“Te conviertes en una especie de ludópata de las ideas. Es como alguien que tiene que permanentemente ir a un casino a entregar todo lo que tiene para perderlo y volver a empezar al día siguiente”.
Esto dice Carlo Padial sobre el trabajo en medios digitales. Lo dijo en la newsletter ‘Fleet Street’ de Mar Manrique (un gusto de lectura para periodistas, por cierto). Padial habla a propósito de la publicación de su libro, ‘Contenido’. Una novela que solo recomendaría a gente que ha vivido el boom de contenidos en Internet. Te reconoces escribiendo para todas esas olas: ahora teasers de lo que se publica en papel, ahora SEO, ahora di buenos días en Facebook a tus lectores, creerás en el pagerank sobre todas las cosas, ahora mini vídeos en redes, más SEO, ahora discover, ahora mini videos en TikTok…
En una copa de Navidad de trabajó coincidí con una ex compañera: “No me gusta Internet. Eso me pasa. Nunca nada es suficiente”. “Somos el ratón en la rueda” oí en otra sobremesa de otra de esas comidas navideñas.
A mí sí me gusta. Pero ¡dios mío!, qué cansada estoy de esta ludopatía creativa.
Me cruzo con mucha gente en esas comidas de compromiso. A veces hay suerte y me toca cerca alguien que conozco. Otras, hago el esfuerzo de ser simpática. No sé si me sale. En muchas, nos encontramos los mismos una y otra vez. También parece una rueda de hámster. Hay gente que hace el esfuerzo, otros no. Siempre me maravilla esa actitud de algunas personas a las que el de lado no les produce ninguna curiosidad. Yo me muero por preguntarle a la gente miles de cosas. Algunos son corteses, profesionales, pero no quieren más que hablar con el que les ha invitado. O de sí mismos.
Pienso en pestañas. Ya no sé tener solo una cosa en marcha. Mi marido lo llama “el podcast”. Nos montamos en el coche y explico este chorro de pensamiento que se mueve de una pestaña a otra. Y muchas veces acaban en esta newsletter.
Una compañera me dice de mi newsletter anterior: “¿No te da vergüenza contar algunas cosas?” Me muero de vergüenza todo el rato. La mayoría de las veces no las mandaría. La programo por la noche y cuando me levanto ya no puedo hacer nada.
He visto este vídeo entre la pintora Christiane Kubrick y Jonathan Anderson, sobre crear ella dice algo así: “Nadie se siente seguro, porque estás perdiendo la capacidad de sentir vergüenza; estás perdiendo cualquier tipo de inseguridad, estás perdiendo la sensación de aproximadamente unas 500 cosas diferentes de las que te avergüenzas o de las que estás orgulloso o de las que no te sientes seguro. […]
Tienes que trabajar un poco todos los días, así que comienza con un trabajo y ve desarrollándolo. No pares cuando te sientas como un idiota, lo cual es la mayor parte del tiempo, porque nadie está tan interesado en lo que vas a hacer a continuación ¡como tú!”.
Escribir para mí es estar siempre la noche antes de un examen. Una obligación. Algo que tengo que hacer y voy tarde y mal. Pero tengo que ir. No sé de dónde sale toda esta dichosa pulsión. ¿Es ego? Probablemente. Pero también es la mejor manera que conozco de pensar. De posicionarme. De apostar por algo en la vida. De jugar a ser no solo un espectador.
He leído ‘Alison’, de Lyzzu Stewart, una novela gráfica sobre una mujer artista. No soy una gran fan del comic porque me lo leo demasiado rápido, pero este me ha gustado mucho. Una chica muy joven deja su matrimonio y una vida del montón en Bournemouth y se va a Londres con un artista para pintar. Rompe su vida y se enfrenta a ser musa y, sobre todo a encontrar, su voz como creadora. Muy complicado hacer eso.
En ‘Una vida de tres perros’, de Abigail Thomas (lo he recomendado en ELLE Club de Lectura), dice: “Por primera vez, una historia era más importante que mi ego y la voz sabihonda que me quitaba las ganas dejó de imponerse. Es esa la voz que necesito ahuyentar cada mañana”.
