“En qué momento mi vida empezó a ser accesible solo en vacaciones?”. Esta primera línea de Gozo, de Azahara Alonso, me tiene hablando sola. Me he leído el libro muy sorprendida de que no lo haya escrito yo. Lo he dudado incluso. He mirado la solapa con instancia. ¿Nos conocemos Azahara?
“Estamos agotados porque vendemos las horas de nuestras vidas para sobrevivir y luego empleamos las horas que no hemos vendido en poner nuestra vida a punto para venderlas”.
La protagonista del libro, y Azahara también, dejó su trabajo y se fue a vivir un año a una isla a perder el tiempo. En esos meses reflexionó sobre el trabajo, la productividad, el turismo, las redes sociales, y sobre no hacer nada.
“Las vacaciones hace tiempo que no son lo que eran. Largos veranos en los que dilatábamos tiempo y espacios conocidos, en los que aún era posible (pagable) ser veraneante y ejercer el ocio de los niños hasta hurgar en la tierra de pura curiosidad o aburrimiento. Pero ahora tememos aburrirnos, entramos en pánico ante la idea de no aprovechar el tiempo libre y así lo convertimos en todo menos en eso”.
También tenemos en común que su protagonista quiere viajar a lugares en los que no tenga nada que hacer. El año pasado acabé en Xeraco por un comentario de un foro en el que decía: “Veranear en Xeraco es morir un poco”.
“Elegir destino vacacional: elegir localizaciones. Por eso mi lugar ideal es uno en el que a la entrada un cartel rece: “nada que ver aquí”. Sin psicología inversa.
Y la lotería como sueño. Yo pago dos euros de lotería a la semana como quien va al cine. Yo pago dos euros y cada noche puedo montarme una película en la que yo no madrugo y veo el mar desde mi ventana.
“¿Seguiría escribiendo si me tocase la lotería? No para otros ni a cambio de dinero. Entonces eso no es trabajo, es la lacra de la desocupación, el agujero negro de la fatal de finalidad, me dicen. Escribir se le parece un poco, solo que tiene más prestigio.
La casa de los sueños, otra cosa en común. La suya está junto al mar. La mía también. La recorté con 14 años de un suplemento dominical y la pegué en el corcho de mi cuarto junto a Kurt Cobain. Era de unos mejicanos. Y yo soñaba con irme a vivir allí, un sueño raro en la adolescencia.
Sobre la prisa. Yo soy urgente, ansiosa, brusca. Voy todo el día en un corre, hazlo, dispara. No tengo tiempo. Resume, digo. Párrafo corto. En el libro aparece una cita de Carmen Martín Gaite:
“Tiene uno prisa, la tiene siempre metida en el organismo, donde se ha ido incubando como una enfermedad. Tanto es así que al tiempo de pensar se le suele llamar perder el tiempo, porque el ser humano se ha hecho esclavo de la prisa y siente como inerte y sin consistencia todo lo que no lleva su marca angustiosa”.
He oído varias veces la alabanza a esa energía, como si la prisa fuese una forma de entusiasmo. No lo es. Es sobreexcitación. Y ni siquiera creo que sea más productiva. Creo que esa prisa lo camufla todo. Nos parece que hacemos muchas cosas, producimos, vamos a sitios. Pero no deja de parecerme un juego de trileros. Es falta de atención, de foco e, incluso, de criterio. Pero si te mueves mucho, no se nota. Parece que sabes lo que haces, que lo tienes todo contralado. Nada más lejos de la realidad.
Amaya Ascunce
P. D. 1 Me he comprado un perfume de melón. Yo qué sé. Debe ser el agotamiento del año porque jamás en la vida me hubiera imaginado con un perfume de melón. Yo, en olores, las frutas no las practico a no ser que sean cítricos y una pera muy camuflada (la higuera no cuenta porque es la hoja lo que huele, no la fruta). El resto de fragrancias frutales me huelen a frutería. Un olor fantástico que no quiero en mi cuello. A lo que iba. Me he comprado esto que es luminoso, y cítrico, y bonito y verde. Se llama Natura Insolente de Maison Matine que tiene unos botes preciosos y un precio bastante decente para lo que suelo recomendar yo por aquí. Aunque no tiene una permanencia brutal, también hay que decirlo.
Acabo de leer que lleva menta también. La verdad es que no la distingo en la mezcla pero ¡menta y melón! Necesito vacaciones.
P. D. 2 Ya que hablamos de olores, esa vela de exterior de Loewe de la foto es como estar un domingo en el monte con mi padre hace 35 años, en Errea. Lo inunda todo de tomillo. No puedo escribir mucho más porque es tan intenso mi viaje al pasado que solo me entran ganas de llorar si la enciendo. La fuerza que tienen los olores la valoramos muy poco.
Excelente, gracias Amaya. Me apunto Gozo como lectura de verano. Y recomiendo la bailarina de Auschwitz, mi lectura del momento, otro libro que nos enseña a vivir.
Este año, contra todo Instagram, mis vacaciones serán para descansar, y como será el atrevimiento, que cuando escribo la palabra descansar me sugerido el emoticono de la lágrima. ¿ Donde hemos llegado? Pues no lo se bien porque he llegado corriendo y me he perdido el pensar. Gracias a los olores que,como un disco duro nos devuelven a momentos, a sitios y por un segundo, no hacemos nada más que recrearnos en una especie de bienestar. Y esa casa, de mis sueños también, y esa lotería, último reducto de la espera. Yo también depósito mis ilusiones en esos dos euros a la semana. En fin que descanses.