“¿Qué momento de tu vida repetirías?”, le pregunta un chico de unos 25 años a una mujer mayor en el cruce de una ciudad gris superpoblada. Presto unos segundos de atención a esa pregunta y, a partir de ese momento y durante los próximos tres meses, me vuelvo experta en qué cosas repetiría la gente, cuáles no, qué habrían hecho siendo más jovenes de haber sabido lo que saben ahora, cómo es tener 50 años, 60 años, 70, 80 y 90 años. Gracias algoritmo de TikTok.
Me meto en la cama por las noches repasando los momentos que me gustaría repetir en mi vida. Es complicado elegir uno. Descubro que, en realidad, no busco momentos, busco a las personas. Las personas con las que estás importan mucho más que todo lo demás: el escenario, lo que hagas, qué suceda.
Pienso en dos momentos: estar con mi hija de bebé de nuevo alguna mañana de julio o agosto vagueando mientras nos despertábamos durante horas. Y en volver a charlar con mi padre de libros en el salón de casa después de echarnos la siesta. Lo tengo jodido. Mi padre y mi hija nunca se conocieron. Tengo que renunciar a uno de ellos en ese día imaginario.
Busco entonces entre mis recuerdos reales. La mayoría son viajes. Me doy cuenta de que recordar un martes en casa, distinguirlo de los otros mil martes es muy complicado. Quizás he tenido muchos martes geniales, pero recuerdo un martes en Marrakech con mis padres. O cuando fuimos a Nueva York. Tengo recuerdos concretos de esos viajes porque es la única vez que he estado con ellos en ese lugar. Recuerdo la anécdota. Incluso qué llevaba puesto. Lo extraordinario favorece el recuerdo.
He leído “Estuve aquí y me acordé de nosotros”, de Anna Pacheco, un librito pequeño sobre el turismo, el trabajo y la clase social. Me ha gustado mucho.
“Se calcula que solo el 4 % de la población mundial cruza fronteras con fines turísticos. Pocos nos podemos permitir el lujo de traspasar una frontera por placer. No es un derecho humano fundamental”.
La autora se infiltró en algunos hoteles de lujo de Barcelona para ver de cerca cómo viven los trabajadores y analizar el fenómeno del turismo de masas. “El turista (de clase trabajadora, de clase media) ha viajado tradicionalmente para convertirse en otra cosa, para olvidarse de lo que es, o para intentar descubrir de hecho quién es, siempre con resultados precarios”.
Viajar debe ser la afición que más gente repite.
“El viaje como una oportunidad para vivir aventuras y, sobre todo, para la sanación de los males causados por la vida ordinaria. Se viajaba, se viaja para hacer cosas. Para encontrar algo. Para solucionar la vida. El viaje como un taller largo y caro de perfeccionamiento personal”.
Me cuesta desprenderme de la magia de mis recuerdos en los viajes y ver todo lo negativo que hay detrás, pero este librito ha sido peor que el algoritmo.
“El mal estaba hecho: no solo nos habían dicho que era posible que otro más pobre te sirviera un batido dentro de una piscina, o comer hasta reventar de un bufé, sino que parecía ser lo más sensato que podía hacer”.
Yo he bebido cosas en una piscina y he sido muy feliz. Veo las playas, la línea de costa, los parques… los efectos de todo eso. Cada vez que viajo encuentro los lugares más llenos de gente. Yo también soy esa gente, claro. Estoy consumiendo esos lugares (con todo lo que implica para los que viven allí) y esa forma de vida, que no tiene nada que ver con mis martes en casa. Jugamos a un juego en el que otro nos sirve y construye una realidad paralela: “Un camarero de un hotel no solo debe servir una mesa, sino también poner una escena a su servicio”. El lujo, ese juego en el que creemos que nos asomamos, pero no. Pero ¿qué hay detrás? ¿quién está detrás? En el libro, Anna Pacheco cita un estudio que asegura que “un 34,8 % de los catalanes no puede asumir gastos imprevistos de 800 euros y el 12,9 % no puede mantener su casa a una temperatura adecuada”. Muchos de ellos sirven mesas en hoteles de lujo.
Anna viene a explicar cómo “la cultura del ajetreo” es en parte responsable de la búsqueda de esa evasión. En una escena del hotel, en la que los empleados han claudicado ya a la subida de sueldos, se busca mejorar otras condiciones como el descanso, o poder parar para comer.
