tarde junto a su mujer.
—Estas no son horas de llegar— primer comentario.
—Es que vengo de abajo.—Ella ni levanta la vista.— Han tenido problemas para hacerme los análisis. Y, bueno, me tengo que ir a las 12.
Abajo deduzco que es oncología.
—Pero, a ver, usted sabe que esto no puede ser—. Le contestó arisca.
Por la cara de la pareja de ancianos, no lo sabía. A todas luces seguían los caminos de los médicos que muchas veces se nos hacen tan extraños. Ellos los dan por supuesto y te ves allí, adulto, con capacidad de entender, llevando papeles, acudiendo a citas sin saber qué haces exactamente y en qué parte del camino estás. Si alguien te dice haz el pino, pues lo haces. Aunque tú jamás hayas conseguido hacer el pino.
La médico fue resolutiva. Consiguió solucionar lo que sea que necesitaba aquel hombre y la pareja se fue a hacer tiempo hasta su siguiente cita.
Le toca el turno a una mujer embarazada. La médico le pregunta si ha estado mala en los últimos días.
—No, pero hoy no he desayunado. Tengo angustia.
—Pero usted sabe que estas pruebas no se pueden hacer en ayunas. Es que así no se puede— dice tajante.
—No lo sabía… perdone. Igual puedo ir a comer algo…
La médico resolutiva, y gracias a un enfermero muy simpático, le consiguen un zumo. Un hombre bromea en la sala, imagino que para aflojar tensión…
—Hombre, pero ¡si hasta tenemos catering!
Nadie dice ni mu. Yo le miro y le sonrío.
Ella no mira a nadie de la sala. Pasamos allí unas cinco horas y no hay nada ni nadie que le produzca la más mínima curiosidad en esa sala. Quizás allí sentado pueda estar alguien con quien tenga algo en común, alguien a quien podría querer, o admirar, o simplemente tomarse un café. Nada. No levanta la vista. Solo protesta, da ordenes, ejecuta.
En la sala leo esto de la revista Salvaje.
Necesita vacaciones, pensé. Yo necesito vacaciones. Algo así.
P.D. 1 Quería dar las gracias por los cientos (sí, ¡cientos!) de mensajes acerca de La idea de ti. No he podido contestar a todos como merece pero está siendo algo increíble conocer todas las historias de otras mujeres que, de alguna manera, han tenido que recorrer mi mismo camino. Gracias, de verdad.
P.D. 2 El 24 de julio no habrá newsletter. Espero ver a Mark y deseo de verdad que haya encontrado lo que sea que anda buscando en su chiringuito. Bueno, y que tenga carta de helados por nuestro bien.
P. D. 3 La ilustración es de un precioso libro: La vida ilustrada de Lisa Aisato, que sí estás un poco floja, te puede hacer llorar en las primeras páginas. Y si no, seguro que en las últimas.
Tus textos siempre me saben a poco. Cuando te escucho me pasa igual, se me hace muy corto. Pendiente de leer el libro, que caerá en cuanto empiece las vacaciones. 😍😍😍😍😍
Yo también he tenido cáncer, de pulmón y cinco metástasis. He tenido suerte con mi oncólogo, después de 12 años tratándome somos amigos, hace tiempo que le llamo por su nombre de pila, cuando tengo cualquier duda le escribo al móvil y le hago regalos a los hijos que ha tenido.
Sin embargo, como consecuencia de la enfermedad tenido que tratarme los efectos secundarios y secuelas con otros médicos. Trataba siempre que estuvieran en el mismo hospital, la Dexeus de Barcelona y que tuvieran mi mutua: Dermatóloga, Traumatólogo, Neurólogo, Úrologo, experto en sistema nervioso, fisioterapeutas... También he tenido suerte, pero una digestóloga durante la visita no me miró a la cara en ningún momento, sólo se fijaba en mi informe e iba tecleando mirando la pantalla. Nunca volví.
Además, si tienes algo tan serio como cáncer, si no tienes feeling con tu oncólogo, mejor cambia. Los pacientes de cáncer necesitamos gente positiva y que sonría a nuestro alrededor. Cuanto más feliz sea el paciente, más posibilidades tiene de sobrevivir. Yo lo hice, y dos veces me dieron un año de vida.