He estado en casa. Este año cumplo más años viviendo en Madrid que en Pamplona. Pero, nada, sigue siendo mi casa. No creo que eso pueda cambiar ya. Debe haber una marca, una raíz, un sello que ha quedado aquí dentro. No se borra. Y pone casa, y casa es lluvia y verde, es piedra, calefacción central y sombra. Son vainas y escarola verde. Es gente que habla bajo y te mira a los ojos fijamente y nunca sabes si los conoces o te conocen. Tampoco sabes si te quieren o te juzgan. Es humo, campanas, castañas y monte. Volver también es ser hija. Otro temazo.
“Si nos encontramos y hablamos de nuestra ciudad, lo hacemos sin pena por haberla dejado, y decimos que ahora ya no podríamos vivir allí. Pero cuando regresamos, nos basta con cruzar el vestíbulo de la estación y caminar por la niebla de las avenidas para sentirnos como en nuestra casa; y la tristeza que nos inspira la ciudad cada vez que volvemos a ella está en este sentirnos como en nuestra casa y sentir, al mismo tiempo, que nosotros ya no tenemos motivos para estar en nuestra casa, porque aquí, en nuestra casa, en nuestra ciudad, en la ciudad donde pasamos la juventud, ya quedan pocas cosas vivas, y nos recibe una multitud de recuerdos y de sombras”. Natalia Ginzburg.
Yo recuerdo la primera vez que quise vivir en Madrid. Fue por culpa de una botonería. Mis padres me llevaron a Pontejos, cerca de la Puerta del Sol, y me pareció que una ciudad que tiene una tienda solo de botones podría tener todo lo que yo era capaz de imaginar. Y, sobre todo, lo que no. A partir de ese momento quise vivir en ciudades en las que hubiera una botonería. Era mi nota de corte para valorar si una población ofrecía lo suficiente. Pamplona en aquel momento no tenía casi de nada. Los hits de aquella época para mí eran un McDonald’s y escaleras mecánicas. En Pamplona teníamos el Tutti Pasta; y las escaleras del Unzu, que subían un solo piso, tardaron en llegar. Y si no recuerdo mal, no había de bajada.
He quedado estos días con dos personas que hace muchos años que no veía y con las que tengo una confianza relativa. Empiezo con lo superficial: ¿Me verán mucho más vieja? ¿Mucho más gorda? ¿Distinta? ¿Peor? Me imagino comparándonos mentalmente cuando nos encontramos. Ese pensamiento fugaz de “Yo no soy tan mayor como ellos” que tenemos todos. Aunque está claro que todos no podemos tener razón. Luego las imágenes de esa persona en el pasado y la que tenía delante tomando un café empiezan a fundirse y, cuando me despedí, ya eran la misma. Es una especie de actualización del recuerdo.
Lo otro que me sucede es que tengo que responder a lo que yo era hace años. Es un viaje al pasado. No solo a dormir en mi cuarto adolescente si no también, de alguna manera, un viaje a la que fui. Y eso no funciona. Me llena de nostalgia, pero a la vez me extrema porque yo ya no encajo. Estoy de visita en ese personaje. Tenemos cosas en común, pero nos hemos distanciado.
Con esas dos personas sentí que tenía que ser aquella, pero esta vez había una diferencia. Las dos habían leído mi último libro y me habían escrito generosos y sinceros mensajes acerca de su ansiedad, la mía, sus miedos y los míos, los viejos y los nuevos. Cayó alguna muralla. Parece como si mostrar mi vulnerabilidad bajara también la muralla de otros (apunte mental: Amaya, no lo olvides).
“Y descubrimos, con profundo estupor, que hasta en nuestra ciudad gris, pesada y nada poética, se podía hacer poesía”. Natalia Ginzburg
Muchos de los que nos fuimos, ahora sentimos que igual Madrid es demasiado. No sé si es cosa de la ciudad o de nosotros: los precios absurdos, la prisa, la vida pensada para ser turistas, la imposibilidad de improvisar, la vivienda, las colas… En Pamplona puedes hacer tres recados en un día. No necesitas planificar tu semana en función de una cita para renovar el pasaporte. Me parece un milagro. También estar con mi hermana todo el rato y mis sobrinos. Otro milagro.
Pero yo siempre pienso en volver, nunca en vivir.
Le decía a una amiga que está tratando de instalarse en Pamplona después de casi 30 años fuera que yo, según pago el primer peaje de salida hacia Madrid, noto que se afloja algo. Como si tuviera más aire. Me lo debería mirar porque, en realidad, yo no sé coser botones.
Amaya Ascunce
P.D. Estoy con el temazo de ser hija a vueltas, y la vejez, y la distancia. Llegará seguro de vuelta a esta newsletter. En estos viajes y runrunes me he puesto a leerme a mí misma. En 2010 escribí un blog: Cómo no ser una drama mamá. Me leo, me rio y, a veces, me inflo a llorar. Sigue activo aquí. Y también escribí un par de libros como hija. Qué atrevido todo y qué divertido fue. Y lo que me repito. Me repito muchísimo… Resulta que tengo 4 o 5 temas y doy vueltas como un perro con un hueso desde hace años.
Alucinante como trasmites mis sensaciones al volver a casa.Me sentía caprichosa y rarita al tener pensamientos así pero parece ser más común de lo habitual. Cama de adolescente,tiempo con mi hermana y mis sobrinos...definitivamente e traste en mi cabeza! Gracias
Hola, querida. Vengo a comentar lo de repetirse. Justo he andado yo también estos días releyendo cosas de hace 13 o 14 años y me doy cuenta de que me repito, de que siempre escribo de lo mismo. En algunos momentos me he sentido mal pero luego he comprendido que es lo que se hacer. Recuerdo cuando un comentarista me dijo que estaba demasiado centrada en mi misma, por supuesto me lo decía como crítica pero a mi me parece que es inevitable y por eso nos repetimos porque nos hacemos mayores pero nos preocupan las mismas cosas.