“El estancamiento de los salarios precede y causa, en parte, la cultura del ajetreo, pero en vez de observarla como una consecuencia lamentable y a erradicar, se ha constituido como signo inevitable y hasta deseable de nuestro tiempo”.
Todos estamos cansados. Hemos inventado un modelo de trabajo agobiante del que pensamos que podemos caernos en cualquier momento. Y 15 días al año le damos al pause.
“Tenemos que empezar a pensar cómo trabajamos menos para estar menos cansados y qué otras cosas podemos hacer cuando no estamos trabajando. Construir, en definitiva, alternativas a un consumo desesperado, de evasión”.
Cada vez que me sale en el móvil una noticia tipo: “La playa escondida que nadie conoce en el mediterráneo español y que nada tiene que envidiar al Caribe” pincho nerviosa. No es que quiera conocerla, lo que quiero por encima de todas las cosas es que no sea la mía.
Amaya Ascunce
P.D.1 Esta es la carta 89 que mando. Llevo más de 3 años escribiendo dos newsletters al mes. He decidido cobrar algo por ellas.
¿Cuáles van a ser las condiciones? Todo va a seguir igual. Voy a seguir escribiendo dos cartas al mes. Llevo mucho tiempo pensado en escribir dos más y cobrar por ese extra. En hacer un club de lectura online. Zooms personales. El pino mientras leo en voz alta. Pero la realidad es que no tengo tiempo. Bueno, sí lo tengo, pero quiero vivir. Tengo que elegir entre ir a pilates y poder irme al parque con mi hija los fines de semana y hacer más cosas en mi tiempo de ocio. Así que he decido crear un sistema de suscripción voluntaria.
¿En qué consiste? Hay una suscripción mensual, otra anual y miembro fundador. Y todas dan acceso a dos cartas al mes. Las dos primeras van con descuento respecto al precio mínimo que obliga la plataforma de envío y pienso mantenerlo también.
¿Qué significa?
Puedes pagar:
3.50 € euros al mes por leerme si te suscribes mensual.
32.90 € euros al año.
Hacerte socio fundador por 75 € (que debe ser que te flipa mucho está newsletter).
O nada.
En las cuatro opciones recibirás todos los meses dos cartas. Las mismas.
Soy muy consciente que para algunas personas pagar esas cifras es algo inabarcable. Y para otras no significa más que una forma de apoyo a quien leen y siguen, un precio que pagarían por un libro o por unas cañas. Veamos.
¿Por qué? Para dar valor a este trabajo. Me gusta escribir. Me gusta aún más conectar con otra gente que esté al otro lado pensando algo parecido. Me encanta que me digan que han vuelto a leer gracias a mis recomendaciones. Pero esta carta ha necesitado dos sábados de mi tiempo libre para escribirse.
Substack dice que eligiendo esta opción se gana cinco veces menos que cobrando por todo el contenido. Pero no va a de eso. Yo siempre he sabido que no me voy a hacer rica escribiendo. De cada libro, los escritores se llevan poco más de 1 o 2 euros. El resto es para los intermediarios. En este sistema ellos se llevan alrededor de un 13% (entre la plataforma de pago y Substack). Justo al contrario que con los libros.
P.D. 2 Las cifras son tan absurdas (¡32.90!) no por una estrategia de marketing súper buena, es que yo pensaba poner una tarifa y resulta que Substack no me deja, y luego pensaba poner otras, y resulta que no tengo ni idea de cómo hacer el 30 por ciento de las cosas y, mira, ya estoy agotada y muy nerviosa porque esto es exponerse aún más y no sé. Pero vamos a probar. Tampoco tenemos nada que perder ninguno. En realidad, llevo aquí tres años haciendo exactamente lo mismo.
Muchas gracias por todo lo que aportas y tus recomendaciones de libros y perfumes. Y entiendo perfectamente este punto de monetización de tu trabajo, el Pilates está muy caro. Gracias.
Como experimento sociológico, la pera. Muchos menos comentarios a estas horas que el resto de post... Qué pena. Así somos. Y me incluyo, ¿eh? Que te leo y casi nunca te digo nada, pero me aprovecho de tu ingenio y, por ende, de tu tiempo. ¿Qué diferencia la suscripción como socio fundador de las otras? ¿Es una vez para siempre o serían esos 75 cada años? Sigue, por favor, aunque no consigas el número de suscripciones que te habías propuesto, sigue a tu ritmo, sin prisas ni obligaciones. Un abrazo.