No solo es vergüenza, también tengo muchas dudas. ¿A quién le importa nada de esto? Busco una cita reciente sobre el proceso creativo, algo que se resumía en que, mientras te está pasando algo, no eres capaz de ordenarlo, pero sí mientras lo escribes. O algo así. La cita puede ser o del podcast Deforme semanal o del audiolibro con el que estoy ahora: ‘Todo lo que sé sobre el amor’, de Dolly Alderton. No estoy segura. Los dos los he escuchado conduciendo y recuerdo que, cuando oí la frase, pasaba por una Iglesia. Todas las mañanas un hombre extiende en la escalinata un mercadillo de lo que en mi casa se llaman titos: cajitas, jarrones, anillos, figuras, vasos, cucharas… Monta su mercadito de cosas perdidas y pide la voluntad. No recuerdo la cita, no recuerdo siquiera donde lo escuché, pero ahora cada vez que veo a ese señor al ir al trabajo me da ansiedad por escribir. Comienzo mi propio podcast mental, que a veces acaba aquí. Con vergüenza o sin ella. Pero si consigo la palabra, la frase o el recorrido justo, cerraré una pestaña. Por fin.
Amaya Ascunce
P. D. 1 Yo pasé un verano en el Bournemouth de Alison y fui muy feliz. Muy libre, también. Busco un perfume que usaba en aquella época. Era un Musk de Margaret Astor pero el de Jazmín, que lo regalaban al comprar las novelillas de amor de la editorial Jazmín. Lo he encontrado descatalogado por Internet pero no me atrevo a comprar un frasco de 1995 a ese precio. Creo que llevo buscando ese aroma en todos los perfumes desde entonces. Ahora mezclo este almizcle blanco que ya he recomendado por aquí de Juliette has a gun con jazmín, como este aceite de Madini que me trae una compañera de Marruecos. Pero siempre me falta algo. A lo mejor no es el olor y son los 16 años lo que me faltan.
Me han preguntado varias veces esta semana qué perfume llevaba y he contestado que jazmín porque cualquier cuenta este rollo en una conversación de ascensor. Bastante cuento ya.
P. D. 2 La vela morada de las fotos es un objeto precioso que además huele a remolacha. Y ahora también quiero un perfume de remolacha y a mí ni siquiera me gusta comerla. Así es el olfato. Es de Loewe y en contra tiene que da mucha pena encenderla.
P. D. 3 Si sois periodistas o comunicadores, Fleet Street es una newsletter muy interesante. Su autora, Mar Manrique, parece jovencísima y me hace tener algo de fe en esta profesión cada vez más contaminada y con menos credibilidad.
Hola, Amaya (y colectoras).
Hace poco, tocando en un bar, al acabar, una amiga me dijo que una canción que tenemos sobre como acompañe a mi madre cuando murió la hizo llorar.
Pues está es la razón de hacer lo que hacemos, porque hay gente que lo entiende, lo disfruta, lo comparte o, incluso... Lo odia. Es una forma de estar con gente que igual no conoceras nunca, pero que van a llevar algo tuyo dentro, siempre.
Yo ya no puedo acordarme de mi madre dramática sin acordarme de ti y de la tuya 😄
Hola Amaya, solo decirte que no sé si será el ego lo que impulsa a los.escritores hablar sobre cosas, vergonzosas o, que les ocurren, pero eso no hace mas que crear un personaje o contra sobre la vida, que es el 99% de novelas, ficcionadas o no ficcionadas. El otro día acabé la campana de cristal, no hay novela que haya leído que sea menos egocéntrica que esa y, por otro lado, esta llena de momentos vergonzosos para un personaje y de duras críticas hacia sí misma. Pero eso la hace inolvidable. Nadie se acuerda de personajes perfectos, siempre nos llegan aquellos que sufren y luchan en este mundo imperfecto. Un fuerte abrazo y sigue abriéndote en estos correos, a mí, personalmente me hacen crear un personaje llamado Amaya muy interesante e inolvidable.